viernes, 19 de junio de 2009

Pequeñeces

Dedicatoria:
para el querido amigo Becker, gracias a él, me senté a escribir hoy...

"Hace ya tiempo que el papel de cuerdo es peligroso entre los locos"
Diderot



Mi ex compañero de Universidad, Gerardo Becker, siempre escribe estatus muy profundos en su Facebook. A mí me gusta leerlos y siempre le hago un comentario, aunque hoy me quedó claro que su profundidad no le da para el sarcasmo y contestó algo muy profundo a mi comentario que se supone que tenía que ser gracioso. Él escribió: “La dispersión de la mente genera dolor”. Yo contesté: “No toy tan segura, amigo, yo no vivo en el grito de dolor Y MIRA QUE SOY DISPERSA ¡EH!”. Para muestra, varios pequeños botones que llevo tiempo queriendo juntar y coserlos poco a poco a mi mente dispersa:

Lata de spray para “algo”, que no sé qué es: Se sube la Hormiga a mi coche. “Hormiga, ¿y esta lata de spray?”. “¡Ah! No sé, me la dio Luis para... para... ¡Ay, Hormiga! Creo que tengo que empezar a ponerle atención a mi novio cuando me dice que no le hago caso”. Después de una risotada, la Hormiga acotó: “¿Te das cuenta de lo que me acabas de decir? TENGO que EMPEZAR a hacerle caso a mi novio cuando ME DICE QUE NO LE HAGO CASO”. Esto fue hace 7 años, de menos, a la fecha, no sé para qué era esa lata de spray, por qué la traía en mi coche y para qué chingaos me la había dado mi novio, espero que no haya sido nada importante.

La contestadora: Hace muchos años, cuando trabajaba en Reader’s Digest, la gerente de sorteos era una mujer llamada Elia Lechuga, famosa en la compañía por su poca paciencia y su temperamento explosivo. Un día, regresando de comer, veo que tengo mensajes en mi contestadora. Pit, pit, pit... tecleo contraseñas... mensaje de Elia: “Alba, te comento que el para el Sorteo “El boleto dorado de tu suerte”, el permiso de la Secretaría de Gobernación...blah... blah...” A la mitad del mensaje, olvidé que era un mensaje y me creí en una conversación con Elia. “No, Elia, es que lo que pasó fue que...” EVIDENTEMENTE, la grabación seguía y seguía y yo estaba ANONADADA porque esa mujer “¡no me respetaba y ni siquiera me escuchaba!” Elia, Elia, ESCÚCHAME (yo ya desesperada)... Elia, POR FAVOR, déjame hablar... Sólo entré en razón cuando escuché: “bueno, Albita, te busco después de comer y lo vemos”... Beeep!

Contacto para Leyla: Cuernavaca. Casa de un amigo de May, novia de Alec. Yo, de colada en el fin de semana de la epidemia influenzosa. May me presenta con todos sus amigos. “Hola, por favor, no se ofendan, NO ME VOY A APRENDER SUS NOMBRES, pero no es mala onda, me tardé cuatro años en aprenderme el de Alec”. Todo el fin de semana logré aprenderme dos nombres: Moni y Mono, era buena nemotecnia, sólo por eso. Uno de ellos, Juan Er, trabaja en alguna agencia de publicidad. Inmediatamente ofrecí los servicios de mi vendedora estrella, Leyla, y le pedí a Juan Er que me mandara un mail con sus datos de contacto. El lunes le reenvíe el correo a Leyla: “Ley, antes de que se me olvide quién es este chavo, te mando sus datos, es un amigo de May que trabaja en blah y ....” A los pocos días me dice Ley: “Ya hablé con Juan Ernesto”... silencio... “¡Ah!, ¡qué bien! ¿Quién es Juan Ernesto?” “El amigo de May que me dijiste...” “¡Ah! ¡Claro!”. Ese día fuimos a comer a Italiannis Ley, Ale y yo. Juan Er, casualmente, había comido ahí también e iba de salida. Lo vi, me quedaba claro que lo conocía pero no sabía de dónde. Me vio, me reconoció, yo creo que él, que no es disperso, recordó que pasamos 3 días en Cuerna, desayunando, comiendo, cenando y bebiendo juntos. Antes de que pudiera hablar, ¡lo reconocí!, pero era mucho pedir que recordara su nombre. Entonces lo señalé con mucha emoción y grité: “¡Ah!, eres tú”, señalé a Leyla, “es ella”, le dije a Juan Er, “es él”, le repetí a Leyla señalando a Juan Er. La chica que venía con Juan Er, después me entré que era su novia (ups) y TODOS los de las mesas cercanas me miraban intrigados: una loca gritando “es él, es ella, es él, es ella”. Lo mejor fue cuando Leyla contestó: “¡Ah! Juan Ernesto, mucho gusto, soy Leyla”. Claro, los dispersos nos ayudamos, sino ¿cómo?

Alec y el hospital: Alec en el hospital, gravísimo. Yo en mi casa, en shock, dando vueltas sobre mi propio eje. Mi amiga Lorena me dice: “cálmate, el papá de Oliver es ortopedista, ¿quieres que le llamemos para que vaya a ver a Alec?” “Sí amiga, por favor, te lo pido porque sino... buuuaa!!!!” (Llanto, berrido). El suegro de Lore con gusto iría al hospital a ver al AMIGUÍSIMO de la amiga de su nuera. “Sí, claro, ¿cómo se llama?” Yo contesto: “Alberto Chávez Servín”. El médico llegó al hospital a preguntar por un Alberto Chávez Servín que, evidentemente, no estaba hospitalizado. “Ah, doctor, sí tenemos un Alejandro Chávez Servín...” En la noche me llama Lorena: “dice me suegro que no te preocupes, que tu AMIGUÍSIMO, que por cierto no sabes ni cómo se llama, va a estar bien”.

Mucho gusto, mi novio Alejandro: Sigamos con la familia Chávez Servín. En varias ocasiones, al presentar a Albert: “¡Hola! Te presento a Alec, mi novio”. “Mucho gusto”, contestaba él todo mono y serio: “Por cierto, me llamo Alberto”.

Mafalda, en el estacionamiento de algún centro comercial, perdida... bueno, ¿qué les puedo decir? Pecata minuta. Consuetudinariamente, sin duda.

Emer, estoico: Obvio, sino, se volvería loco. Me dice el martes pasado: “Alba, no voy a poder estar en el conference de mañana, que no sé a qué hora es, déjame lo checo y te aviso....” Contesto apurada: “¡Uy! ¿Conference? ¿A qué hora?”... Sin palabras, sólo me miró. Yo, sólo me reí.

Ed Hardy vs. Ferragamo: Jueves, 8.00 am. “¿Qué me pongo?... Ah, hoy no tengo citas ni recibo a nadie en todo el día. En la noche tengo la inauguración de un restaurante condesoso. Bueno, pues ropita condesosa”. Jeans rotos, blusita con alitas atrás y corona adelante, REPLETA de brillitos MUY PLATEADOS. Cinturón de charol, estoperoles PLATEADOS en forma de corona, hebilla PLATEADA (casi de mi tamaño), tennis de charol. Pelos chinos, ni una secadora que pasara por ellos. Oficina, 11.00 am. Trabajo, apurada, cafeína, actas, contratos, llamadas. Yo, desparramada en mi silla, vestida de Bratz. Ring, Mary al teléfono: “Albin, te llama la secretaria del Doctor Blah...” Ups... “Mariposa, ¿qué día es hoy?” “Jueves, Albín”. (E N L A S Ú P E R M A D R E)... Pásamela, Mary. “¿Licenciada Hernández? El Doctor Blah va retrasado pero está en camino”. “Sí, Fulanita, muchas gracias”. Reminder de outlook: “junta Dr. Blah” (A buena hora). Llega a mi oficina el Doctor Blah: Traje Hugo Boss, zapatito Ferragamo, corbata Hermes. “Buenos días, licenciada.” “¡¡¡¡Hola!!!! ¿Te enseño mis alitas?”

El portavasos-espejo: Salía apresuradamente de la cocina de EMI saboreando un totopo con frijoles. En la recepción me esperaba un pasante que venía, con prisa, a ver unas cosas sobre un procedimiento de Avenencia. Me senté en mi escritorio, llamé a la recepcionista: “Kelly, dile a Juan Manuel que pase por favor”. No me daba tiempo de lavarme los dientes. En mi apuro, levanté la taza de café de mi portavasos morado con pececito azul, que me regaló Leyla, y lo puse frente a mi boca para revisar que no me quedara el “frijolazo” en los dientes... Después de unos segundos, seguía sorprendida por no ver mi reflejo y me esforzaba por explicarme por qué en lugar de mis dientes, yo veía un pececito azul.

Tashi, One love, one life: La canción que suena en mi cel cuando me llama Tashi es “One”. Veníamos en su coche y comenzaron a sonar las primeras notas... “is it getting better...” Mi primera reacción: buscar como loca el blackberry. Segunda: voltear a ver a Nami, que venía manejando, con mirada incrédula. Nami contestó: “No, babas, no soy yo, ES EL RADIO”.

Y, ¿qué decir? Es de familia: El viernes pasado llegué a casa de mi abuela después de la misa de aniversario luctuoso de mi abuelo. A la hora de servir la cena, mi mamá me pregunta: “Tú, Princesa, ¿quieres un tamalito?” “Ma, tengo 33 años, desde hace 33 años soy tu hija, NUNCA me han gustado los tamales y SIEMPRE me quieres dar tamales”. Salgo al patio, me ve mi abuela: “Gordita, ¿no quieres un tamalito?” ... (mmmm, ¿cómo te explico?) Me senté en el brazo de su silla, la abracé y le dije: “Sí abuela, ya me comí dos”.

lunes, 18 de mayo de 2009

Pequeño homenaje, desde la trinchera Cotidianita

Cotidianita tropezada, tengo poco tiempo, nostálgica... por el recuerdo.
¿A qué te sabe Mario Benedetti?

“sobremuriente no / sobreviviente
desde el carajo al cielo / sin escalas”

Esta mañana entró Nami a mi cuarto y dijo: “te tengo una muy mala noticia... se murió Benedetti”. No me sorprendió nada, la semana ante pasada había estado hospitalizado por alguna complicación de algo (todo se complica a los ochenta y tantos años) y yo escuché en las noticias que ya había salido del hospital, pero pensé que tal vez ésta sería de las últimas. Fui a buscar un moñito negro para anudármelo en el brazo pero el único que tenía era muy grande, iba a parecer regalo gótico y esa no era mi intención. Entonces decidí cambiar mi colorida blusa por un suéter negro en señal de luto. Sí, sí, fue triste.

Me subí, con prisa como siempre, a la Mafalda y busqué en el radio un alma caritativa que se apiadara rápidamente de mí y me indicara la vialidad de Viaducto. Me detuve al escuchar: “... mi táctica es mirarte, aprender cómo sos, quererte como sos...”... y me quedé pasmada escuchando “Táctica y Estrategia” como si fuera la primera vez que la escuchaba. Luego presté mucha atención al programa de Granados Chapa, Plaza Pública, que era precisamente un homenaje a Mario Benedetti. En él comentaban, palabras más palabras menos, que Benedetti no había sido uno de los 10 mejores escritores latinoamericanos, que probablemente se encontraba dentro de los 20 mejores. Esta primera afirmación me molestó un poco, debo reconocerlo, pero a este comentario siguió: “no tiene la maestría de Julio Cortázar, ni el dominio de la lengua de García Márquez o de Vargas Llosa, ni tampoco el del mismo uruguayo Onetti...” Bueno, nada que decir al respecto, estoy totalmente de acuerdo, pero me dejó un mal sabor de boca que lo hubieran puesto así, tan tajante. Terminó el programa y, ya metida en viaducto con todo el tráfico del DF, me di a la tarea de buscar algo que me entretuviera en el radio. Curiosamente, si bien no estaba entre los mejores 10 escritores latinoamericanos, en muchas estaciones habían homenajes a Benedetti.

Entonces empezaron a hablar de “La Tregua”, su libro más conocido, y me acordé del olor de casa del estudio de mi mamá; ahí leí “La Tregua”, por primera vez, y ahí me hice amiga de Laura Avellaneda y su amor platónico por un hombre mucho mayor que ella. Me empecé a dar cuenta que Benedetti me sabía o me olía a algo, no era importante que fuera el mejor escritor latinoamericano, ni que hubiera o no ganado un Nobel de literatura, la cuestión era, ¿A qué me sabía Benedetti? Así que mientras escuchaba todos los homenajes recordé que “resumiendo estoy jodido, y radiante, quizá más lo primero que lo segundo y también viceversa...” me sabe a cigarros Gratos, que compartía con Cristina en los pasillos del Liceo. Las primaveras, desde entonces, siempre han tenido una esquina rota, y siempre he querido tener un perro que se llame Sarcasmo, como el de Beatriz. “Primavera con una esquina rota” me sabe a compartir chocolatines con mal café con mi amiga Daniela, en las mañanas en el patio del Liceo, antes de entrar a clase. También me supo a la promesas de amor adolescente, a todos las cartas de amor (hechas en papel de cuadrícula pequeña para que del otro lado, EN CADA CUADRITO, me cupiera un perfecto “TE AMO”) que le mandé a la Ardilla y que comenzaban diciendo: “Todas las parcelas de mi vida tienen algo tuyo”. Me supo a papelito arrancado de un cuaderno, cómplice de mis coqueterías, en el que le escribía a Eddy (un chavo de la Universidad que tenía unos ojos amarillo/miel que podían volverme loca): “Te propongo construir un nuevo canal sin esclusas ni excusas que comunique por fin tu mirada atlántica con mi natural pacífico”. Me olió a playa, a libro mojado con agua de mar, cuando no me separaba del Inventario y me lo llevé a Acapulco para llorar todas las noches porque había terminado con Luis. ¡Ah!, y él me había regresado POR CORREO, muy amable él, alguna carta que le escribí con la promesa imprescriptible: “Hagamos un trato”. Me supo a lágrimas en las mejillas, cuando me volé una clase con Cynthia y nos fuimos a verlo a Plaza Loreto. No nos pudo firmar el Inventario, porque llegamos muchos amantes de su prosa y verso, pero nos leyó algunas poemas. Yo lloré desde que lo vi salir, y lloré más cuando empezó: “Porque te tengo y no, porque te pienso, porque la noche está de ojos abiertos”... Me sabe a resaca de tequila, y ésta tendrá a lo mucho unas semanas, cuando en casa de mi vecina le dije a uno de sus amigos, que me encantó y que tiene novia, que “ningún padre de la iglesia ha sabido explicar por qué no existe un mandamiento once que ordene a la mujer no codiciar al hombre de su prójima”. Me sabe a haber crecido sin haberme olvidado, haber crecido con faldas largas hippies, con amigos “revolucionarios” cuyas manos “sabían gritar rebeldía”. Me sabe a compartir con muchos el dulce sabor “de la sutilísima, la dulce venganza de Hiroshima”, cuando los japoneses adquirieron el Rockefeller center. Me sabe a puras cosas ricas, a puro dolor encarnado y sincero, el que proviene de los primeros desamores, a adolescencia, a poemas (míos y de otros), a estrellas, a “noches que están de ojos abiertos”, a tentempiés que se beben antes de asomar la naricita, a Menganos y Sutanos que se van, a amores que, entre más largos, más fáciles son, a “bodas de perlas”, a lados oscuros del corazón... Y abrumada entre todos estos sabores que se despertaron en mi boca como si hubiera sido ayer, subí el volumen y lloré.

viernes, 13 de marzo de 2009

Morir en la piel

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad. J. Sabines

Hace tiempo que quería ordenar el pensamiento para contarles lo que muchos de ustedes, y yo misma, se preguntaron (o se preguntan) sobre mi relación con ese personaje bastante extraordinario que trabajaba conmigo en la Editora. Recuerdo que me había autoimpuesto un gran reto que era escribir el texto con puras preguntas. El texto se titularía: “¿Por qué?” Y, entre otras miles de preguntas, empezaría con la siguiente: “¿Por qué después de tantos meses de conquista sin resultados decidió que era buena idea emborracharse y besar a mi mejor amiga?” “¿Por qué, cuando le dije que yo no iría con él, se le ocurrió llevarse a otra de mis amigas a pasar un puente a Cocoyoc?” Y de las últimas serían: “¿Por qué cuando salimos por primera vez, después de un rompimiento que nos había dejado a ambos el corazón roto, habiendo tomado la decisión de que sí estaríamos juntos, cuando llegó la cuenta dijo atentamente: ‘míos son 200 pesos’ y me dejó a mí pagar el resto?” “¿Por qué se metió a mi oficina exclusivamente para echarme la culpa de haber vuelto con su novia?” “¿Por qué claramente esa culpa era mía?” En fin, más que un ejercicio de catarsis, en realidad se me empezó a complicar un poco el ejercicio literario y, después de unos cuantos intentos, decidí dejarlo por la paz y limitarme a tener los cuestionamientos en mi cabeza. Después de tantos cuestionamientos a los que únicamente podía responderme “por pendeja”, decidí un día sentarme a reflexionar profundamente sobre el asunto. En mi reflexión recordé una frase muy linda que les escribí en una cotidianita de hace mucho tiempo que se llamó “Far away so close”: “la cercanía la llevamos en la piel”. Y fue así como comencé a recordar el poder y la magia de la piel. “Hay secretos en los poros para llenar muchas lunas”, dice uno de mis poemas favoritos, “(...) el cuerpo es carta astral en mensaje cifrado (...) aspira, suspira, muérete un poco, dulce... lentamente, muérete...” Sin duda, cuando la piel respira pero agoniza en un mismo espacio, uno acaba por morirse en su propia piel. Tal vez me tardé mucho tiempo en aprenderlo, pero haberlo vivido me ha permitido ahora reconocer ese roce de piel eléctrico que no sólo se llama deseo, se apellida pasión y cuando su segundo apellido es incompatibilidad de caracteres, podemos decir que entonces su seudónimo es tragedia inminente.

Hay sin duda una serie de reacciones químicas, mucha gente que sigue este pequeño foro nos podría dar miles de explicaciones y todos estaremos de acuerdo en ello: nuestra parte pensante puede entender perfectamente bien que en estas relaciones pasionales tormentosas lo único que sucede es que reaccionamos a una serie de estímulos químicos, nuestra parte sintiente está conciente de que se está yendo a la chingada sin boleto de regreso, pero nuestra maldita piel se empeña incluso hasta en buscar el conflicto y la tragedia, porque luego la piel sabe mejor con un dejo de conflicto y reconciliación. Entonces uno de pronto se ve envuelto en una serie de acciones y emociones que es incapaz de controlar y que van creciendo exponencialmente en la medida en que, curiosamente, va creciendo nuestro afán de separarnos. Así es, entre más conflictiva e incompatible sea la relación, más se enardece la piel y más se vuelve imposible salir del círculo vicioso del maltrato y el control. Finalmente uno se sale, bueno, yo me salí, algunos no se salen nunca, algunos aman este tipo de subeybaja de emociones encontradas, otros gozan maltratando o siendo maltratados, en fin, cada quien su patología y para que haya un tirano (en este caso se supone que ésa era yo) siempre tiene que haber un agachado. Pero bueno, me fui, con muchas creces.

Como recordarán de mi última cotidianita, mi último date me había hecho una “pequeña” escena después de que “lo confundí” en el teléfono con el Cronopio (como si a estas alturas del partido yo pudiera confundir al Cronopio con alguien). Después de esta escena siguieron un par más y la última fue de plano muy fuerte. Desde la segunda escena a mí me estaba empezando a quedar claro que este no era un date easy going y que finalmente acabaría por no divertirme y por estar estresada de todo en todo momento, a mí que ni me gusta estresarme. En alguna de las conversaciones profundas que tuvimos me di cuenta que mi date tomaba la vida muy a pecho: todo le generaba un conflicto. Elegir una película era labor titánica, planear ir a cenar con 4 días de anticipación era ridículo (para él) y mis amigos eran muchos, variados y yo tenía una vida social muy activa con la que él, definitivamente, no podía lidiar. “Ups, luz roja, pensé, ¡es que no es que no le guste el perfume que me pongo, es que no le gusta de plano mi esencia!” “Es que yo no voy a cambiar, le decía, la gente es como es porque le gusta como es. A mí me gusta salir, cenar en restaurantes, planear cenas románticas, amo el vino tinto y si de ahí me dicen reven (o viaje) yo ya estoy subida en el coche”. Él decía que eso era raro. “¿Raro?, pensaba yo, lo raro es que quieras seguir saliendo conmigo si claramente te desalinea el chakra el hecho de que me hablen 17 amigos en un día para ver qué plan en la noche”. Lo malo era que cuando este pensamiento invadía mi mente y mi clara y sensata reacción debía haber sido: “mi vida, mucho gusto en conocerte, ‘¡qué lástima pero no! Me despido de ti y me voy’”, en ese momento, justo después de la seria conversación o la ya acalorada discusión (¡a la tercera date, plis, ¿quién tiene discusiones acaloradas a la tercera date cuando todo debe ser rosa y miel?) tenía a bien tomarme entre sus brazos (sin importar el lugar en donde nos encontráramos, lo cual para mí era ya es demasiado osado, no soy mucho de manifestaciones de afecto, y menos de apasionamiento, el lugares públicos) y plantarme un beso de estos de película en los que la espalda casi rosa el suelo. Me empecé a dar cuenta que podía tener enfrente una nueva relación que me llevara otra vez a morir en mi piel, pero, tal cual, me resultó tremendamente atractiva. El fin de semana del 14 de febrero quise organizar algo para salir con mi date y con Nami (Tashi), día que ella y yo celebramos porque un 14 de febrero, de hace ocho años, nos hicimos abogadas. No hubo forma, no recuerdo por qué, lo único que recuerdo es que alguna complicación había surgido en su vida y, además, era muy pronto para planear qué hacer el 14 de febrero. Lo que siguió a ese fin de semana fue una semana muy trágica y muy triste para mí y para Tashi así que tuve que dejar por la paz el tema de la complicación de mi date. Para el viernes siguiente, mi date tuvo a bien quererme acompañar al cine. Yo tenía tres planes diferentes ese día: una cena que había querido organizar en mi casa (sin éxito), un cena en casa de mi vecino de abajo (somos cuatro departamentos que nos juntamos una vez por mes a cenar) y un karaoke en casa de Angie (una amiga de la Hormiga que nos cae muy bien y la queremos mucho). Cuando mi date llegó por mí yo estaba bipolar y disfuncional. El plan era ir al cine a ver una peli del FICCO y después, dependiendo de lo que mi bipolaridad determinara, podría ir a cenar a casa de mis vecinos. Justo cuando íbamos saliendo de mi casa me llamó el vecino anfitrión a mi celular. Le di las malas noticias de la triste semana de Nami y mía y le dije que me encontraba en una situación muy precaria y bipolar, que echar unos chupes en ese momento podía llevarme a la locura, o al baile, o al llanto, o a tantas cosas diferentes que desconocía mi posible reacción. Le pregunté si me aceptaba bipolar en su cena. Justo en este momento abrí la puerta de mi casa y él me dijo que acababa de oír mi puerta, él estaba llegando. Nos asomamos por la escalera: “Vecinita chula, sí claro que te acepto bipolar y a la hora que sea”. Volteé a ver a mi date y estaba ya subido en el elevador con cara de rottweiler. Me subí junto a él y le dije en tono de desesperación y con cara de tsunami: “¿¿¿¿¿¿Qué?????? ¿¿¿¿¿¿Ahora qué te pasa??????” Estuvimos todo el camino al cine y toda la cena antes de la película discutiendo. Yo ya estaba desesperada, había tenido un semana triste y dos días tétricos en el trabajo porque falté un día. En el mundo de mi date todo era un conflicto: su trabajo, su hija y sus clases de equinoterapia, su ex mujer, el cine, yo, mis amigos, mi vecino, mis tres planes en la noche que no le comuniqué y lo habían hecho sentir “mi tercera opción”. ¿Cómo? Yo no entendía nada, si yo tenía 3 planes y estaba con él en el cine eso quería decir que pese a mis tres planes ÉL era LA opción. Yo argumentaba que todos en esta vida tenemos trabajos y presiones en el trabajo (yo estoy a punto de firmar un contrato que lleva 3 años en negociación, cosa que no le dije, ¿cómo para qué?), que no entendía por qué le preocupaba la equinoterapia de la hija si a mí me parecía lindísimo ir a terapia con caballitos, hay niños que no tienen ni para comer y la de él va a terapia con caballos, ¿por qué le conflictuaba? Su ex mujer está loca, según él, yo nunca me he creído esta historia de las ex mujeres locas. Las mujeres somos locas por naturaleza, sí, pero los hombres nos enloquecen el triple. Detrás de cada ex mujer loca siempre hay un hombre capaz de sacar de sus casillas hasta al santo Papa. No logramos ponernos de acuerdo, la película estaba punto de empezar. Nos levantamos de la mesa y le dije que todavía quería comprar un té helado antes de entrar al cine. Para ser sinceros, estaba esperando ver una película en el silencio total y sin siquiera el roce las manos. Para mi sorpresa, en la fila de la dulcería, el cine a reventar, mi date me volvió a tomar en brazos, me abrazó con la fuerza de los caballos de la equinoterapia de la hija y me puso otro beso de antología erótica. No había duda: la piel estaba destinada a avivarse nuevamente, después de casi 8 meses de sueño profundo. Terminado la función me llamó el despistado de Jorge Aragón, quien nunca avisó si podía o no ir a la cena en mi casa que había resultado todo un fracaso. Yo estaba sentadita en la sala escuchando a una serie de adolescentes insurrectos que bombardeaban al director de la película con preguntas intrascendentes sobre los claroscuros. Le contesté a Jorge: “Chimbo, dijo, estoy abajo a tu casa, ¿qué depa es?” “¿Cómo que estás debajo de mi casa? Yo estoy en el cine, Chimbo, ¿por qué no me llamaste para confirmar o cancelar?” Finalmente nos reímos mucho y Chimbo se dispuso a agarrar su camino, solitario, vestido y alborotado, rumbo a algún bar de la ciudad. Yo colgué y miré a mi date... que nuevamente tenía cara de rottweiler. Todo el regreso a casa fue igual que la ida: discusión sobre qué hacía Jorge afuera de mi casa a las 11 de la noche. Es que yo ya no podía discutir ni un segundo más básicamente porque no encontraba una respuesta a todas sus interrogantes: “¿pues a qué hora empiezan las cenas en tu casa?”.... ¿Qué contestaba ante esto? ¿La verdad? “Pues mira, no sé, yo cito a las nueve, los más colgados han llegado a caer a las 4 de la mañana, o sea que el margen es amplio....” Iba a pensar que me estaba burlando de él y de verdad que no era mi intención, simplemente no entendía qué era lo que le había molestado en esa ocasión. Llegamos a mi casa y prácticamente le rogué que se quedara a echar unos drinks en casa del vecino, conmigo. Él me decía que no estaba preparado para conocer gente. “¡Ah, chingá! ¿Cómo se preparará uno para eso?” Yo estaba dispuesta a tomar un curso intensivo de empatía, todo en aras de la bendita magia de la piel, pero de verdad me iba a costar mucho trabajo porque no puede haber empatía entre las hadas y los centauros, son dos mundos diferentes. Finalmente nos bajamos del coche y nos dirigimos a la puerta de mi casa. En ese instante llegaba mi padre con la tía Esther y nos pusimos platicar unos minutos ahí en la puerta. Mi tía comentó que para el cumpleaños de mi primo K-Beto se irían todos a Xochimilco. Yo recuerdo haber comentado que no era mi hit ir a echar drinks a Xochimilco: “todo es muy complicado en la trajineras, tía, se te cae el drink, te mojas, chocas con otras trajineras que tienen la música a todo volumen, ir al baño es un conflicto, no falta el borracho que acaba en el agua y no sabe nadar...” Conclusión: yo no iría a las trajineras con el primo. Después de otro par de intercambios de ideas, nos disponíamos a subir a casa. Mi date se quedó cual estatua de marfil en la puerta. “¿Vienes?”, le pregunté con tonito de niña chiquita. “No, ya me voy a mi casa”. No entendí nada. Más tarde me enteré que el problema había sido que yo "ya estaba organizando plan para ir a las trajineras", ¿cuándo? No lo sé, yo recordaba perfecto haber dicho QUE NO QUERÍA IR A LAS TRAJINERAS. Me subí a mi casa, tomé una botella de vodka y me bajé a casa del vecino. Justo al llegar con el vecino recibí un mensajito de mi date: “Eres muy linda, me gustas mucho pero no puedo con tu ritmo de vida”. Sentí que la sangre me hervía en el cuerpo y estuve a punto de contestar el mensajito lanzando un poderoso: “¿¿¿¿¿¿Y AHORA QUÉ CHINGAOS HICE??????”.... cuando la memoria de mi piel se echó a andar: empecé a recordar todas y cada una de las discusiones acaloradas con aquel otro individuo, todos los argumentos sin pies ni cabeza ni lógica alguna que sólo me hacían desesperar más, todos los mensajitos mandándonos al demonio, todas las borracheras terminadas en dramas y TODOS Y CADA UNO DE LOS MALDITOS ROCES DE PIEL QUE ME HICIERON ESTAR AHÍ MÁS DE UN AÑO. Sentí el mismo impulso, la misma pasión mal encauzada, la misma frustración, el mismo coraje, la misma falta de entendimiento y el mismo ardor en la piel. No contesté nada. Una vez superado el movimiento armado encabezado por los poros de mi piel, contesté en buen tono, deseándole a mi date toda la luz dorada del mundo, todo el amor y todo el prana y me retiré a dormir en paz. Al día siguiente pasaron mil cosas más: fue a dejarme un cinturón mío que tenía y lo fue a botar en el cofre de la Mafalda, me llamó y me empezó a decir de cosas. Estuve a punto de engancharme soltando improperios y argumentando con toda la lógica que mi pensamiento me permitía cuando volví a sentir el llamado de la piel en las venas de mi cuello, el latir acelerado del corazón y todos los músculos de mis piernas tensarse poco a poco. Recordé otra vez, “la cercanía la llevamos en la piel”, imaginé el reencuentro y la apasionada reconciliación, los perdones, los juramentos... La piel tiene memoria, es lo bueno. Me detuve en seco: “¿sabes qué? Lo único que pretendí fue tener una relación contigo. No se puede, somos muy diferentes, me pareces una persona maravillosa, se feliz, te deseo amor y luz”. Se le acabaron los argumentos, dejó de engancharse, dejó de escuchar, supongo, el latido desesperado de su corazón, sus poros se empezaron a adormilar otra vez y con un tono de sorpresa me dijo adiós. Me llamó varias veces, se disculpó, me pidió 18 perdones diversos, me jura un enamoramiento eterno y desmesurado, me dice que no me quiere perder... y en cada palabra, en cada sílaba que leo en sus correos, siento la sangre a punto de ebullición, siento el estremecimiento sutil de mi pecho, leo en mis pensamientos el doloroso recuerdo de la magia negra de la piel, de la actitud servil que las neuronas demuestran ante la electricidad de un abrazo y de la involución del ser humano al contacto con la violencia de la pasión. Él es y existe en algún lado y en otras vidas fuimos algo que nuestra piel no olvida, pero yo no puedo, bajo ninguna circunstancia ni movida por ninugna pasión, someter a mi cuerpo a ese maltrato nuevamente, a ese dominio desmesurado de la insensatez, a esta lenta muerte en la piel: “aspira, suspira, muérete un poco, dulce... lentamente... muérete”.

viernes, 27 de febrero de 2009

Sex and the City en EMI

"A man on a date wonders if he'll get lucky. The woman already knows."
Monica Piper

La semana pasada, en alguna de mis noches de insomnio, me topé con un maratón de Sex and the City y me di a la tarea de verlo hasta las 2.00 am. Tengo siempre ciertos sentimientos encontrados con esta serie: la mayoría de las veces me hace reír, otras tantas me deprime un poco y algunas veces me da un poquito de esperanza. En el último capítulo que vi, Adan le va a proponer matrimonio a Carrie y ella lo descubre porque encuentra el anillo de compromiso en su maleta. Su primera reacción es ir a vomitar al baño. Luego se junta a comer con sus inseparables amigas (yo siempre me he preguntando, ¿a qué hora trabajan estas viejas?) y les cuenta que, además de que no está segura de quererse casar con él, el anillo es CERO ella y entonces se pierde en mil cuestionamientos sobre qué tan adecuado resultaría casarse con un hombre que ni siquiera sabe qué tipo de anillo comprarte. En realidad pensé: “en qué se fija esta mujer, ¡por Dios! El novio es monísimo y le tolera todas las locuras de este mundo”. Luego me puse a pensar, “¿cómo que en qué se fija?, no te hagas mensa, Albita”... y empecé a recordar todas las veces que el Santi se iba a algún lugar y me traía ropa. Me traía las cosas más extrañas de este mundo: camisas con cuellos muy altos, playeras, sacos horribles.... Nada, absolutamente nada tenía que ver conmigo. Las dos primeras veces no dije nada, pero, como en todo matrimonio, una vez superada la etapa de la miel, primero me enojaba tremendamente y luego me sentaba a reflexionar sobre lo poco que me conocía mi marido o lo poco que me ponía atención. ¿Por qué regalarme algo que de plano va gritando a los 4 vientos: yo no soy una prenda para Alba. Al final del capítulo, el galán, asesorado por una de las amigas, le compra otro anillo y entonces ella, disipadas TODAS sus dudas gracias al cambio de anillo (¡Dios! ¡Qué mal comienzo!), acepta feliz. En esta última escena fue donde me sentí un poco optimista: “bueno, puede que, después de todo, sí me vuelva a casar con alguien que cuando me compre ropa yo me enloquezca y la quiera estrenar en ese momento”.

Con esta idea tranquilizante por fin me dormí. La cuestión aquí es que Sex and the City es claramente una serie, y si bien el (o la) guionista es una maravilla y ha podido entender bien la psique de las mujeres en sus treintas, solteras, independientes, exitosas, no deja de ser una ficción que estas mujeres sean, además, sumamente atractivas y tengan dinero suficiente para estar siempre vestidas de diseñador y comprarse 18 millones de zapatos lindísimos. Yo, en cambio, tengo mi propio Sex and the City y es muy de la vida real, sin guionista, y no se parece tanto a la serie. Tengo muy buenas amigas en EMI y, gracias a Dios y a toda su corte celestial, nuestro trabajo es sumamente entretenido y nos permite el desayuno, el cafecito, el chisme en cualquiera de las oficinas, la comida, el after office, la actualización de nuestras historias cada 10 minutos y una convivencia tan íntima como aquélla que se muestra en dicha serie. Desde la mañana nos empezamos a mensajear para monitorear nuestra ubicación, el estatus de nuestro cuerpo y el de nuestro jefe: “¿Ya llegaste?” “No, sigo en el pinche tráfico”. “Estoy crudísima”. “No he desayunado”. “Me estoy muriendooooooooo“¿Ya llegó el jefe?”. Una vez que hemos puesto un pie en la oficina la siguiente parada obligada es la cocina (o Starbucks, en su defecto) en donde nos sentamos tranquilamente a picar la fruta, preparar café, servir té, sacar las gorditas de chicharrón y ponerlas en platitos, lo que sea, dependiendo del día. Posteriormente nos sentamos y entonces damos rienda suelta a la actualización. Justo esta mañana recordé ese capítulo de Sex and the City mientras Natalia me contaba su date de ayer. La serie se queda corta con la realidad de lo que nos estresa. Natalia se quejaba amargamente de que durante su ida al cine, sala Platinum, surgieron 18 cosas por las que ella no volvería a salir con el galán en cuestión. Primero, llegó con una polo que a ella le pareció ochenterísima y ya, desde ahí, las cosas no iban bien. “Aja, exacto, comenté, mi hindú un día salió con unos tenis muy blancos y muy grandes y yo estaba en shock porque iba a caminar junto a él por las calles”. “¿Cómo que unos tenis muy blancos?”, preguntó Natalia. “Pues sí, así como... pues como MUY blancos, ¿ves?”. Entre mujeres es muy fácil entender este tipo de explicaciones sin pies ni cabeza. Ante esta respuesta mía, mi amigo Milín hubiera contestado: “No, no te entiendo”. Pero no, Natalia contestó: “¡Ah! Sí, como tenis Panam de uniforme de deportes”. “¡EXACTO!”, contesté emocionada, le había dado al clavo. Un chico hindú con el que salí dos veces fue borrado de mi lista de posibles prospectos por haberse atrevido a ponerse unos tenis tan pasados de moda. Así es como una mujer declina la invitación formal y seria de un hombre bondadoso, espiritual, atento y con muchas ganas de salir con ella, por unos tenis (ni hablar del anillo de compromiso, ¿verdad?). Después de que Natalia se subió al coche, y no podía pensar en otra cosa que la polo ochentera, llegó al cine y se sentó en su amplio reposet de la sala platino con un smootie en la mano. Su smootie no tenía frapé; su smootie, palabras de ella, era una especie de sopa con la que ella no estaba a gusto. Le externó el disgusto al galán y el galán no hizo nada. Ella esperaba que él saliera corriendo a cambiar el smootie por uno que fuera de su agrado, y, a decir verdad, eso es lo que esperamos todas. No que se trate de un smootie, si licenciamos música, obvio podemos resolver el problema del smootie, pero es esta cosa de dejar que te solucionen la vida. De sentir que, por dos horas, eres una perfecta inútil a merced de tu galán que va a resolverte TODA la existencia. Además del smootie, el reposet de él no se hacia para atrás. Natalia reclinó su reposet y le dijo: “¿Qué onda? ¿No vas a ir a ver si te arreglan el asiento?”. “Sí”, contestó él sin inmutarse y sin prestar atención al caso del smootie, que, para estos momentos ya se estaba complicando más. La película estaba a punto de empezar y el galán no se inmutaba. Finalmente, Natalia se paró, ya enojada (el hombre ni se enteró que ella estaba enojada), fue directamente a quejarse (seguro de mala manera) con una pobre chica del cine que, sin deberla ni temerla, lo único que le dijo es que su smootie se lo cambiaban en la dulcería. Para estas alturas, y estando en sala VIP en donde te esperas una buena atención, Natalia lo único que quería era que alguien le solucionara la vida, ya que el galán claramente no lo iba a hacer. Le dio el smootie a la chica y la mandó a la dulcería a que se lo cambiara. Regresó con alguna persona del cine y arregló el reposet (hasta ahora no entiendo por qué le molestaba que su reposet, suyo de él, no funcionara si el de ella se reclinaba perfectamente bien). Seguíamos la conversación en la cocina y yo comenté que si no le había solucionado lo del smootie, ni pensara en que el día de mañana le iba a solucionar la descompostura del boiler o del refri (Natalia tiende a descomponer electrodomésticos). Salió del cine y se dijo a ella misma que tenía que relajarse y ser un poco más tolerante. Con esta mentalidad, le ofreció caminar por el parque, con todo y la polo ochentera. Caminando se toparon con un coche estacionado en batería sobre la banqueta, dejando un espacio muy pequeño para que pasaran. ¡Él se adelantó para pasar delante de ella! En este momento, Ale y yo sí pegamos un grito: “Nooooooo”. Una conducta así sí es para no volver a salir con el galán. Su date pasó sin pena ni gloria. Después me preguntaron cómo me había ido en mis últimas dates con el último galán. La verdad que a mí me había ido bastante bien en mis tres primeras citas con el último galán, hasta que de pronto, de la nada, el galán se me enloqueció y no hubo manera de regresarlo a la cordura. Todo empezó porque un lunes le mandé un mailcito tempranero para darle los buenos días y para sugerirle que hiciéramos algún plan de cenita romántica el viernes. Me preguntó un sin fin de cosas sobre mi plan romántico: que como a qué hora, que como dónde, que era vísperas del 14 de febrero y todo iba a estar hasta el gorro, que cómo qué tipo de restaurante. Después de tantas preguntas terminó contestando que luego veríamos, que faltaba mucho para el viernes y que él no estaba acostumbrado a planear con tanta anticipación y que planear no estaba padre porque qué tal que uno no llega al viernes y entonces se esfumó el plan. “Aja, ¿tanta anticipación?, pensé, si supiera que tengo planeados mis próximos 4 jueves...” Contesté que ese argumento me parecía carente de fundamento y de lógica. Si uno se va a morir, se va a morir igual, con o sin planes y que, incluso, en este momento de la vida, si me tocara morirme, me moriría tranquila porque habría gozado de la compañía de todos mis seres queridos precisamente por planear mis encuentros con tanta anticipación. Me contestó: “ok”. Asumí que no estaba muy interesado en mí y, pues, ni modo, no siempre todo mundo está interesado en una. Volvimos a hablar el jueves para ponernos de acuerdo para ir al cine. Coordinarnos para el cine fue tarea complicada que duró TODA la tarde del jueves vía mensajito. Yo quería ir a ver Inframundo y él ya la había visto y no tenía ni la menor intención de volverla a ver. “¿Por?, pensé, si estoy saliendo con alguien QUE ME INTERESA y me dice: reinita, vamos a ver The Fast and The Furious 43, pues ni modo, me voy a verla, ¿no?”.... Al parecer mi date opinó que no. Ale y Natalia opinaron que sí, mientras nos tomábamos un tecito verde en la oficina de Natalia, después de la comida, durante la cual también analizábamos igualmente la conducta de mi date y, una vez más, la del date de Natalia y su apatía por los reposets. Sugerí a mi date ir a ver Cementerio de Papel. “No veo películas mexicanas”, fue la respuesta. Entonces finalmente decidimos que nos encontraríamos en mi casa y de ahí veríamos qué podríamos ir a ver. Antes de salir de la oficina convoqué una reunión extraordinaria: Ale y Natalia llegaron corriendo. Les enseñé la cadena de mensajitos: “¿Estoy ya muy neurótica, soy muy picky o de verdad a este chavo le da exactamente lo mismo si sigue o no saliendo conmigo?” Después de analizar la conducta por unos cuantos minutos, llegamos a la conclusión de que en realidad era muy extraño el galán y que no podíamos emitir una opinión tan apresurada sobre su interés en mí. Mientras manejaba rumbo a mi casa quería descifrar MI interés en salir con un chico que demostraba TAN poco interés en mí, y entonces mi mente viajó a todas las situaciones posibles en las que mi date iba a demostrar apatía. Entre las situaciones que me imaginé, imaginé algo relacionado con un concierto y recordé que tenía que llamarle al Cronopio para decirle que no iba a poder irme a Querétaro al día siguiente para acompañarlo, a él a y su hermana, al concierto de Emanuel. En mi atarante constante y perenne, le marqué a mi date sin querer. Mi date se estaba lavando los dientes y sólo podía contestar “aja” “mmju”. Entonces yo empecé a soltar la perorata y las explicaciones de por qué no podía irme a Querétaro al concierto de Emanuel. A todas mis explicaciones, el date contestaba: “aja”, “mjum”... Y yo seguía diciendo: “es que Cronopio, también se me había olvidado lo del concierto, ahorita ya no pudo pedir permiso para faltar el viernes a la oficina y además tengo una junta...” Finalmente, terminó de lavarse los dientes y me dijo: “ok. Yo creo que no vamos a ir al cine hoy”. ¿? Primero me sorprendí porque obviamente esa no era la voz de mi Cronopio. Después no supe quién era y pensé que tal vez alguien había contestado el celular del Cronopio. Entonces, para dejar de hacer elucubraciones idiotas me fijé en la pantalla de mi celular y entonces vi el nombre de mi date. “¡Ah! Hola”, dije melodiosamente mientras soltaba una carcajada. A mi date no le pareció nada pero nada gracioso que me hubiera equivocado de teléfono y sin siquiera preguntar qué onda, qué había pasado, quién era el Cronopio, por qué me iba a un concierto en Querétaro, decidió colgarme el teléfono. “¿¿¿¿¿Por??????”, comentó Natalia al día siguiente, mientras preparábamos galletas con mermelada en la cocina. “No sé, nunca entendí. Después le marqué como 3 veces y no me contestó el celular”. Obvio no llegó a mi casa, nunca entendí por qué. “¡Ay, no, Albita! De verdad que tenemos ya muchas cosas de qué preocuparnos como para además andar de dates de alguien que nos preocupe más”, dijo Natalia. “No, esperen, eso no fue lo más raro, continué, lo más raro fue que me llamó como a las 10.00 pm. y su frase de saludo fue: hola, dramática”. “O sea, ¿cómo? Dramática, ¿tú?”, casi escupe la galleta Ale. “Sí, claro, la dramática era yo”. Durante una conversación de casi una hora mi date trataba de explicarme, sin mucho éxito, que había tenido un ataque de celos porque yo lo había confundido. “No, no te confundí, contesté, ¡no puedo confundirte si lo único que escucho del otro lado del teléfono son puros ajases!” Entre otros argumentos me dijo: “yo no sé a ti, Alba, pero a mí me han puesto el cuerno varias veces y no quiero que me vuelva a suceder”. “A ver, primera cosa: obvio me han puesto el cuerno, ¿qué esperabas? Si no vivo en un pinche tupper. PERO, segunda cosa: ¿qué tiene esto que ver con un cuerno si ni siquiera andamos? Hemos salido 4 veces y de pronto ya estamos en los cuernos. Mira, date, si tú me llamas por teléfono y me comienzas a decir: hola, Brendita, ¿cómo tas? Oye, fíjate que mañana no vamos a poder ir a echarnos el cafecito porque bla bla bla... Primero me voto de la risa, luego te digo: no, corazón, no soy Brendita, soy Albita y tan tan”. Se acabó, no hay lío, no hay: “quién chingaos es Brendita” y muchos menos, 2¿por qué me estás poniendo en cuerno con la pinche Brendita”. ¿No? ... Esta historia podría continuar, por hoy, hemos terminado. Sex and the City en EMI se traslada en este instante a El León de Oro a celebrar los 33 años de esta nada humilde servidora. Besos y estrellas.

martes, 10 de febrero de 2009

La guerra mundial, en el Conejo Blanco

“I loved the taste of blood since I tasted yours”
M. Duras
Hiroshima, mon amour


Hace un tiempo leía en Chilango una nota que llevaba por título “Mi autor me mima”. Se trataba de unos eventos que me parecieron muy atractivos: círculos de lectura en diferentes librerías de la ciudad; al final de éstos, los participantes se juntan en una de las sedes para tener un coctel con el autor. El artículo mencionaba que la velada con Ruy Sánchez se había alargado hasta que habían tenido que correr a los comensales y que no sé qué otro autor se había llevado a sus lectores a su casa a seguir con la velada. En ese momento me dio una envida de la mala (yo siempre he insistido en que no existe tal cosa como una “envidia de la buena”) por todas aquellas mujeres que lograron oír de labios de Ruy Sánchez cómo se definen Los Sonámbulos y qué pasa en los Jardines Secretos del Mogador. Me imaginé que tal vez hubiera una tenue luz en esa velada mientras alguien leía pausadamente: "(...) soñé que dormías desnuda a mi lado y que aun antes de despertar completamente yo levantaba mi mano hacia ti para acariciarte. Tocaba tu piel alrededor de los pezones embriagándome en su textura. Me acercaba en círculos a la parte más dura y mis dedos lentamente enloquecían. La memoria, reina caprichosa del cuerpo, me hacía tener por la mano las sensaciones de mi boca". Aunque tal vez nadie en esa velada leyó nada de Los Labios del Agua y la noche transcurrió entre vino tinto y anécdotas de cualquier especie. Pero igual yo sentía envida. La semana pasada la Hormiga me dijo que había leído una cita que hizo suya, misma que yo también adopté: “La envidia es el tributo que la mediocridad le rinde al talento”. Tal cual, yo me moría de envidia tanto del desmesurado talento erótico de Ruy Sánchez, como de quien hubiese tenido la idea de organizar estos círculos de lectura tan íntimos y personales. Decidí que llamaría a los teléfonos que aparecían en la revista y me inscribiría al siguiente círculo, no fuera a ser que me perdiera otra velada sensual y literaria.

Otro día venía en mi Mafalda escuchando mi estación favorita: el scan de mi radio, Santi decía que ésa era mi estación favorita. De pronto escuché: “...Joaquín Lavado, mejor conocido como Quino...” y en ese instante detuve el scan para escuchar la nota completa. Debo confesar que lo primero que me vino a la mete es que tal vez estaban anunciando su muerte, y me pasó algo muy curioso, igual que me pasó cuando me enteré que Benedetti estaba en el hospital muy grave, pensé que mientras yo dormía profundamente la noche anterior, un genio se debatía entre la vida y la muerte para, como siempre, al final del debate, abrirle paso a aquélla que nunca pierde un debate. Escuché con atención y para mi gran sorpresa Quino no sólo estaba muy vivo, sino que esperaría a sus lectores en Plaza Loreto ese mismo día a las 5.00 pm. para firmar autógrafos. Acto seguido, enloquecí. Llamé primero a la Hormiga, que enloqueció conmigo pero que no podía acompañarme a la firma de autógrafos, a la cual yo no quería ir sola por esto de mi demofobia. Recordaba que en la firma de autógrafos precisamente de Benedetti habíamos sido tantos que Benedetti no pudo firmar nada, yo me quedé con mi Inventario arrugado debajo de mi brazo mientras lloraba a lágrima tendida escuchando como el señor Benedetti leía “Bodas de Perla”. Luego le llamé a Tashi, no porque ella sea la más fan de Quino, sino porque estaba muy emocionada y no sabía a quién más hablarle para contarles que, a como diera lugar, yo iría a esa firma de autógrafos. Después de hablar con la mitad de mis amigos, encontré a un alma caritativa que se apiadó de mi demofobia y, pese a que no es nada fan, aceptó ir conmigo a tan magno evento: Elka. Llegué a mi oficina y mientras contestaba mis mails de chamba, le escribía a Kuki y a Gaby para ponernos de acuerdo para el brindis de fin de año. En uno de esos mails que iban y venían comenté que iría a la firma de autógrafos de Quino esa tarde. A mi comentario siguió un mail de Gaby contestando algo así como: “¿¿¿¿¿¿¿EN DÓNDE?????? Voy contigo”. Yo no sabía que Gaby era fan también, en realidad hay muchas cosas que no sé de Gaby, siendo ella una amiga originalmente de Kuki, pero parece que compartimos varios gustos y, también, según me di cuenta ayer, muchos gustos culposos como RBD y Fernando Colunga. Finalmente Gaby se unió a la firma de autógrafos y nos fuimos las tres. Estuvimos horas esperando un autógrafo, que hasta lo tengo escaneado, se los podría mandar por mail a solicitud de parte. Durante estas horas de espera aprovechamos para ponernos al día de la vida de Gaby, Elka y yo nos vemos bastante seguido y nuestras vidas están muy al día. Aproveché para comentarle a Gaby de estos círculos de lectura que había encontrado en Chilango y le emocionó enormemente el asunto. Nos inscribimos. Ayer fue nuestra primera sesión en la librería Conejo Blanco, con el grupo de lectura de la Condesa que, según me comenta el coordinador de proyectos, es un grupo muy establecido y muy integrado.

Llegué muy temprano, fui la primera y el único que estaba ahí era el coordinador, Pepe. Luego llegó una señora Shoshana (no sé cómo se escribe su nombre, pero ahora sé que significa Rosa en hebreo) y luego un señor Martín. Después llegaron Gaby y Evelyn, Evelyn es la moderadora del grupo y Gaby trabaja haciendo algo también en Letras Voladoras. Al final llegó Gaby, mi amiga Gaby, no la otra Gaby, y tres chicas más: una médico y dos chicas que trabajan en IBM, cuyos nombres ahora se me escapan. Ayer fue noche de presentaciones, cada quien dijo qué hacía de su vida, en dónde trabajaba, si era soltero o casado, si tenía perros o gatos, cuál era su comida favorita, su programa de tele favorito y su música favorita. Yo tuve muchos problemas, como siempre, para contestar las preguntas relativas a la música y la comida favorita. De música acabé confesando que este trabajo me tiene a veces aturdida con la música y que ya no sé qué me gusta y que no. Conté mi terrible anécdota del miércoles pasado que fui a cenar con Memo Gil. Estaba felicitando a Memo por los 3 Grammies que se sacó y se me ocurrió preguntar de qué eran los Grammies, a lo que me contestó que los obtuvo por Kany García. Mi siguiente comentario fue: “mmm... Memo, ¿Kany es una él o una ella?”. Memo me dijo que yo no era posible en esta vida, sobre todo porque en esto trabajo. Comenté que tenía toda la razón del mundo pero que en verdad me había esmerado en el último año en estar al tanto de la música, lo cual no era nada fácil para alguien que escucha arpas celtas y discos de Buddha Bar. Entonces se reían mucho de mí en el círculo de lectura y mi amiga Gaby empezó a cantarme lo que supongo que es una canción de Kany García (que sí es una ella). Luego confesé los gustos culposos: “Inalcanzable” de RBG, Gee y el nuevo sencillo de Paty Cantú (todo EMI, sino, ¿de dónde hubiera tenido yo acceso a esta música tan culta y elevada?), y Gaby cantó algo de RBD, aunque no hizo comentario sobre Paty Cantú a quien, asumo, nadie la conoce mas que todo EMI. De comida nunca sé qué contestar y opto por decir siempre que depende del ánimo, cuando en realidad lo de la comida depende: del ánimo, de la zona de la ciudad en la que uno se encuentra, del clima, de la situación, de quién va a pagar la cuenta, de si se está a dieta o no, de si va con las amigas o con una date (y, en este caso, depende si es la primera, la segunda, la tercera...), de si se está dispuesto a sacrificar lugar por calidad... Entonces, para que no se empezaran a dar cuenta, desde nuestro primer encuentro, cuán complicada soy para la comida (y para la vida, en general), decidí contestar que dependía del ánimo, que era muy muy fan de la comida y recuerdo que comenté que no me gustaban las berenjenas mas que en Musaka. Finalmente empezó la introducción al círculo. Evelyn dijo que para entender un libro hay que entender primero a su autor, y empezamos leyendo una biografía de Jorge Volpi. Yo nunca he leído nada de Jorge Volpi, pero sé, porque me lo dijo mi amiga Pili, que es un gran escritor, que ha ganado varios premios y que en algún momento de la vida salió con mi amiga Pili. Yo estaba emocionada porque iba a leer algo de Jorge Volpi. Para sorpresa de todos, el libro que teníamos en nuestras manos es el tercero de una tetralogía que comenzó con un libro titulado “En Busca de Klingsor”, siguió con “El Fin de la Locura” y éste se llama “No será la Tierra”. Ya veremos después cómo se llama el cuarto. Mi amiga Gaby comentó: “Pregunta, ¿por qué no empezamos por el principio?” A lo que Evelyn le informó que Alfaguara, como una especie de patrocinador, les da los libros y entonces tenía que ser ése. Evelyn había preparado un resumen de los dos libros anteriores para que no estuviéramos tan ignorantes del tema. Hasta este punto yo seguía muy emocionada con el círculo de lectura: el lugar es muy agradable, tomé una copa de buen vino, la plática de mis compañeritos era sumamente interesante, culta y elevada, y dentro de la biografía de Vopli se leía un bullet que a continuación transcribo: “ Jorge Volpi es un escritor atípico en la esfera cultural mexicana. Se documenta a fondo antes de escribir y siente una gran pasión por el mundo de la ciencia y sus implicaciones y por la política y el pensamiento actual. Sus novelas van dirigidas a un lector culto, inquieto e inteligente, a fin de inducirlo a una reflexión en el fondo ética”. Al leer esto me emocioné: me habían llamado culta, inquieta e inteligente porque, aunque nunca he leído nada de este autor, estaba yo en un círculo de lectura en donde leeríamos un libro de él, ¿qué no? Y, además, al finalizarlo me iría a un coctel con él, lo cual me hacía más culta, inquieta e inteligente. Me sentí feliz por estar haciendo por fin este año lo que he olvidado en dos años y medio de trabajar en EMI: alguna actividad que alimente mi espíritu y mi intelecto, que está ya tan atrofiado que le gusta RBD.

Todo cambió cuando empezamos a leer la reseña de las dos precuelas de “No será la tierra”: “Hacia 1944 el mundo está en guerra, declarada por Adolfo Hitler a la cabeza del Estado alemán...” En ese momento me tomé la molestia de leer la contraportada de libro que tenía en las manos: “La bióloga soviética Irina Gránina contempla el derrumbe del comunismo...” Entré en pánico. Hay varios libros en esta vida con temas diversos que me matan de flojera, como las matemáticas, los códigos fiscales, los libros de biología y los tratados de política. No obstante, si tengo que leerlos por alguna circunstancia, los leo y me callo la boca. PERO si hay un tema que me pone los pelos de punta, no me gusta, no lo tolero, me produce náuseas y lo evito a toda costa es el tema de la segunda guerra mundial y el holocausto. Vaya, me salí del cine en “La lista de Schindler” y lloré tres días seguidos cuando un novio (muy malo) me obligó a ver “La vida es bella”. Después de eso, me batí a duelo limpio con Santiago por no ir a ver “El Pianista” y vivo muy tranquila sin recordar que alguna vez hubo un hombre tan macabro que seguro está sentado tomando el té con Satanás. Casi lloro. ¿Por qué, por qué, por qué a mí que me encanta el Mogador, que me emociono tremendamente con las Primaveras que tienen una esquina rota, que no me enamoro de Edward pero sí de Lestat, que me imagino perfectamente cómo entraba y salía Aura del cuerpo de aquel gato y que disfruté cada olor percibido por la fina nariz de Grenouille, por qué me tenía que tocar en mi primer círculo de lectura aprender sobre el comunismo y los nazis? Ah, y también viene un capítulo sobre la bomba atómica, por si no me basta la caída del muro de Berlín. Pero yo ya leí “Hiroshima, mon amour”, ¿no es suficiente? Finalmente me tranquilicé un poco cuando leí: “En el vértigo de la historia, tres mujeres entrecruzan sus destinos”. Tal vez voy a leer una novela mujeril que tiene como fondo la pos guerra. No está tan mal, finalmente en las historias donde hay mujeres, sean pos guerras o pos hecatombes nucleares, siempre habrá un tinte de romance y complejidad. Así pues, pasaré los siguientes lunes de mi vida, de 8.00 a 9.30 pm., en la librería “Conejo Blanco”.