martes, 22 de agosto de 2006

Nada

“No tengo sueño. Quiero seguir escribiendo. Mejor dicho, empezar a escribir, porque esta noche el tiempo se me ha ido en fantasías, en divagaciones, en recuerdos. No es así, lo sé perfectamente. Si encontrara una primera frase, fuerte precisa, impresionante, tal vez la segunda me sería más fácil y la tercera vendría por sí misma. [...] En fin voy a acostarme y a seguir pensando. Tengo que encontrar esa primera frase. Tengo que encontrarla.”
Josefina Vicens, “El libro Vacío”


Nada

Yo quiero escribir otro “Cien Años de Soledad” y ganar un premio Nobel. Quisiera tener la maestría de Hesse para dar rienda suelta a la descripción de la nada en un tomo completo. Y estoy tan molesta porque no encuentro ternura para hablar de amor, ni información suficiente para criticar a los políticos, ni sensibilidad extrema para hablar del calor de las locas pasiones, ni nada de nada. Soy un ser humano más común y corriente que las galletas de animalito; y mi gran soberbia me hizo pensar que de vez en cuando tenía buenas ideas.

Hace nueve frases que me esfuerzo, que borro intentando escribir una reflexión profunda y luego me doy cuenta que las palabras están tan escogidas y rebuscadas que ya no tienen sentido. Como cuando Joey (Friends) escribió una carta utilizando el diccionario de su computadora y la carta nomás no tenía ni pies ni cabeza.

Entonces decidí que por qué no mejor hablarles de cosas trilladas y lugares comunes, de sensaciones y sentimientos cotidianos, como: una vez más se me echaron a perder las calabacitas en el refri, tiré el tupper en lugar de lavarlo porque me dio mucha "cosa"; "dar cosa" es una expresión muy subjetiva y poco descriptiva, pero todos la entendieron, ¿no?;  hace más de 8 meses que no hago una cita con el ginecólogo, y ni hablar del dentista, ¿ése?, ni tengo, el día que necesite uno me agarro la guía de GNP y veo alguno que esté cerca y dentro de la red médica, pero claro, hasta que se me pique una muela y no pueda ya del dolor; ¿cómo será ser millonario y no tener nada de qué preocuparse?, ¿en verdad no tendrán nada de qué preocuparse? Yo me dedicaría a viajar y luego a estudiar, sin pretender más que comer rico en restaurantes conocidos por su buena cocina y beber buen vino, ¿seré una súper conformista?

También puedo hablar de trivalidades de colores: me compré un collar nuevo, lindísimo, verde, ¿por qué no? No tengo nada verde con qué ponérmelo, de hecho no me gusta el verde, parezco rana cuando uso verde, pero igual el collar es lindísimo. Tiempo después, el collar se empezará a ennegrecer por la falta de uso, entonces tendré que salir a la calle a buscar aunque sea una blusa perfecta que le quede bien al collar, aunque la blusa cueste diez veces más que el collar.

¿Qué tal la importancia de los zapatos de tacón? Esos artefactos de tortura convertida en canasta básica femenina, diseñados exclusivamente para arruinar la columna vertebral y destruir la dignidad en meses sin intereses. Porque claro, ¿qué sería de una mujer sexy sin subirse a diez centímetros de inestabilidad y sufrimiento con fines estéticos? Se debe aprender a caminar con zapatos de tacón, es muy importante y sobre todo sumamente útil saber subir una escalera con zapatos de tacón. El tacón debe quedar fuera del escalón pero el resto del pie debe estar firmemente apoyado en el escalón. Son tan importantes que una mide su ropa con zapatos de tacón, cuando digo “una” me refiero a mí, que mido 1.55 cm y, por lo tanto, tengo que llevar a arreglar siempre los pantalones y acabo por tener pantalones que sólo me puedo poner con ciertos zapatos; de otro modo, o los arrastro o quedan “zancones” y no es ni lindo, ni corporativo y mucho menos sexy.

Pero, ¿y qué pasa cuando una es novata en la cremas antiarrugas? Tengo amigas que, por culpa de la genética que hizo su piel blanca, hace un par de años comenzaron a usar cremas antiarrugas y que ahora puede que sean unas expertas. Tengo otras (otras amigas, no otras arrugas ni otras cremas), yo estoy incluida en esta categoría, que, descuidadas y confiadas de las pocas bondades del cutis grasoso, nunca se han ocupado de las arrugas en la piel. Hace un tiempo estaba haciendo el único súper que me resulta atractivo: el que consiste en seleccionar cremas para el cuerpo, desodorantes, shampoo y tratamientos para el pelo. Puedo pasar horas destapando cremas para olerlas y sentirlas y horas leyendo la cantidad de cosas que contienen los shampoos, desde papayas y aguacates hasta sustancias de nombre impronunciable que, según dicen en la red, pueden causar calvicie y cáncer.

Al lado de mi tratamiento para piel grasosa de L'oreal encontré una cremita que me llamó la atención por el envase súper cuco y de un rosa pálido hermoso. Me confieso víctima de la mercadotecnia: me encanta todo lo que se ve bonito y tiene colores pastel o rojos y azules intensos. Por ejemplo, siempre h pensado que los condones NO SON UN PRODUCTO PARA MUJERES ¿A qué cromosoma “X” en su sano juicio pueden llamarle la atención empaques negros sin ningún tipo de figurita alegre? Encontré una cremita mona, en su envase rosa pálido con un aroma delicioso: “L'oreal visible results” (voy a llamar a L’oreal y les voy a cobrar por la publicidad, obvio, ni siquiera me van a tomar la llamada). Leí cuidadosamente todos los compuestos, instrucciones, indicaciones, recomendaciones y todas las demás “iones” y decidí que ya tenía edad para comprarme una crema antiarrugas, además de que me estaba comprando la última maravilla de la tecnología moderna en belleza: en 20 días no tendría una sola arruga más en mi rostro. La crema huele delicioso y tiene una textura que se impregna en mi piel con la facilidad con la que los jeans “Sexy Jeans” skinny se amoldan al cuerpo, pero de ahí a que quite las arrugas hay un abismo de diferencia, se los juro ¿Cómo? ¿Ya lo sabían? ¡Ah!, por eso existen los cirujanos plásticos, ahora entiendo.

Josefina Vicens escribió “El libro vacío”. Me acuerdo que mi abuelo me lo prestó hace muchos años. El libro me encantó, aunque ahora nada recuerdo de los protagonistas ni de la historia, pero recuerdo que ese protagonista común quería escribir un libro y se sentaba todos los días frente a la hoja en blanco a escribir un libro. Nunca le llegaba la inspiración de Cervantes y a duras penas escribía tres líneas intrascendentes y “vacías”. Reflexionaba sobre las veces que se metía a la cama al lado de su mujer y “entendía que uno podía morirse de sed a la orilla de un cuerpo”. Pues así está hoy mi reflexión: vacía, completamente, sin nada que compartir, sin sarcasmo ni pudor, ni alegría de vivir o curiosidad por morir. Nada, simplemente nada, vacío, plano, sin lobos esteparios que describir, sin Macondos a donde ir, sin molinos de viento que vencer ni versos más tristes esta noche que escribir –ni esta tarde, ni en la madrugada, ni ayer, ni hace un par de meses-. Hoy sólo tengo lugares comunes, cremas antiarrugas, pasta con jitomate que me preparé ayer en la noche y una medicina que me recetó Felipe para la gastroenteritis, libros vacíos y una junta a las 4.30 pm., un celular cargándose y unas botas negras que me dan mucho calor. Pero, si no lo digo, si no hago alarde de mi vacío, “me muero de sed a la orilla de un cuerpo”, de mí cuerpo.

Besos y estrellas,

La galleta de animalito.

lunes, 29 de mayo de 2006

La muerte Lunes

“Incierto es el lugar en donde la muerte te espera; espérala pues, en todo lugar”.
Séneca


Dedicado a todos y cada uno de los lunes, pasados y futuros.


Como buena parca coqueta, se pasea vestida con trajes multicolores de carnaval de muertos. Sombreros con plumas vistosas colocados graciosamente sobre su cráneo. Se le puede adquirir, comprar su imagen, claro está, porque adquirida está desde el nacimiento, tiendas de artesanías, por precios que van desde lo simbólicamente mortal hasta lo escandalosamente funerario. Hecha de papel maché, en tamaños que van desde la figurita de escritorio hasta la tía incómoda en tamaño real. Fue inmortalizada por José Guadalupe Posadas, quien quizás pactó algo con ella para asegurar su fama en el más allá.

También se deja comer, en azúcar, amaranto o chocolate, con una sonrisa que se derrite en la boca durante esos últimos días de octubre y los primeros de noviembre, cuando ella sale a estirar las piernas, contar cabezas y dejar pasar a los habitantes de las Tierras del Eterno Verano. Se le monta en altares como si no estuviera ya en cada rincón, acompañada de flores anaranjadas que huelen a despedida y copal que sabe a nostalgia.

Se vende con levadura en panaderías, rociada de azúcar, como si con eso bastara para endulzar la condena. Se pasea por el cine, coqueta y filosófica, recitando versos en “El lado oscuro del corazón” y seduciendo almas en el cuerpo prestado de Brad Pitt, porque hasta la muerte tiene derecho a ser guapa de vez en cuando. Y cómo olvidar a su prima mal maquillada: la Dama de Negro, arrastrando su drama por ese programa llamado “Hora Marcada”, donde lo más terrorífico era el guión.

Deambulando como un macabro esqueleto listo para darnos un golpe por la espalda y llevarnos a cuestas hasta el más allá. Transformada en masculino en los albores del pensamiento occidental, fue Mors entre los romanos, Tánatos entre los griegos: fríos, impersonales, inexorables, fuerzas abstractas que no miran a los ojos, que no preguntan si el alma está lista, que no se detienen a mirar a los deudos. Gélida, como la madrugada en el desierto, oscura como los abismos del mar. Temida en civilizaciones que aprendieron a odiarla, a conjurarla, a disfrazarla con eufemismos para no nombrarla y así, tal vez, evitar que escuchara. Y sin embargo, en otras latitudes, en esta tierra que se adorna bajo soles rituales, fue aceptada, satirizada, mimada y hasta colocada en altares. No como una diosa lejana, sino como una presencia íntima, familiar, burlona, devoradora y, a la vez, protectora.

Hoy camina a la vista, sin disfraz. Algunos la cuelgan del cuello, otros la tatúan en la carne, o la llevan guardada, como una plegaria invertida, en un rincón del bolso junto a la pólvora, el rosario, las medias de encaje y los condones. Su culto pertenece a los que caminan al borde: soldados con mirada vacía, policías con manos manchadas, narcotraficantes que pactan con lo invisible, delincuentes condenados a repetir su historia, prostitutas que conocen de cerca el filo de la noche, porque siempre hay Jack El Destripador, Desde el Infierno. Le llaman "La Niña Blanca", con una ternura que hiela. No por ingenuidad, sino por respeto: porque saben que es niña, blanca como los huesos que todos terminamos siendo. Ella no elige. Solo espera. Mictecacihuatl, la bautizaron los aztecas. Gorostiza la trata de “puta”. Shakespeare le habla. Pasea entre textos, poemas, obras de teatro, de cine, lienzos, en la antigüedad, en nuestros días, en los días por venir.

Pero a mí, ¡oh señores!, a mí no me engaña. Esta mañana se disfrazó muy temprano de brisa matutina. Se levanta imponente pretendiendo ser el astro rey, acompañando su grandiosa entrada con cánticos de pajarillos afónicos por tanta inversión térmica. Se cuela entre las gotas de agua tibia que recorren mi cuerpo. Se bebe en silencio mi jugo de naranja. Se esconde entre la voz de Víctor Trujillo y el ruido de la secadora de pelo. Se pasea atenta entre los coches de viaducto y periférico, transformada en caos vial y accidentes de poca monta. Se forma detrás de cada empleado del IMPI para checar la entrada. Se oculta en los granos del café y se confabula con mi coffe-mate. Y sigue sin engañarme, por más que todo lo que me haya ofrecido desde que amaneció sean cosas bellas, ¡no me engaña! Se instala conforme atrás de mí para ver cuántos correos electrónicos me han llegado. Se forma paciente, como una sombra resignada, en la fila interminable de los pendientes. Observa, espera, se infiltra. En este preciso instante, se disfraza de nube enferma, se quiere hacer tormenta, se quiere volver aguacero, trueno, desgarro en el cielo. Y por la tarde, cuando la luz se vuelva oblicua y el cuerpo se canse de fingir entusiasmo, se deslizará, sorda y silenciosa, sobre el parquet pulido del salón de jazz.

Y ni así. Ni vestida de tragedia climática, ni agotada de tanto acechar, se digna a dejarme en paz. Esta cabrona, esta puta muerte, no llega con dramatismos épicos ni con la belleza solemne de una escultura barroca. No viene acompañada de violines, epitafios y listones negros. No. Ella prefiere lo cotidiano, lo que duele sin doler, lo que pesa sin gloria. Esta muerte es este lunes y el anterior y el que viene y todos los que vengan. No hay alegoría más cruel, más exacta, más devastadora. El lunes, con su aliento todavía alcohólico, su despertador que no perdona, es su rostro más vulgar y más cierto.

No hace falta verla con guadaña ni con flores de cempasúchil. Basta con abrir los ojos al primer día de la semana. Ahí está. Siempre llega. Siempre vuelve. Y siempre, de alguna forma, mata un poco.

Feliz muerte,
Besos y estrellas,
A.

viernes, 21 de abril de 2006

Cena light para un Muppet

“Nosotros somos una caricatura de lo que queremos ser”
Anónimo
O, ¿un Muppet?


Ayer volví a poner los pies dentro de mi cocina para preparar algo que no fuera sólo fondue de cajita o pechugas de pollo a la plancha, quemadas y desabridas.

Susana llegó a mi casa alrededor de las seis de la tarde. Susana también llegó a casa vía área, como Moka, en el mismo vuelo directo Caracas-México. Por cierto, ayer, entre otras cosas, me reconfortó saber que Moka ha intentando tirarse de los balcones en varias ocasiones, lo que implica que la vida a mi lado no es para el suicidio. Además me daba risa escuchar a Susana con su acento venezolano decirle muy seria a la gata: “Moka, si te tiras por esa ventana ya te dije que adoptaré otro pinche gato”. Y Moka se retiraba cuidadosamente de la venta y se volteaba para, literalmente, meter las narices en lo que Susana estaba preparando para la cena. Lo único que probó fue una aceituna. El olor del corcho del vino blanco la hizo salir corriendo: ésta no es digna gata de Susana y mucho menos mía: no le gusta el vino.

Susana llegó a México por vía aérea hace apenas un par de semanas, Moka se la trajo, me imagino que sin jaula porque Susana se comporta a la altura en vuelos internacionales y, hasta donde sé, no necesita somníferos, ni vomita en el vuelo. Susana irrumpió en mi vida por puro azar, ese mismo azar caprichoso que la arrastró también al delirante viaje de Semana Santa, una expedición que reunió a unos quince entusiastas con recursos limitados pero una voluntad desbordante. Bañarse antes de salir a bailar era, dadas las circunstancias, una proeza digna de medalla: con tanta gente, el simple acto de ducharse se convirtió en un privilegio, casi un lujo. Así que, en un despliegue de lógica impecable, optamos por dejar de intentarlo. Total, en el antro terminaríamos igual: sudados, perfumados de cigarro, felicidad dudosa y embriagados hasta el delirio. 

Ana, siempre pragmática, fue la primera en abrazar esta filosofía higiénica alternativa. Incluso se atrevió a cuestionarse en voz alta: “¿Será que en realidad no me gusta bañarme?”, pensamiento inquietante, aunque no del todo sorprendente.

Fue en este viaje que Susana se ganó, con méritos indiscutible, el apodo de Muppet. Nami suele decir que yo soy un Muppet, pero eso es solo porque aún no ha tenido el privilegio de conocer a Susana. El apodo, sorprendentemente, le gustó. Y claro, ¿cómo no habría de gustarle, si lo único que hice fue revelarle la verdad sobre su linaje? Sí, su verdadero padre es Jim Henson. De ahí en adelante, Susana no fue más Susana: fue Muppet. 

Susy-Muppet quiere ser cocinera profesional, una chef, como Elena Reygadas, pero en fusión Venezuela- México. Apenas puso un pie en mi casa y, después de saludar a Moka, sacó un papelito con una receta que en la parte de arriba decía: “Cena light para un Muppet”. La cena tenía que ser light porque Susy-Muppet, yo y el resto de los integrantes del grupo vacacional oaxaqueño, dedicamos la mayor parte del día a degustar tlayudas con asiento, sopecitos, moles de mil colores, tejates, chocolates, panes de yema y todas esas delicias que componen la gastronomía oaxaqueña. El resultado: algunos kilos de más, por lo tanto, nos declaramos a dieta rigurosa. Entonces, la cena de ayer consistía en una ensalada y un salmón al vodka. Primero fuimos a rentar unas películas y luego al súper a comprar los ingredientes. No había salmón, así que el plato fuerte fue Blanco del Nilo al vodka; ya no se escuchaba tan sofisticado, pero igual nos dispusimos a preparar la cena light.

Y toda esta introducción, amigos, viene a colación porque recordé que la cocina me gusta para compartirla. Es decir, meterme a la cocina yo sola para cocinar una alcachofa resulta tremendamente aburrido; mientras que saber que al tiempo que yo cocino la alcachofa hay alguien que prepara la vinagreta al lado y me la da a probar con el dedito meñique para ver qué le hace falta es, sin duda, lo que hace de la cocina algo tan sensual y atractivo. La última vez que gocé estar en la cocina, antes de ayer, fue en septiembre del año pasado, lo recuerdo perfecto, cuando Nami y yo tuvimos la genial idea de preparar una lasaña con salsa bechamel con canela, porque no teníamos nuez moscada, que quedó deliciosa.

Ayer Muppet cocinaba y yo era pinche; ella medía las proporciones de aceite de olivo y vinagre que mezclaría en su delicioso aderezo de cilantro mientras yo picaba ajo y ambas hablábamos de los pormenores de la vida con una copa de vino blanco. El resultado fue una ensalada de manzana verde, lechuga y nuez con vinagreta de cilantro, ajo, vinagre y aceite de oliva. El plato fuerte fueron dos filetes Blanco del Nilo marinados en una mezcla de vodka y aceite de olivo y rociados con una salsa blanca de vodka y crema (light), finamente adornados con eneldo. Y así se fue mi tarde, de las tardes más agradables que he tenido en mucho tiempo: oliendo, platicando, degustando, riendo, creando. 

¡Qué dicha la de mi cocina cuando los aromas se pasean libres, traviesos, como secretos compartidos en voz baja! Me envuelvo en los sabores cuando no llegan de golpe, sino en pequeñas insinuaciones sobre la yema del dedo meñique, como si el gusto se tomara su tiempo para seducir.

Mientras el cielo se apagaba en tonos ocres, esa forma altiva que tiene el día de despedirse, y Moka protagonizaba su enésimo intento de suicidio (el número trescientos veintidós, según el conteo extraoficial), yo me entregaba al hechizo de la cocina: ese espacio donde la sensualidad no se insinúa, se manifiesta abiertamente. Los aromas se mezclan como amantes sigilosos: el ajo alza la voz, el tomillo murmura en las esquinas, y la risa (la nace cuando uno se deja llevar y se termina la botella de blanco) se disuelve entre las notas profundas del calor, la nueva amistad y la complicidad compartida. 

Porque hay lugares donde el cuerpo descansa, y otros, como mi cocina, donde el alma despierta envuelta en vapor y especias, con suaves espasmos de melancolía y fuertes arrebatos de risa disuelta en cebolla y crema light. 

lunes, 10 de abril de 2006

“Ya chale, chango chilango
Que chafa chamba te chutas
No checa andar de tacuche
Y chale con la charola...”
Jaime López

El viernes pasado departíamos no en torno de una mesa de cantina, pero sí en la de la sala de mi casa; tampoco éramos seis alegres bohemios, éramos cinco, ni tan alegres ni tan bohemios, pero eso sí, igual de dispuestos a salvar al mundo entre trago y trago. Conversábamos, como siempre, sobre todo y sobre nada. Entonces, mi querido Che, argentino, claro, que siempre ha creído que opinar sobre México le da puntos extra en simpatía local, se lanzó con una pregunta tan bien intencionada como involuntariamente demoledora:

—“¿Por qué hay tantos mexicanos que se burlan de ser mexicanos?”

En la mesa habíamos tres mexicanos, el Che y un franco mexicano. Nos miramos con un poco de extrañeza sin saber bien a qué se refería. Al ver nuestras caras de interrogación, más por el alcohol que por la existencialista pregunta, a continuación el Che empezó a enlistar esos “defectos” que, según él, los mismos mexicanos se repiten como mantra: flojera, poca productividad, tranza institucionalizada, adicción a la fiesta, culto al chupe, pasión por la parranda, debilidad por las mujeres y otras autocaricaturas dignas de los textos de Monsiváis. Todo dicho, claro, con el tono compasivo del que observa una civilización entrañable que le dio asilo, pero está en crisis, como siempre, de seguridad, política, valores y corrupción.

Pero ahí no acabó. Como buen Che, y en su papel de embajador emocional del tercer mundo, remató con un elogio épico: “México es un país fascinante, loco. Ustedes son tan interesantes, tan únicos. Esta ciudad es un monstruo hermoso, y el país tan diverso, tan abundante.” Casi lloramos. Aunque no supimos si por orgullo nacional o por la cínica ternura de ver cómo un extranjero se esfuerza en defendernos de nosotros mismos.

Me sinceré: soy de las que me quejo amargamente de los mexicanos, siempre, simplemente me casé con un extranjero y ahora tengo un novio argentino, sí, el Che. También soy de las que se opaca y se avergüenza cuando sale de viaje y se topa con el típico turista que hace las barbaridades más irracionales e irrespetuosas y, para tus adentros o en voz baja, le dice a su acompañante: "seguro es mexicano". Traté de describir una imagen, lo más absurda y llevada al extremo que se ocurrió, tomando en cuenta los efectos del alcohol y la poca atención de mi reducida audiencia que, entre risa y risa, estaba a punto de abrir la tercera botella de vino.  Imaginen que están en las cascadas de Cuetzalan (o a las de Chuveje,  o las lagunas de Monte Bello, al lago de Chapala, ¡Dios! Sí que tenemos escenarios de dónde escoger) y de pronto, como salida de una postal retro, llega una combi destartalada que parece sostenerse por milagro y alambre. Se detiene entre chirridos agónicos y comienza el espectáculo: de sus entrañas empiezan a brotar, como de una caja de payasos maldita, unos quince personajes dignos del realismo mágico mexicano. Primero baja una señora de dimensiones generosas y tono de voz que podría romper cristales, repartiendo zapes a diestra y siniestra sobre seis criaturas que se arrastran entre mocos secos, calzones colgantes y gritos de guerra. 

Le sigue su gemela en talla y en volumen, vestida con un espléndido diseño de flores marchitas, de cuyo borde inferior asoma un fondo con encaje que alguna vez fue blanco y hoy coquetea con el color mantequilla vieja. Va perfectamente peinada con una pinza rosa mexicano y calza unas gloriosas sandalias de hule transparente, esas que anuncian que la comodidad y el estilo no tienen por qué coincidir. Detrás, dos compadres bigotones hacen su entrada triunfal con la gracia etílica que da el mezcal a medio día. Ríen, eructan con entusiasmo patriótico y reparten nalgadas como si estuvieran en carnaval, mientras se abren paso hacia la comadre, ese personaje inolvidable en todas las familias mexicanas: cuarentona, soltera por vocación, o por circunstancias sociales difíciles de explicar, que no pierde la fe y pone a San Antonio de cabeza cada año, pero usa el push up como arma blanca. La comadre viste una blusa de lycra naranja que lucha heroicamente por contener sus "atributos", tirantes negros a la vista, mini falda desteñida, tal vez comprada en un paca, y un tinte rubio que ha pasado por varias guerras. Morena como el paisaje nacional, con actitud de estrella y a quien todos, por supuesto, le llaman "Güera". Un cuadro digno de mural popular, una escena de tragicomedia y documental del canal once. México en su versión sin filtro, sin guion y con mucho, mucho sabor.

Por último, llegan los patriarcas del clan: los abuelitos, a quienes, evidentemente, se les habla de “usté” como si fueran realeza. Caminan poco, ven menos, pero ahí están, cumpliendo con su papel de mobiliario sentimental familiar. La abuelita, con su andadera de confianza, más oxidada que la misma combi, se lanza con valentía suicida por la bajadita del terreno, decidida a llegar hasta donde establecerán el campamento base de este singular grupo. El abuelo, que ya sólo distingue sombras y borrones, es transportado en operativo especial: entre el yerno (chofer designado y eterno endeudado de Elektra y Coppel) y dos de los mocosos, que lo cargan como si fuera un refri viejo, esquivando piedras, hoyos y fauna silvestre para finalmente depositarlo a salvo en el campamento y darle el tercer mezcal del día.

Mientras tanto, los compadres hacen lo suyo: bajan una yielera de unicel, repleta de chelas sudorosas y una gloriosa botella de Bacachá (marca blanca, faltaba más), acompañada de pecsis bien elodias, porque “ya no había Coca-Cola en la tienda de Don Aurelio, mano”.

Una de las señoras de robustas y curvas dimensiones y La Güera, infaltables en la logística fina del evento, bajan cargadas con bolsas de la Mega llenas de lo esencial: totopos, frijoles caliente, tortas de queso de puerco y sangüiches para los niños, guardados en la misma bolsa de pan Bimbo y, claro, el chisme fresco. Se instalan con toda dignidad en el lavadero comunal, espacio poético en donde se despacha, entre otros pensamientos filosóficos, el resumen amoroso de la vecindad donde viven: quién anda con quién, quién le pone el cuerno a quién y quién ya le tiró los perros al de mantenimiento. Todo al ritmo de regaños, zapes y gritos a los niños, como banda sonora de fondo. Una escena familiar, sí, pero no por eso menos surrealista: México, país donde el caos es tradición y la familia una producción colectiva con casting libre.

Posteriormente se instalan robando la paz de quienes, por ejemplo, estábamos ahí tratando de meditar y hacer contacto con la naturaleza. El sonido de las hojas al hacer contacto con la brisa de medio día se acaba de apagar con el ruido de una radio con bocinas mal calibradas que toca: 

“Ay, cómo me duele, cómo me duele,
cómo me duele que te saquen a bailar.
Cómo me duele, cómo me duele,
cómo me duele que te saquen a bailar”

Después, justo cuando uno cree que por fin va a disfrutar de un vino tinto, un trozo de pan y queso (con toda la intención de no dejar ni una mota de basura, metiéndola con ceremoniosa paciencia en la bolsa que se trajo para este fin), da inicio el show mexicano más emblemático y tradicional: las señoras de voluptuosas y grandes dimensiones y la Güera se despojan sin más de los vestidos de flores y la blusa naranja, quedando en fondo y brasier para lanzarse a nadar en el río. Si los hoteles no tienen su anuncio: "Prohibido nadar sin traje de baño" nada más por normatividad. 

Un compadre las sigue estruendosamente, cuidando de no perder su playera del América, mientras aullidos infantiles surgen entre los otros dos compadres, que ya llevan más alcohol del recomendado, lanzándose el clásico insulto que ha definido generaciones: “¡puto el que llegue al último y arriba el América!”. Porque claro, nada dice respeto y seriedad como la discusión futbolera a media borrachera.

El papá, ese ser todo poderoso de la moral local, se encarga de frenar a los “chilpas” que acaban de devorar tortas de queso de puerco con rajas, una bomba digestiva que los inmoviliza como si fueran enfermos terminales y, según la leyenda urbana del pueblo, no pueden meterse a nadar porque están “haciendo digestión”. Magia pura. Terminado este circo autóctono, la familia se retira, pero no sin dejar secuelas: el abuelo ya duerme como tronco; la abuela batalla una épica subida con la andadera; la Güera está en pleno romance tórrido con uno de los compadres, mientras el otro compadre y el papá, ambos en estado etílico avanzado, discuten con pasión enfermiza sobre la supremacía del América, como si de eso dependiera el destino de la humanidad. Los niños lloran desconsolados, víctimas de los zapes de la madre y la tía porque no se quieren ir. 

Finalmente, el éxodo: la Güera sin brasier, los compadres tambaleándose como si acabaran de salir de un ring, la abuela al borde del infarto y los niños peleándose como bestias. El paraíso natural queda sembrado de residuos: botellas de refresco de dos litros, servilletas manchadas, bolsas de la Mega y envases de cerveza no retornables, porque aquí el medio ambiente es una broma más.

Y tú, el pobre ingenuo, que sólo querías un momento de paz, terminas recogiendo toda esa basura del mexican curious con cara de cansancio y frustración, mientras repites, cual letanía resignada: "Por eso estamos como estamos" y recordándole a tu actual novio, argentino, esta escena, para que deje de pensar que conformamos una sociedad fascinante.

Este tipo de vivencias pueden trasladarse a todos los ámbitos de la vida cotidiana: la salida de los niños del colegio, con sus padres enardecidos, como si en recoger a la progenie les fuere la vida; la hora de la comida en algún restaurante de moda, que obvio no acepta reservación; el antro, en donde nunca falta un Charly que por regla general se parece a Joaquín Cosío, pero con 10 kilos más y no permite el paso a los incautos que van a gastar toda su quincena en el antro en cuestión; el tráfico de las mañanas y los que piensan que no dejando pasar un coche, aventando lámina, van a llegar antes al trabajo, etc. Estoy segura que todos ustedes ya se imaginaron aunque sea una buena escena de esta naturaleza. Mis amigos se reían, sí, sabiendo que el privilegio de la educación es de unos pocos y que de estas escenas está lleno el cine mexicano, pero también la realidad. Sin embargo, también pasamos a reconocer que difícilmente se encuentra una ciudad tan completa, tan enigmática y cosmopolita como el DF.  En el DF hay cosas bien “chidas”  y yo, que además tomo la ropa y la moda como un estandarte, una declaración de pertenencia, puro pensamiento filosófico presentando en algodón, mezclilla, gaza y terciopelo negro, elijo mi ropa de acuerdo al lugar particular de la ciudad, o sus alrededores cercanos, que visitaré ese día. 

Tengo el atuendo perfecto de falda larga de algodón y blusa bordada a mano, adquirida a las artesanas oaxaqueñas en el Mercado 20 de Noviembre, para ir a Coyoacán a comprar un café en el Jarocho y sentarme en las jardineras a ver al mimo o a escuchar a los de los tambores, mientras percibes el aroma de diversos inciensos, escuchas esa tortura musical que escupe el cilindro y las voces, que se empiezan apenas a escuchar, de los que se reunieron para la “chelita tempranera” en el Hijo del cuervo. Para sentarme a tomar un Martini Cosmopolitan con Nami, ver pasar gente por la calle y echarle el ojo a atractivos caballeros en cualquier barecito de la Condesa, opto por unos jeans muy entallados, una blusa de gaza con pronunciado escote, que deja ver mis atributos (no tan voluptuosos como los de la Güera) y unos tacones rojos ¿Qué podemos decir del outfit dominguero cuando vas a San Ángel a desayunar y a pasear entre los artistas? Unos pantalones de lino, finas sandalias, bolso con correa bordada por los Huicholes, adquirida en Dolores Hidalgo, playera CH casual y accesorios de Adolfo Domínguez; es importante notar el sincretismo cultural entre Huicholes, chiapanecos, oaxaqueños, Carolina Herrara, Adolfo Domínguez, que es tan normalizado en el DF, la diversidad de esta ciudad te permite todo.

El outfit al que solo te dio tiempo de agregarle unos detalles, porque de la oficina corriste por una botella de tinto al Pata Negra o una cerveza, de la nacionalidad que quieras, al Celtics: pantalón negro de vestir, camisa blanca, cambiaste los mocasines por unos sexis zapatos abiertos, chamarra de mezclilla, bolso Prada ¿Cena en la Terraza Renault en Polanco? Little black dress, mini bolso Pineda Covalin. ¿Cinemex “Casa de Arte”? Jeans rotos, playera con estampado, chamarra de piel negra. No hay que olvidar la vestimenta Tepoz: pura manta, pura magia, pura energía. Observar el Tepozteco y, en mi caso, nunca subirlo; verlo desde abajo, chela en la mano y esperar a los amigos para ir a comer al Ciruelo, ¡magia y más magia! También están los pants Juicy Couture del domingo, para meterte al cine a ver lo que sea: cine de arte, universo Marvel, el festival de cine de Venecia, de cine contemporáneo, la muestra internacional, terror japonés, chick flicks, sin flojera en domingo: Cinemanía, a ver qué te encuentras en cartelera, una película que dejará pensando en todo lo que no has logrado en tu vida. 

Los viernes en la tarde son mis favoritos: termina la semana, se asoma el ansiado fin-de, ¡a disfrutar la soltería! (o, en este caso, al novio argentino), tanto qué hacer: chelita, vinito tempranero en la Roma-Condesa, teatro de tu preferencia, cafecito en el Péndulo con un buen libro, en DF contamos con amplia gama y variedad. ¿Gastronomía? ¡Ah'jijo! ¡Quítense los italianos, franceses y argentinos! Somos patrimonio intangible de la humanidad, no hay quién nos supere. Unos huazontles en salsa de morita, pescado a la veracruzana, cochinita pibil, chiles en nogada, pozole, guajolotas, pambazos, sopes, huachinango en hoja santa ¿Cansado de comida mexicana? El Rincón Argentino, cuando a mi novio le entra la nostalgia; Le Petit Resto, cuando a Santi le entraba la nostalgia; El Suntori, cuando a Nami le entra la nostalgia y acabamos de cobrar el aguinaldo; el Tezka, cuando a nadie le entra la nostalgia pero el ADN sabe de dónde venimos; El Blossom, nadie tiene nostalgia, todos queremos pato laqueado; Agapi Mu, mediterráneo y muy griego, vamos a romper platos; plan de pareja romántico, Pujol, ¡a echarle muchas, pero muchas, ganas al atuendo!; plan con amigos, el Rojo Bistro, sin echarle tantas ganas al atuendo, tengo amigos que hasta de tenis van, ¡Dios me libre! Antes muerta que sencilla.

Tequila, mezcal, enchiladas suizas de Samborn’s, tacos al pastor, tacos de bistec con queso, el Califa de León, micheladas, cubanas, tortas cubanas (¿Qué tenemos con los cubanos que nombramos comida y bebida en su honor?), mole negro, esquites con limón, jochos afuera de los antros, Teotihuacan, Polanco y sus “reinas”, el Tenorio durante la temporada de muertos, el pan de muerto, los cementerios en la noche un 2 de noviembre, veladoras y cempaxúchitl, mariachis en Arroyo, trajineras, El Bar Bar, cuando en un lunes quieres todavía seguir la fiesta, rosca de reyes, tamales el 2 de febrero, las corridas de toros, tacos del Villamelón justo enfrente de la plaza de toros, las sobre mesas de cuatro horas que son sorprendidas por la noche y a veces hasta por el cierre del lugar, el Oxxo con Sabritas que pican (el novio que no entiende por qué las Sabritas pican), el mero concepto: "pica rico"; el tráfico del viernes de quincena y el placer de llegar a encontrarte con tus amigas después de hora y media de tráfico; que te manden “la de la casa” cuando tus amigos y tú decidieron acabar con el arsenal de botellas del Puerto de Veracruz y la tarjeta de crédito va a resentirlo profundamente; la casa azul de Frida; los mariscos del mercado de Coyoacán; el chili piquín para escarchar las cubanas; los chamorros del Bar el Sella; el Desierto de los Leones con su mágico convento; las margaritas de tamarindo del Villa María; los tacos de canasta en las esquinas, frijolito y chicharrón prensado, ¡por favor!; los taxis de sitio, que tienen un papel colgado del retrovisor, con la imagen de una niña cabezona, que huele disque a fresa, ¡llegar mareado a tu destino con ganas de vomitar todas las fresas!

Concluimos, finalmente, mientras abríamos la quinta botella de vino, antes de que estuviéramos instalados en "yo te quiero tantooooo, de verdad, eres como mi hermano",  que el DF es una ciudad apasionante y desafiante. Que nos gusta vivir aquí, que nos gusta la cafeína en la mañana para enfrentarnos al Periférico; que el Che se está empezando a volver a Chilango por elección, a fuerza de tenerme tan cerca; que me encanta que Nami tenga llaves de mi casa y entre y me diga desde la puerta “hola”, mientras yo estoy en mi vestidor decidiendo en qué envolveré esa noche mi filosofía: jeans, mini falda, pantalón de piel, escote, no escote, ¿qué tanto quiero que me vean?... Que me gusta ir a un taller de derechos de autor y durante la comida meterme al cine con Andrea. Que me encanta que mis tías venden máscaras mexicanas en el bazar del sábado de San Ángel. Que está chido que las bodas sean en Cuerna, aunque gastes más de tu presupuesto quincenal en un solo fin de semana para disfrazarte de Timbiriche y cantar el mismo bendito popurrí junto a la novia.

Es de gran notoriedad que para organizar una fiesta solo tengas que levantar el teléfono y decirle a tus amigos o a tu familia: “oye, es de traje” y todo mundo llega con un platillo, bebidas, chelas, refrescos, chicharrón, Sabritas de las que pican... ¡Gran sorpresa llegar a la casa de la Cultura de la Condesa y descubrir que puedes pagar $200.00 pesos mensuales por tomar clases de baile de salón, espectáculo circense, danza contemporánea, yoga o pilates! Esto ayuda a la economía de las mujeres recién entradas en la edad adulta, que la semana pasada pagaron una cuenta equivalente a más de la mitad de su quincena, en un restaurante de Polanco. También pago $60.00 pesos por un maravilloso curso de creación literaria, de donde saqué el premio mayor de mis días actuales: al Che y $60.00 pesos por literatura de vampiros, en donde Pilar Moreno me rescató, con ayuda de Vlad el Empalador, del naufragio del divorcio. 

Sí, es chido ser mexicano, gracias Che por recordárnoslo ¿Dónde podríamos vivir sino aquí? Soy rata de ciudad, flor de asfalto envuelta a veces en Chanel y otras en textiles mexicanos de los mercados oaxaqueños. En DF somos yupis guerreros, surfeando tsunamis de automóviles estáticos en periférico, con ayuda de una alegría con pasas que te venden los ambulantes en pleno periférico, peleando a capa y espada nuestro lugar de estacionamiento en la Condesa ofreciendo al viene viene 20 pesos más que el compadre de al lado, escapando de la ciudad para ir Tepoz o a Valle, hurgando en los sentimientos más íntimos para decidir entre lentejuela, satín, mezclilla o terciopelo, pero siempre en movimiento. 

Moka suicida neurótica

"Los perros nos miran como sus dioses, los caballos como sus iguales, pero los gatos nos miran como sus súbditos"
W. Churchill

Moka llegó a mi casa por vía aérea un sábado por la tarde, como aquel Barrabás de la niña Clara. Después de desembarcar de un vuelo directo Caracas-México, desembarcó directamente en una sala de paredes anaranjadas y sillones azules. Un tremendo sol entraba por las ventanas de mi sala y presurosa cerré las cortinas para no lastimar los ojos de Moka.

Salió sigilosa de su transportadora: primero una patita, después la otra, luego una mirada a esa extraña criatura que le hablaba chiquito en un idioma desconocido (Santi y yo teníamos la firme convicción de que hablarle en francés a los gatos haría su temperamento tranquilo y apacible, esto jamás se ha comprobado, incluso a resultado ser contraproducente). Como recordarán, Santi y yo regalamos a nuestros gatos porque después de un año de fallida educación parecían gatos ferales. Moka continuaba su lento y cauteloso andar: empezó a investigar los rincones de la casa naranja. Se paseaba entre las patas de las sillas del comedor y, medio mareada aún por el somnífero que le aplicaron para el viaje, saltaba no tan ágilmente sobre las sillas y se subía con mucho cuidado a la mesa del comedor. Yo caminaba tranquilamente detrás de ella y ella, por supuesto, me ignoraba olímpicamente.

Así transcurrieron unas cuantas horas. Moka escondida bajo mi cama y yo, indignada, la castigaba con el látigo de mi indiferencia. Cuando por fin decidí tender la cama, abrí la venta de mi habitación y las persianas de par en par para dejar entrar el aire y el sol. Moka salió de debajo de mi cama y se dispuso a indagar el cuarto. Saltó grácilmente sobre mi tocador y se observó en los tres espejos, tal vez no se reconocía o se encontró un par de arrugas nuevas porque estuvo un largo rato observándose sin distracciones y ronroneado. Después saltó a mi mesita de noche y avanzó sobre ésta sin pisar nada y sin mover nada de su lugar, tarea que de por sí a mí se me antoja extremadamente difícil. Mi mesita de noche da refugio a: 6 cajas diminutas de diferentes formas; un teléfono fijo; dos celulares; 3 libros a medio leer; apuntes variados de juntas laborales, de los guiones de cine no terminados, de las clases de psicopatología de Asesinos Seriales; separadores de libros; un reloj; un par de collares con sus respectivos aretes, que se guardan en alguna de las diminutas cajas, dos días después de haber sido lucidos; un vaso de agua; una copa de vino vacía o a medio beber y lo que se acumule en la mañana. 

En cada paso volteaba a verme como solicitando autorización para seguir avanzando; como si en verdad la necesitara, sabiendo que es un gato. Puso mucha atención en no pasar sobre la cama que estaba siendo tendida, actitud que me sorprendió tremendamente; mis gatos siempre saltaron sobre las sábanas y las colchas entorpeciendo lo que se convertía en la interminable labor de tender una cama. Saltó al suelo y elegantemente cruzó por debajo de la cama hacia el otro extremo del cuarto. Se subió a otra mesita de noche en donde, derivado del divorcio, yace solamente una foto mía con Machu Pichu de fondo, un gato negro de tela, una caja de madera en donde guardo mis piedras para las terapias de sanación energética y una lámpara pequeña que nunca se enciende. Moka se sentó a observar la ventana de mi vecino, Mauricio, con mucha atención. Después estudió la construcción que está del lado izquierdo de mi casa y posteriormente le llamó la atención el estacionamiento que se ve abajo. Supongo que decidió que el estacionamiento debía ser visto sin cristal de por medio y se le ocurrió que era buena idea salir a tomar el aire. Mi ventana tiene un borde de aproximadamente 15 cm., lo cual la hace irresistible para cualquier felino, Moka no fue la excepción y comenzó a deslizar sus patitas delanteras fuera de la ventana del cuarto; mientras yo empezaba a entrar en pánico y Mauricio, quien veía el espectáculo del otro lado de la ventana, también. Dice que pensó en gritarme, pero si gritaba corría el riesgo de espantar a Moka y que está decidiera tirarse del sexto piso.

Me acerqué con cautela, tratando de imitar sus movimientos casi imperceptibles, pero logré enredarme con la colcha que todavía estaba en el suelo y caí estrepitosamente, no sin antes dar tres fútiles manotazos en la pared para sostenerme e intentar no caer. Ya en el suelo, después de haber atraído la atención de Moka que debía no enterarse de mi acercamiento, me reí de mi misma pensando: "lo bueno es que en la danza me han enseñado a moverme graciosa y elegantemente, cual hipopótamo en Fantasía". Finalmente llegué hasta donde estaba Moka e ideé una manera de sostenerla con fuerza de la panza; si el movimiento no llevaba fuerza, Moka se sobresaltaría y caería. Moka se sobresaltó, Mauricio se asustó y gritó, yo presioné la panza de Moka con mucha decisión y la arrastré hacia dentro. Una vez sobre la mesita de noche, cerré la ventana y me dispuse a acariciarla para compensarle el apretón de panza y el susto. Moka expresó su agradecimiento por haberle salvado la vida propinándome dos rasguños y una mordida, merecido lo tenía. Dejé pasar unos segundos para clamarla y volví a acercar mi mano: “fffsss” fue su respuesta. Comprendí el improperio y me di la media vuelta para encerrarme en el cuarto de invitados con un poco de miedo. 

Moka utilizó todo el sábado y parte del domingo para acostumbrarse a la que sería su casa durante un mes. Durante su acoplamiento infligió dos zarpazos y una mordida a Anaïck y varias mirada de desprecio cuando me acerqué a darle comida. El acoplamiento empezaba a tornarse bastante peligroso, yo pensaba seriamente en dormir en el cuarto de visitas para evitar el ataque felino nocturno, porque Moka había ya declarado que mi cuarto era suyo.

Ayer fui todo el día a ver a mi madre, dejé a Moka una ración doble de alimento y agua fresca. Regresé a las 8.00 de la noche, con ropita nueva que me compró mi mamá y comida para la semana que me dio la abuela, recordando lo bueno y reconfortante que era ser hija de familia. Moka me esperaba en la puerta. Bueno, fui un poco soberbia, la verdad es que no me esperaba nadita, sólo decidió que el mejor lugar para acomodarse era la entrada de la casa, junto a Isabel, mi hermosa planta. Entré y entonces se acercó a saludar, se los juro, me tomó por sorpresa: Moka se embarraba contra mi pierna y ronroneaba.

Vi su plato y lo vi con suficiente comida, así que no tenía hambre; también tenía agua, así que no era sed. Me dio mucha ilusión pero continué caminando a mi cuarto ignorando el saludo cariñoso de Moka: los gatos son muy parecidos a los humanos, entre más los ignores más cerca se sienten de ti. Me fui a mi cuarto con Moka tras de mí. Me puse la pijama, seguí el ritual de la desmaquillada y el cuidado nocturno y me dispuse a leer uno de mis libros. Sorprendentemente, Moka se acostó en mis pies y yo me quede quieta durante una hora, sin mover los pies, como se debe cuando uno tiene el gato sobre los pies. Finalmente llegó la hora de dormir. Apuré la copa de vino y apagué la lampara de la mesita de noche, Moka ocupó su lugar en la cama y se durmió. Le agradecí que dejara mi lugar intacto. 

En la mañana Moka no estaba en su lugar. Me bañé y empecé a dar vueltas por la casa llamándola:  “bshito, bshito, bishito... Moka, Moka, jolie”, Moka nunca contestó. De pronto, un ruido en la cocina y el maullido recortado de Moka (ella maúlla en intervalos, como si le diera pereza terminar la frase, “ma...” y ahí se queda, la “u” se le ahoga en la garganta). Moka salió de atrás del centro de lavado, con el hocico repleto de una cosa gelatinosa parecida al gel para el cabello Aqua Net. Traté de detenerle la carita para investigar la naturaleza del extraño compuesto que tenía embarrado en los bigotes. Moka se rehusaba. Me di cuenta que ahora podemos decir que somos amigas, ya que no me hice acreedora ni a mordidas ni a rasguños en mi intento infructífero de forcejear con ella.  Se fue a la recámara y repitió el ritual de observar por la ventana, ahora con la ventana cerrada. Luego se subió a mi tocador a mirar con atención la secadora de pelo que hacía un ruido para ella desconocido. En su sorpresa, levantó la carita y vi nuevamente el compuesto extraño en su hocico. Esta vez tomé un poco de papel de baño, lo mojé y la sujeté con fuerza para limpiarla. Se resistió, pero no atacó; acabamos de celebrar un pacto de no agresión. 

Quiero llegar a casa a ver cómo está Moka y sus dos intentos de suicidio: el de la ventana y este envenenamiento fallido. Después le llamaré a Santi para preguntarle si alguna vez, mientras vivió conmigo, intentó suicidarse ingiriendo alguna sustancia gelatinosa o tratando de aventarse desde la ventana de la recámara. Deseemos todos que Moka esté bien, porque, además de la antipatía de Susana (mi amiga, madre de Moka) si le pasa algo a Moka sentiré que la vida a mi lado desemboca en suicidio. 

Besos y estrellas,

Aura.

viernes, 3 de febrero de 2006

La fondue de cajita

"Si las cosas sucedieran como deseamos, el mundo sería muy hermoso o un verdadero caos, porque debes recordar: no todos deseamos las mismas cosas"
Anónimo

¿Nunca han hecho fondue de cajita? Yo nunca lo había hecho porque tenía la firme convicción de que la fondue de cajita era un sacrilegio, sobre todo después de haber estado casada con Santi, franco-mexicano, que me regañaba incluso cuando le agregaba maizena a la fondue: “eso es de nacos”, decía. La consistencia de la fondue, según él, se obtiene mezclando ciertos quesos, los franceses NUNCA le ponen maizena a la fondue. Como resultado de esta reprimenda, procuraba que no se diera cuenta cuando le agregaba la maizena, pero igual la consistencia nunca me quedó como se debe y su fondue siempre era más rica que la mía.

Un día quedamos de cenar en casa de mi amiga a Ana y mi otro amigo Emilio iba a preparar una fondue muy mexicana, con chipotle; Emilio ese día nos dejó plantadas, nos mandó un mensaje a las 7.30 pm. para cancelar, sin más explicación. El Che y yo nos teníamos que ir a casa de Ana y ahora teníamos las manos vacías ¿De dónde sacábamos ahora la cena? El buen Che, que suele no complicarse la vida en cuestiones culinarias (sólo en cuestiones culinarias) sugirió una fondue de cajita. ¡Ag! ¡Sacrilegio! Esa no sólo tiene maizena, esa NO es fondue. ¿Cómo?, y untar la marmita con el ajo, verter poco a poco los quesos, sentir el aroma del vino blanco evaporándose, cuidar que no hierva antes de agregar las dos cucharaditas de kisch ¿Dónde estaba el goce sensual dentro de una cajita con una pasta grumosa de dudosa procedencia? No obstante, finalmente entendí que no teníamos tiempo para la sensualidad y que si queríamos llegar a tiempo a casa de Ana la sensualidad se compraría en cajita. No saben qué maravilla maravillosa; incluso a Ana, a quien se le quema el agua en el micro-ondas, logró verter el contenido del sospechoso sobre y darle vueltas a la fondue, su primera hazaña culinaria de vida de soltera. Después de aquella vez, decidí que yo podría hacer anuncios en la tele para promocionar el consumo de fondue-cajita: "Destape, vierta y disfrute", para las solteras modernas que vivimos solas, trabajamos y tenemos dates con cenas románticas en casa, que hay que preparar a la velocidad del relámpago. Imagínense la escena:

Saturada de chamba. Vas a salir tarde y lo sabías desde la mañana, por lo que decidiste llevar tu ropa más cómoda y cero pero cero sexy. Te habla la date en turno, o lo que es peor: el que sí ya quieres que deje de ser date para pasar a ser novio y nomás se ha estado resistiendo a tus encantos e intercambiándote por cualquier partido de fútbol de Gallos Blancos contra Lagartos, y te dice: 

"Hola (muñeca/bombón/encanto/conejo/cursilada-cualquiera) ¿A qué hora vas a salir hoy". Y tú, hasta el tope de chamba, llamada en espera, 50 mails que contestar y 50 sin leer y te están esperando para una junta. Calculas que para terminar tus pendientes tu hora de salida tendría que ser 10 pm, pero le dices muy segura: 
-"Pues, yo creo que como a las 7.30 pm, baby, (para que vea que eres internacional) ¿Por? ¿A dónde me vas a invitar hoy o qué tienes en mente?"
-"Pues tenía pensado ir al cinito o a cenar o lo que se te antoje, ¿te late?". A ti te late hasta la uña del dedo gordo del pie en ese momento, y otras partes íntimas que resulta muy poco conveniente que latan en la oficina, a punto de entrar a una junta, pero conservas la calma y dejas escapar un desinteresado: 
-"¡Ah!, pues, estaría bien, ¡claro!", en tono despistado. El baby entonces responde: "Cerrado, paso por ti a las ocho". Peto tú ya no quieres eso, es hora de utilizar el viejo recurso: pelis en casa. ,

-"Babe, si te late, mejor plan casero, ¿va? Mi casa, Blockbuster, vino y cena tranquila".

Automáticamente te imaginas las velitas, la súper cena, porque tu abuelita te dijo que el camino hacia el corazón de un hombre es el estómago y tú te lo aprendiste igualito que te aprendiste que en la fuente había un chorrito que se hacía grandote y se hacía chiquito, la vestimenta sexy, la música suave, tu departamento bien arregladito y acogedor para que de ahí se pasen al dormitorio, al ritmo de la música suave.  Babe se imaginó algo muy parecido: "pizza y sexo" y en el inter recordó que tiene que pasar a comprar condones; bien romántico él.

De regreso a tu realidad en la oficina, el de la llamada en espera ya colgó y era tu fabricante en Cambodia, que tiene la mercancía detenida en la aduana y estabas intentando resolver de quién era responsabilidad que esa mercancía pasara aduana y pagara impuestos. En la fábrica del proveedor camboyano, a pesar de tener 17 millones de empleados, sólo tienen UN teléfono y ahora está ocupado. Dejas tu teléfono en altavoz y le ordenas que remarque y remarque hasta que el camboyano te conteste, mientras te preparas para irte a la junta en la que llevan 20 minutos esperándote porque tú tienes el informe de las últimas ventas. Te empiezas a alistar: informe, pluma, una libretita para hacerte la que tomas nota, cuando en realidad es para dibujar monitos, y justo cuando estás por salir, el teléfono te da línea y te contesta el camboyano. Ni modo, que se espere el camboyano y te vas a la junta. En la junta te va bastante mal porque dejaste la mitad del informe debajo de tu mouse, porque alguien te robó el mouse pad de Hello Kitty. Te sales de nuevo de la junta, bajo la mirada inquisidora del CFO y el CCO, tarde y sin los reportes, pero a ti te vale madre porque vas a tener la noche, llevas dos meses saliendo con Baby, es hora de pasar a una posisicón horizontal. De regreso en la junta, cuando estás entregada a la ardua tarea de dibujar monitos en tu libreta de taquigrafía mientras el CMO explica por qué las ventas han bajado tanto, recuerdas tu atuendo y lo repasas: pantalones holgados, zapato bajo tipo mocasín, blusa cuello de tortuga, suéter encima y chongo con 2 kilos de gel. Ni cómo ayudarte. "Bueno, no importa, me arreglo súper rápido en unos 20 minutos", mentira que ni tú solita te crees, te toma una hora arregarte.

Ya saliste de la junta. Llegas a tu computadora y los mails se han multiplicado y tienes tres recados del camboyano, el último dice: “misis Gusman, ay am trayin to rich iu, plis col mi bac as sun as posibl, we jab an emeryenci, awer last chipment jas bin estopt at de customs ofis bicos tey faun some kaind of wait pouder insaid de yaquets pokets... oh! oh! iu güil jab to contact mister Yamamoto, ay am biin teiken to prison rait nau... jab a nais dei, misis Gusman”. 

 Crees que necesitas un tercer café. Te vas hecha la loca a buscar el café y cuando vienes entrando a tu oficina el teléfono empieza a sonar. Apresuras el paso y medio dejas la taza en el bordecito del escritorio, en el lugar más estratégico para que al momento de contestar el teléfono no haya manera de evitar que lo tires con el cable, con lo que, además, ahora tu pantalón tiene una gran mancha de café y tú te has quemado la pierna, esto no se vera nada sexy a la hora en que Babe te ponga contra la pared. Contestas sólo 7 mails, porque además tienes abiertas unas 4 pantallas de chat, en las cuales estás instalada en la banalidad con tu amiga de la oficina, a la que, por supuesto, viste ayer y está a tres oficinas tuyas. 

-"¿Y qué te vas a poner? ¿Y a qué hora va a llegar a tu casa?"
- "Primero necesito poder salir de aquí, pensaba ponerme el vestido rojo, pero se supone que son pelis en casa, ¿no aplicaría mejor unos pants? Así, casual pero súper sexy ¡Ah! Por cierto, ¿conoces algún abogado penalista? Creo que vamos a necesitar uno por un gran problema que tendremos en la aduana, luego te cuento bien porque aquí todo el mundo me interrumpe". 

6.45 pm. y ya ni cómo localizar al otro camboyano ¿Qué hora es en Camboya? 

-“¿Alguien sabe cuántas horas hay de diferencia entre México y Camboya?”, gritas desde tu oficina pensando que afuera todos tus compañeros de trabaho tienen Google integrado; nadie te pela. Por ahí escuchas una vocecita, a lo lejos: “¿Licenciada, yo ni sé qué es Camboya?” Pues ya, te vale, mañana será otro día. Sales dejando muchos pendientes y una conversación interesantísima sobre las propiedades del rimel de hueso de mamey con tu amiga en el chat. Hora pico en la ciudad más grande del mundo, el reporte de la Red vial pronostica que todas las avenidas que llevan a tu casa estarán o saturadas y cerradas por alguna marcha. No sabes por qué te imaginaste que llegarías a tu casa en 10 minutos, como si viviéramos en Camboya, y te daría tiempo de ir al súper y preparar un filete Wellington. Pues no reina, no. La huelga del Peje sobre Reforma ha logrado congestionar Periférico, lo que ha hecho que Revolución, Insurgentes, Patriotismo y curiosamente hasta avenida 100 metros vengan a vuelta de rueda. Llegas a tu casa corriendo a las 7.30 pm., lo que te da un total de fabulosos 30 minutos para preparar la deliciosa cena, tender tu cama, recoger toda la ropa interior que está colgada en tu baño, lavar los platos de la cena de ayer y el desayuno de hoy, bañarte, quitarte los 2 kilos de gel del pelo para soltar tu sensual cabellera, perfumarte, maquillarte, poner la mesa, sacar al vajilla de Bavaria, las copas de cristal cortado y el mantel de hilo de oro. En ese momento tienes que decidir: ser sexy o preparar filete Wellington. Finalmente los consejos de la abuela te valen gorro, le vas a llegar al corazón por un atajo: tus hermosos senos con un wonder-bra de encaje negro. Y si no llegas hasta el corazón, pues ya a estas alturas te vale un pepino, siempre y cuando llegues a la cama y Baby sepa dónde está el clítoris.

Corres al súper, arreglada y sexy con lo poco que pudiste hacer por ti misma en media hora. Llegas con la firme convicción de que vas sólo a la panadería y a la sección de artículos gourmet por una charola de fiambres y olivas, pero imposible llevar a cabo tan complicada empresa si en la entrada del súper te ponen: tazas con Brujas por Halloween, unos floreros que quedarían perfectos con el lucky bambú que te regaló Andrea, una amplia gama de chocolates y un letrero imperdible que dice: “dos por uno en todos los cosméticos”. Te acercas triunfante a la caja con dos floreros, unos chocolates en forma de corazón (un poco de romance a esta date tan sexosa), dos rimeles, dos maquillajes, dos rubores, dos lápices para delinear la boca, una taza de café con una bruja montada en su escoba y su respectivo platitos, tres bolillos y, ¡una fondue de cajita! Lo lograste, en casa a las 8:07 pm. y Baby llegó un poco tarde. Te dio tiempo hasta de aventar la tazas nueva debajo de tu cama y ya estás rebanando el pan.

“Destape, vierta y sirva”. Deliciosa tu cena. Al final de cuentas él esperaba pizza y sexo.

Besos y estrellas,
A.