lunes, 10 de abril de 2006

Moka suicida neurótica

"Los perros nos miran como sus dioses, los caballos como sus iguales, pero los gatos nos miran como sus súbditos"
W. Churchill

Moka llegó a mi casa por vía aérea un sábado por la tarde, como aquel Barrabás de la niña Clara. Después de desembarcar de un vuelo directo Caracas-México, desembarcó directamente en una sala de paredes anaranjadas y sillones azules. Un tremendo sol entraba por las ventanas de mi sala y presurosa cerré las cortinas para no lastimar los ojos de Moka.

Salió sigilosa de su transportadora: primero una patita, después la otra, luego una mirada a esa extraña criatura que le hablaba chiquito en un idioma desconocido (Santi y yo teníamos la firme convicción de que hablarle en francés a los gatos haría su temperamento tranquilo y apacible, esto jamás se ha comprobado, incluso a resultado ser contraproducente). Como recordarán, Santi y yo regalamos a nuestros gatos porque después de un año de fallida educación parecían gatos ferales. Moka continuaba su lento y cauteloso andar: empezó a investigar los rincones de la casa naranja. Se paseaba entre las patas de las sillas del comedor y, medio mareada aún por el somnífero que le aplicaron para el viaje, saltaba no tan ágilmente sobre las sillas y se subía con mucho cuidado a la mesa del comedor. Yo caminaba tranquilamente detrás de ella y ella, por supuesto, me ignoraba olímpicamente.

Así transcurrieron unas cuantas horas. Moka escondida bajo mi cama y yo, indignada, la castigaba con el látigo de mi indiferencia. Cuando por fin decidí tender la cama, abrí la venta de mi habitación y las persianas de par en par para dejar entrar el aire y el sol. Moka salió de debajo de mi cama y se dispuso a indagar el cuarto. Saltó grácilmente sobre mi tocador y se observó en los tres espejos, tal vez no se reconocía o se encontró un par de arrugas nuevas porque estuvo un largo rato observándose sin distracciones y ronroneado. Después saltó a mi mesita de noche y avanzó sobre ésta sin pisar nada y sin mover nada de su lugar, tarea que de por sí a mí se me antoja extremadamente difícil. Mi mesita de noche da refugio a: 6 cajas diminutas de diferentes formas; un teléfono fijo; dos celulares; 3 libros a medio leer; apuntes variados de juntas laborales, de los guiones de cine no terminados, de las clases de psicopatología de Asesinos Seriales; separadores de libros; un reloj; un par de collares con sus respectivos aretes, que se guardan en alguna de las diminutas cajas, dos días después de haber sido lucidos; un vaso de agua; una copa de vino vacía o a medio beber y lo que se acumule en la mañana. 

En cada paso volteaba a verme como solicitando autorización para seguir avanzando; como si en verdad la necesitara, sabiendo que es un gato. Puso mucha atención en no pasar sobre la cama que estaba siendo tendida, actitud que me sorprendió tremendamente; mis gatos siempre saltaron sobre las sábanas y las colchas entorpeciendo lo que se convertía en la interminable labor de tender una cama. Saltó al suelo y elegantemente cruzó por debajo de la cama hacia el otro extremo del cuarto. Se subió a otra mesita de noche en donde, derivado del divorcio, yace solamente una foto mía con Machu Pichu de fondo, un gato negro de tela, una caja de madera en donde guardo mis piedras para las terapias de sanación energética y una lámpara pequeña que nunca se enciende. Moka se sentó a observar la ventana de mi vecino, Mauricio, con mucha atención. Después estudió la construcción que está del lado izquierdo de mi casa y posteriormente le llamó la atención el estacionamiento que se ve abajo. Supongo que decidió que el estacionamiento debía ser visto sin cristal de por medio y se le ocurrió que era buena idea salir a tomar el aire. Mi ventana tiene un borde de aproximadamente 15 cm., lo cual la hace irresistible para cualquier felino, Moka no fue la excepción y comenzó a deslizar sus patitas delanteras fuera de la ventana del cuarto; mientras yo empezaba a entrar en pánico y Mauricio, quien veía el espectáculo del otro lado de la ventana, también. Dice que pensó en gritarme, pero si gritaba corría el riesgo de espantar a Moka y que está decidiera tirarse del sexto piso.

Me acerqué con cautela, tratando de imitar sus movimientos casi imperceptibles, pero logré enredarme con la colcha que todavía estaba en el suelo y caí estrepitosamente, no sin antes dar tres fútiles manotazos en la pared para sostenerme e intentar no caer. Ya en el suelo, después de haber atraído la atención de Moka que debía no enterarse de mi acercamiento, me reí de mi misma pensando: "lo bueno es que en la danza me han enseñado a moverme graciosa y elegantemente, cual hipopótamo en Fantasía". Finalmente llegué hasta donde estaba Moka e ideé una manera de sostenerla con fuerza de la panza; si el movimiento no llevaba fuerza, Moka se sobresaltaría y caería. Moka se sobresaltó, Mauricio se asustó y gritó, yo presioné la panza de Moka con mucha decisión y la arrastré hacia dentro. Una vez sobre la mesita de noche, cerré la ventana y me dispuse a acariciarla para compensarle el apretón de panza y el susto. Moka expresó su agradecimiento por haberle salvado la vida propinándome dos rasguños y una mordida, merecido lo tenía. Dejé pasar unos segundos para clamarla y volví a acercar mi mano: “fffsss” fue su respuesta. Comprendí el improperio y me di la media vuelta para encerrarme en el cuarto de invitados con un poco de miedo. 

Moka utilizó todo el sábado y parte del domingo para acostumbrarse a la que sería su casa durante un mes. Durante su acoplamiento infligió dos zarpazos y una mordida a Anaïck y varias mirada de desprecio cuando me acerqué a darle comida. El acoplamiento empezaba a tornarse bastante peligroso, yo pensaba seriamente en dormir en el cuarto de visitas para evitar el ataque felino nocturno, porque Moka había ya declarado que mi cuarto era suyo.

Ayer fui todo el día a ver a mi madre, dejé a Moka una ración doble de alimento y agua fresca. Regresé a las 8.00 de la noche, con ropita nueva que me compró mi mamá y comida para la semana que me dio la abuela, recordando lo bueno y reconfortante que era ser hija de familia. Moka me esperaba en la puerta. Bueno, fui un poco soberbia, la verdad es que no me esperaba nadita, sólo decidió que el mejor lugar para acomodarse era la entrada de la casa, junto a Isabel, mi hermosa planta. Entré y entonces se acercó a saludar, se los juro, me tomó por sorpresa: Moka se embarraba contra mi pierna y ronroneaba.

Vi su plato y lo vi con suficiente comida, así que no tenía hambre; también tenía agua, así que no era sed. Me dio mucha ilusión pero continué caminando a mi cuarto ignorando el saludo cariñoso de Moka: los gatos son muy parecidos a los humanos, entre más los ignores más cerca se sienten de ti. Me fui a mi cuarto con Moka tras de mí. Me puse la pijama, seguí el ritual de la desmaquillada y el cuidado nocturno y me dispuse a leer uno de mis libros. Sorprendentemente, Moka se acostó en mis pies y yo me quede quieta durante una hora, sin mover los pies, como se debe cuando uno tiene el gato sobre los pies. Finalmente llegó la hora de dormir. Apuré la copa de vino y apagué la lampara de la mesita de noche, Moka ocupó su lugar en la cama y se durmió. Le agradecí que dejara mi lugar intacto. 

En la mañana Moka no estaba en su lugar. Me bañé y empecé a dar vueltas por la casa llamándola:  “bshito, bshito, bishito... Moka, Moka, jolie”, Moka nunca contestó. De pronto, un ruido en la cocina y el maullido recortado de Moka (ella maúlla en intervalos, como si le diera pereza terminar la frase, “ma...” y ahí se queda, la “u” se le ahoga en la garganta). Moka salió de atrás del centro de lavado, con el hocico repleto de una cosa gelatinosa parecida al gel para el cabello Aqua Net. Traté de detenerle la carita para investigar la naturaleza del extraño compuesto que tenía embarrado en los bigotes. Moka se rehusaba. Me di cuenta que ahora podemos decir que somos amigas, ya que no me hice acreedora ni a mordidas ni a rasguños en mi intento infructífero de forcejear con ella.  Se fue a la recámara y repitió el ritual de observar por la ventana, ahora con la ventana cerrada. Luego se subió a mi tocador a mirar con atención la secadora de pelo que hacía un ruido para ella desconocido. En su sorpresa, levantó la carita y vi nuevamente el compuesto extraño en su hocico. Esta vez tomé un poco de papel de baño, lo mojé y la sujeté con fuerza para limpiarla. Se resistió, pero no atacó; acabamos de celebrar un pacto de no agresión. 

Quiero llegar a casa a ver cómo está Moka y sus dos intentos de suicidio: el de la ventana y este envenenamiento fallido. Después le llamaré a Santi para preguntarle si alguna vez, mientras vivió conmigo, intentó suicidarse ingiriendo alguna sustancia gelatinosa o tratando de aventarse desde la ventana de la recámara. Deseemos todos que Moka esté bien, porque, además de la antipatía de Susana (mi amiga, madre de Moka) si le pasa algo a Moka sentiré que la vida a mi lado desemboca en suicidio. 

Besos y estrellas,

Aura.

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