"Uno está tan expuesto a la crítica como a la gripe"
Friedrich Dürrenmatt
Escríbase así, con mayúscula: Congreso, porque era un Señor Congreso. Fue el primer Congreso de la International Bar Association en México y había muchos pero MUCHOS abogados. La sede fue el Hotel Camino Real y al parecer todo iba a estar rodeado de pompa y circunstancia, como suele decirse, nunca he entendido cuál es la circunstancia. Yo le había hecho ojitos a mi jefe (el mormón, como recordarán) para que me dejara ir y, claro, para que me pagara la inscripción pero, PRINCIPALMENTE, todos aquellos eventos sociales rodeados también de la misma pompa pero con brotes de vino tinto y finos canapés, cosa que me resulta muy atractiva.
Llegada la semana del Congreso, comencé a presentar síntomas de resfrío, mismos que ignoré, como si ignorándolos fueran a desaparecer y yo fuera a seguir con mi vida como si nada. Así pues, el primer día de Congreso (un jueves) me presenté muy arregladita a muy temprana hora y me di a la tarea de tomar café durante el coffe break con mi dedo meñique ligeramente doblado y sosteniendo importantes conversaciones sobre el clima, lo lindo que es México (el Congreso era internacional y habían muchos extranjeros maravillados con Frida Khalo, los murales, Bellas Artes y, claro, los gringos, maravillados de enterarse que ya no andamos a caballo y que algunos también hablamos inglés, ¡ah! Y felices porque ya tenemos Starbucks) y lo bien que había estado la plática anterior. Para la hora de la comida, la gripa empezaba a manifestarse con un poco más de fervor. Tuve que levantarme en un par de ocasiones de la mesa para irme a quitar los mocos a un lugar libre de miradas. Posteriormente regresé a la mesa y continué otra interesante conversación sobre Tax Law (con la única abogada de derecho fiscal que supongo existe en este mundo) y sobre la maravilla del mole mexicano. Una abogada norteamericana bastante simpática (créanme, difícilmente miento), que pesaba cerca de unos 150 kilos, platicaba de lo mucho que le gustaba asistir a Congresos para comer. En este instante sentí miedo, debo confesarlo. “Yo hago lo mismo”, pensé, “Yo acabaré así”, temí. Pero poco me duró el temor ya que volví a meter orgullosa mi tenedor en una especie de papa salteada con alguna hierba no fina que en realidad no sabía tan bien. Continuó hablando la abogada gringa de cómo los clientes suelen hacer lo que se les da la gana pese a todas las recomendaciones del abogado. “Yo incluyo siempre en mis presupuestos un PIA Fee, ¿ustedes no?”, preguntó mirando a los nueve integrantes de la mesa. Todos nos miramos como queriendo obtener una respuesta. Entre abogados, nadie se queda callado e ¿ignorantes? MENOS. Alguien en aquella mesa tenía que saber lo que era un PIA Fee. Pues resulta que la abogada voluminosa soltó una carcajada y nos informó a todos que el PIA era el Pain in the Ass Fee. Esto me pareció maravilloso y pensé que podría tropicalizarlo al abogado de empresa: “Pain in the Ass clause”, o, tratándose de un mail en donde les informas que es lo que LEGALMENTE se debe hacer, a sabiendas que harán lo que EMPÍRICAMENTE se debe hacer, incluir en los mails un “Pain in the Ass Disclaimer” que más o menos rezaría así: “Please do not become a Pain in the Ass after doing what ever you want to do and not what I’m telling you to do”. Aunque esto último es ya muy largo y no tiene iniciales que puedan describirlo brevemente. Finalmente terminó la jornada del jueves y yo me dispuse a ir a casa, ignorando olímpicamente los canapés y el vino de esa noche porque los mocos empezaban a proliferar. De esta forma, me fui a mi casa en mi taxi de sitio, con mis klenexx, mi portafolio y mi mono traje sastre de abogada.
El viernes, muy intensa yo, llegué a muy temprana hora a la oficina para imprimir unas licencias que había quedado formalmente de enviar a mi buen amigo Federico antes de las 10.00 am. Como yo tenía que estar en el Camino Real a las 9.00 am., y antes dejar las licencias impresas y firmadas, llegué a las 7.45 am. a mi oficina; para esto, me metí a bañar a las 6.20 am., acto que resulta un poco inadecuado cuando uno enfrenta la proliferación de mocos. Pero, hubiera resultado más inadecuado llegar al Congreso oliendo a vick vaporub. Llegué a mi Congreso y un abogado, con quien había compartido la mesa del mole, Tax Law y Pain in the Ass Fee, me invitó un café en una cafetería del Camino Real, que tiene un café bastante malo. Obvio, con el café se come dona, así que ordené una dona de chocolate y la muchacha de la cafetería nos mandó a sentar a unos cucos sillones, estilo lounge, muy sofisticados y muy incómodos, para llevarnos nuestras donas en sendos platitos diminutos, del tamaño de la dona. Cuando le di la primera mordida descubrí que la gripa había ganado: no tenía gusto y estaba usando mi boca para respirar desde hacía no sé cuánto tiempo, me di cuenta hasta que la tuve ocupada comiendo algo. Justo después de eso, los mocos comenzaron a hacer su aparición. En realidad resultó bastante incómodo el cafecito con un desconocido, una dona insípida y yo teniendo que sonarme los mocos cada dos minutos. Salí a la calle y me compré dos paquetitos de kleenex. Regresé al Congreso y me metí a la mesa de discusión de Propiedad Intelectual. Ahí estaba yo, instalada con un té de manzanilla, dos paquetes de kleenex, una bufanda y un vic vaporub inhalador para poder respirar (de esos que hacen tanto daño y me perforan la nariz y no debo poner por prescripción médica). Justo cuando estaba en la tarea de sonarme los mocos por trigésima quinta vez, se apareció junto a mí Martín Michaus, el abogado socio de Propiedad Intelectual de Basham, para saludarme y correrme todas las cortesías que solemos corrernos los abogados en esos Congresos. Yo me disculpé por mi gripa, guardé mi kleenex con mocos y, ¡respondí el saludo con la mano con la que acababa de guardar el kleenex! ¿Qué hacía? No podía dejarlo con la mano estirada.
Durante toda la conferencia, lo único que se escuchaba era a la mocosa de atrás sonándose y sonándose. La conferencia duró 3 horas. Mis paquetes de kleenex se acabaron. A la hora de las preguntas, alcé mi voz y me di cuenta que era totalmente una gangosa: “Sid, you had beedn tadking adboud trademadk infidgment, bud regadgding copydight infdigment, hodw...” Después del penoso incidente del gangosismo, vino la hora de la comida y volvimos a sentarnos en esas mesas para 10 personas. Esta vez, junto a mí estaba la fiancée de uno de los abogados asistentes al Congreso y, del otro lado, el abogado del café mañanero. También había un grupo de abogados latinoamericanos, de Ecuador, Colombia, Uruguay, que se habían “volado” la mañana para irse de paseo y llegaron maravillados con los murales de Bellas Artes. Así que nuevamente sostuvimos la plática de los murales y la del mole, porque ese día habían justo preparado mole. A mí ya nada me sabía a nada ¡y tampoco oía nada! La fiancée de este señor me contó no sé cuántas cosas y yo ni entendía inglés, ni escuchaba nada y los kleneex ya se habían terminado. Durante la plática incomprensible con la fiancée, sucedió lo insucedible: un moco empezó a resbalarse por desde mi nariz y se precipitaba a mi boca, ante la mirada atónita de la linda y rubia fiancée. Yo quise inmediatamente tomar la servilleta, ¡pero era de tela! Yo no podía contener la pena y la risa. Me disculpé como pude, me levanté y salí corriendo en busca de un mesero que me diera una servilleta de papel. Al poco tiempo, me llevaron un montoncito de servilletas de papel a la mesa, tal vez la fiancée corrió la voz de que en la mesa había una abogada a quien se le salían los mocos. Descubrí que no era sensato ni polite quedarme a la sobre mesa. Tomé el montoncito de servilletas, que además estaban ásperas como lijas, y las metí a mi bolsa. Me disculpé y salí a toda prisa del restaurante y del Hotel. Paré un taxi y me retiré a mi casa a guardarme, como es prudente hacer cuando uno se encuentra en circunstancias parecidas.
Conté un par de veces la anécdota de mi moco escurridizo y me sorprendí al escuchar que varias personas tienen anécdotas parecidas y que a todos les resultaba igual de simpático que a mí. Me dio mucha pena no poder terminar mi Congreso con una cena de clausura en el Castillo de Chapultepec, pero lo que siguió a mi “gripita” fue una tremenda infección que me mantuvo tres días en cama con temperatura.
Cuando regresé a la oficina, ante las preguntas de cómo había ido todo durante el Congreso, referí la anécdota del moco y la rubia fiancée, recibiendo igual carcajadas y comentarios. Como me resulta imposible llamarlos a todos por teléfono para contarles la anécdota personalmente, esto quiere decir que se perderán de toda la actuación cuando guardaba desesperada mis kleneex para estrechar la mano de Martín Michaus, cosa que me sale muy bien, decidí contárselas por escrito... Además, hace tiempo que no les escribía para contarles nada de mí. Ahora ya saben que fui a un Congreso y que me llaman la moquienta.
Besos y estrellas,
A.
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