“El traje denota muchas veces al hombre”
Shakespeare
Agradezco enormemente los buenos comentarios que he recibido sobre mi moquienta asistencia al Congreso. También hago hincapié en que los eventos con alfombra roja me gustan mucho, lástima que estoy vetada para gozar de invitación, sobre todo porque sólo en ellos puedo lucir mis escandalosas ropas, que compro muy a pesar de ser abogada y de tener conciente el hecho de que eso debe llevarme a usar trajes sastres de colores oscuros. La última vez que me llevaron a un evento de alfombra roja, usé unas botas rosas de gamuza que lucen unas estrellas color fiusha a los lados y un peluche igual de rosado alrededor de la bota, en la pantorrilla. Las botas van a acompañadas de una chamarra de piel de conejo, igual de rosa, y una bolsa, muy rosa, también de peluche. Yo simplemente soy muy feliz de rosa, pero ese no es el punto. El punto es que mi amigo Ro no me invita a los eventos de alfombra roja y yo simplemente me lamento de ese suceso, no por otra cosa sino porque pierdo oportunidad de usar las botas rosas. Ahora que lo recuerdo, en diciembre pasado ocurrió un suceso muy simpático relacionado con mi atuendo escandaloso y, aunque ese tampoco era el punto, voy a referírselos sólo para que se enteren de que ahora soy discreta.
Resulta que era mediados de diciembre y yo me encontraba con un millón de compromisos, con y sin alfombras rojas. Como siempre he gustado de ser ajonjolí de todos los moles, me las ingeniaba para asistir de menos a dos de los compromisos del día. Así pues, ese día tuve una comida y en la noche una posada en casa de mi amiga Isabel. Como es de suponerse, la comida era en Altavista y la posada en Satélite, así tienen que ser las cosas para ponerle sabor a la época decembrina. A sabiendas de que la posada sería en el jardín y de que corría el riesgo de congelarme, pasé a mi casa a cambiar mi sexy blusita por un suéter de cuello de tortuga y una chamarra. Aproveché para pasar a cenar unos taquitos en lo que esperaba a la Cristy. Cristy llegó y yo procedí a mostrarle mi casa. Cristy vive en España y hace mucho tiempo que no le enseñaba mi casa: los nuevos baños, la puerta pintada por la tía Karima, la gata salvaje pintada por Gwenn-älle, el piso nuevo, la alfombra, las piedras de río en los pisos de los baños... De ahí nos fuimos al súper por el tequila y los dulces que me había tocado llevar a la posada. Cuando me di cuenta que llevábamos casi tres horas de retraso, y yo llevaba los dulces para la piñata, le llamé a Isabel para comentarle que ya íbamos para allá. Isabel me dijo que me apurara mucho porque ahí había una “personita” que tenía muchas ganas de verme y que sólo se estaba esperando para verme. Ante tal amenaza, Cristy y yo aceleramos el paso y montamos en la rauda y veloz Mafalda (mi coche, mismo que nunca manejo a más de 80 km/hr ¡Qué veloz es ella!). Por fin llegamos a casa de Isabel, casi tres horas después, y la “personita” era una chica que se llama Erika, misma de la cual yo sólo recordaba vagamente el nombre. Cuando me vio, me abrazó mostrando una sincera emoción, mientras yo escudriñaba los recuerdos de mi adolescencia para ubicar su cara, su nombre, su timbre de voz, ALGO CARAY, que me llevara a mostrar la misma emoción. Al no encontrar nada, me limité a contestar: “¡Ay! ¡Qué gusto!” Y ella procedió a hacer el siguiente comentario: “¡NO!, pero, ¡no puede ser! ¿Qué te pasó? ¿Qué le pasó a tu ropa? ¡Estás muy seria! Si eras mi ídolo por vestirte como te vestías”. Yo traía unos jeans, un suéter azul celeste y una chamarra de piel color hueso, corta, ceñida, con cuello de conejo, atuendo que no se me hacía del todo discreto. Es más, cuando me pongo esa chamarrita para venir a la oficina, me dicen que parezco Bratz. Yo seguía intrigada, pero ahora por dos cosas: ¿quién era esa chica? Y ¿De qué ropa estaba hablando?
Nos sentamos a degustar un ponche con ron y ella continuaba preguntándome por mi atuendo y hacía mucho hincapié en que me había vuelto una persona muy seria. Se volvía a mirar al marido y le decía: “Mi amor, es que deberías haber visto cómo se vestía. ¡Tenía unas mallas negras son símbolos de amor y paz en blanco, y se las ponía con unos shorts de mezclilla!” “Ah, claro, pensaba, ¿cómo olvidarme de esas mallas?” Aunque confieso que mi mente las tenía sepultadas en lo más recóndito de mi subconsciente, al ladito que la identidad de la chica esta que se acordaba tan bien de mí. Y volvía a preguntarme “Pero, ¡¿por qué tanta seriedad?!” Pregunta ante la cual yo sólo podía ingerir más ponche y responder: “Es que me hice abogada”, pero en el fondo pensaba, y soy la abogada más rebelde en el vestir que pueda existir sobre la faz del planeta. “¿Y el abrigo largo de pelos?” Preguntó. Ante tal pregunta, Cristy casi escupe el ponche y soltó una carcajada de antología. Volteó a verme y me dijo muy divertida: “¡Claro güey!, un pinche abrigo horrible que tenías de piel de oveja con pelos en todos lados”. “Bueno, era muy calientito”, respondí indignada. ¡Tan lindo que era mi abrigo! Es más, ¡es herencia de mi madre! Mi padre se lo trajo de París, para que después ella, mi madre, se lo prestara a una novia de él, mi padre, para que se fueran a París y ella, la novia, no se muriera de frío. ¿Lo ven? Mi locura es genética.
Más tarde, llegó Isabel a la mesa y Cristy, ni tarda ni perezosa, le dijo: “¿Te acuerdas del abrigo horrible de esta vieja? Uno que estaba lleno de pelos” E Isabel, soltando otra carcajada igual de estridente que la de Cristy, contestó: “¡NO! ¿¡Qué tal las botas de Pretty Woman!?” Todos rieron. “Claro, pensé, hermosas mis botas de Pretty Woman, ¿qué tienen contra esa botas? Ahora tengo unas de pelos rosas, ¡mucho más bonitas!” Y así, de pronto, en un instante, la mesa compuesta de 6 personas, todos ex liceos, hablaban de mis atuendos “exóticos” y lo curioso era que los recordaban mejor que yo. Me divertí mucho recordando las mallas, no sólo tenía ésas, también tenía unas sicodélicas, de mil colores, que me ponía también con shorts, pero rotos de atrás, para que se vieran mejor las mallas. Luego recordé la época hippie, que también me dio, y recordé una falda larga color hueso a la que le cosí campanitas en la parte de abajo, y la usaba orgullosa entonado el coro de Ojalá.
Después de una hora de conversación, recordé a Erika y, con mi natural espontaneidad le dije: “¡Claro! Ya me acordé perfecto de ti, pero es que en el liceo pesabas 10 kilos más”. Este comentario a mí me pareció un piropo, básicamente le estaba diciendo que ahora era muy delgada, pero, al parecer, el resto de los ex liceos no pensó lo mismo y entonces TODOS volvieron a reír diciendo: “hay cosas que nunca cambian, ¡qué onda con tu tacto de elefante!”. Entonces volví a no entender nada. Si a mí alguien me dijera, “oye, no te reconocí porque pesas 10 kilos menos que antes”, no ¡bueno!, lo invito a comer en ese momento a donde él/ella quiera. Aunque, supongo que es algo que nadie podría decirme ya que peso exactamente 7 kilos más de cuando salí del liceo. Y aun así, cuando me ven y me dicen que he “embarnecido”, “que estoy repuestita” o los más osados “que qué onda con el crecimiento desmedido de mis atributos”, en lugar de enojarme o “sentirme” o pensar “¡ay, pero qué mal comentario de este(a) insurrecto(a)”, me provoca mucha gracia. Comento automáticamente que trato de seguir miles de dietas pero que la gula siempre puede más que yo y que mis 7 kilos son el producto de los buenos restaurantes, o los buenos puestos de sopes y quecas, a los que suelo asistir con mucha frecuencia... me atrevo a decir que con más frecuencia de la que mi querido amigo Ro pisa las alfombras rojas, con toda su sofisticación por delante.
Así las cosas, amigos, en realidad yo les iba a hacer un tratado sobre los nuevos 7 pecados capitales, cosa que me provoca mucha gracia últimamente, he seguido la noticia con mucha atención, pero ni modo, así es una de dispersa. Luego entonces, les comento que, por más que me considere yo misma una insurrecta por llevar botas rosas, botas floreadas, palitos chinos en la cabeza cuando me pongo mi blusa china, minifaldas, etc., antaño fui más rebelde (porque no seguía a los demás eh!) porque me ponía botas de charol arriba de la rodilla. PERO, eso me hizo ser “el ídolo” de alguien que SEGURAMENTE pensaba: “¡Dios mío! ¡¿Cómo se atreve a salir así a la calle?!” Y yo contesto: “¿Cómo es que mis pobres amigas pudieron (y pueden todavía, Nami se ataca cuando me ve las botas rosas) sacarme a pasear con esos atuendos?” Hoy por hoy, me he dado cuenta, que cada que llego al restaurante de nuestra elección para ver a las ex liceas, la única que no se sorprende de alguna locura que ese día se me ocurrió ponerme en la cabeza, en los pies, en donde sea, es Isabel, seguro porque me ve más seguido y ya nada le puede asombrar.
Igual les reitero: soy muy feliz con las botas rosas... y estoy por comprarme un vestido amarillo limón para una boda. Je je
Besos y estrellas
A.
Jajaja y qué decir de un top de flores amarillas con el que salías imitando a no se quién (o porqué) jajja...
ResponderEliminarTe quiero hermana!
Vota por fake fur:)