Febrero 9, 2012
"Olvidado el alfabeto del olfato que elaboraba otros tantos vocablos de un léxico precioso, los perfumes permanecerán sin palabra, inarticulados, ilegibles."
Italo Calvino
“Las manos me huelen a ti”
Adela.
Como en muchos cursos de creación literaria, uno de los ejercicios para dar rienda suelta a la pluma es dar una frase al grupo y, a partir de ésta, cada uno empieza a escribir. Las frases que más recuerdo son: “Seda oscura sobre sus piernas”, del taller de escritura de Pilar Moreno, y “Las manos me huelen a ti”, del taller de escritura de Joel Meza. “Las manos me huelen a ti” era el inicio de un poema de una compañera, Adela se llamaba, del curso de Joel. Ella gustaba de la literatura y la poesía erótica y su poema decía así: “Las manos me huelen a ti, a esperma que crece en mi vientre…”.
De esta frase salieron cualquier cantidad de historias, entre la que destacó una que tenía que ver con que las manos del protagonista olían a muerte, cuando éste estrechó las de de Caronte, quien lo ayudó a subir a esa barca que fue su último viaje. Así, poco a poco, todos fueron hilvanando historias que tuvieron como único elemento común el hecho de que las manos olían a algo a o alguien. Hoy, al olerme las manos, he decidido retomar el ejercicio, aunque por favor no esperen nada poético, ni tétrico, ni nostálgico y mucho menos erótico, ojala, pero no. Así que aquí empieza mi pluma a hilvanar:
Ayer en la noche hice una clase tortuosa de yoga, tortuosa porque mi pobre espalda está toda contracturada e intentar hacer un Sarvangasana con la espalda contracturada es verdaderamente doloroso. Después de la clase tortuosa entré a mi primer masaje tortuoso. Como mi espalda se contracturó sorpresivamente desde el martes pasado, contraté el masaje con Carmen, la maravillosa masajista que atiende a los yoguis irresponsables del centro de yoga al que asisto. Después de la tortuosa clase de yoga, me metí a la otra sala de torturas, que aunque está maquillada con lindos árboles sobre las paredes, sonidos de mar y arpas celtas, aroma de incienso y rosas rosas, el masaje de Carmen me hacía pegar sendos gritos por cada lado masajeado. Finalmente salí y me dirigí a casa hecha un trapito, mojado y sucio, ah, y repleto de aceite. Todavía llegué a cenar y atender una consulta legal de Eira, con el dolor de cuerpo y la fatiga de un Shavasana, ese sí, muy bien logrado, pero me dio tiempo de estar metida en mi cama a las 10.40 pm. Prendí la tele y me dormí a los 10 minutos. Ni siquiera me moví durante la noche, tal era mi cansancio y el estado trapesco (del latín: trapito mojado y sucio) de mi cuerpo. Cuando abrí los ojos y miré el reloj, sólo constaté lo que era evidente después de un sueño tan profundo: 17 minutos tarde y yo tengo que llegar temprano a hablar con mi jefe. Corrí a la regadera, corrí a preparar el jugo, corrí a tomar las medicinas, corrí a tender la cama, corrí, corrí, corrí y de tanto correr recuperé los 17 minutos. Ya estaba instalada en la cocina dispuesta a desayunar, en santa calma, cuando la puertita localizada debajo de mi tarja se abrió. La cerré, ella se abrió; cerrar, abrir, cerrar abrir. ¡Momento!, puedo estar HORAS haciendo esto, mejor me asomo a ver qué impide que mi puertita se cierre. En efecto, una botella Cloralex se interponía en mi camino y ni dónde ponerla porque todo estaba hecho un lío. Marthita, de todos ustedes bien conocida, es muy limpia ella, pero el orden no es una de sus cualidades. Yo no entiendo todavía por qué, por ejemplo, no pone todos los tenedores y cucharas en la misma dirección, es más sencillo hasta para sacarlos, mucho mejor que si están todos para todos lados y los dientes de los tenedores se atoran entre ellos. Al ver el desorden de Marthita en mi puerta debajo de la tarja tuve que dominar mi TOC por unos instantes para no ponerme a ordenar; iba a perder los 17 minutos que ya había recuperado. Así que hice un huequito y coloqué la botella acostada sobre las repisas (inservibles al parecer) que mandé comprar para que Marthita ordenara los productos de limpieza. Cerré la puerta y me dispuse a terminar de preparar el desayuno. Conforme voy usando platos los voy lavando, así que cuando terminé de usar la tablita en donde partí mis naranjas me acerqué a la tarja. De pronto mis pantuflas nadaban y yo dejaba patitas de pantuflas por toda la cocina. Se activó mi TOC, tomé una servilleta y limpié las suelas de mis pantuflas. Posteriormente traté de indagar de dónde se estaba derramando el agua y nada. Palpé con mis manos los bordes de la tarja hasta el contorno de la puerta, luego el contorno de la puerta y terminé en el suelo, desde donde vi que la gotita provenía de la puertita subversiva. La abrí rápidamente y toqué la tubería, seca, completamente seca. No obstante, la repisa sí estaba completamente mojada, ¿por? Empecé a sacar el agua, con las manos y a rescatar mis velas de trabajo de aquella inundación de agua que salía quién sabe de dónde. Cuando saqué las velas de las bolsas de plástico en las que estaban me llegó el aroma del cloro: la botella estaba abierta y se había derramado ya más de la mitad de su contenido. Primero pegué un salto, mis pies, sin pantuflas, portaban lindos calcetines rojos que ahora estaban empapados por el cloro. Corrí al baño de visitas y enjuagué las pantuflas y los calcetines. Corrí a la cocina, saqué el resto de los artículos de limpieza y los fui poniendo en la tarja, mientras seguía sacando el cloro CON LAS MANOS. Caí en cuenta, CLORO. Corrí por los guantes, que los había dejado en el baño, regresé, saqué los trapos de cocina, las jergas las guarda Marthita en el cuarto de lavado, hacía mucho frío como para subir y no me daba tiempo, el cloro iba a comenzar a comerse todo a su paso: velas, bolsas de plástico, el recubrimiento de la repisa que tan minuciosamente pegué y que tiene un estampado de zapatitos y bolsas bien fashion, todo, todo estaba siendo devorado por el cloro, incluyendo mis manos. Con dos de mis trapos empecé a limpiar el cloro, para estas alturas moría de hambre y había perdido 7 minutos. Iba y venía del baño de visitas, cual gallina degollada, porque no podía acercarme a la tarja porque dejaría MÁS PATITAS sobre el piso de mi cocina blanca como el amanecer, imagen per se aterradora y diabólica para mi TOC. Medio terminé de secar el cloro, pero sin jergas y con dos diminutos trapitos de cocina la labor era titánica. Decidí esperar a que se secara un poco la cocina. Fui al cuarto, continué arreglándome y luego regresé a la cocina a preparar el desayuno. Ya había enjuagado los calcetines rojos, así que me puse unos grises y mis pantuflas con suela limpia, muy muy limpia, emblanquecida por el cloro. Pisé cerca de la estufa con un empeine en punta perfectísimo… apareció la patita. Hice un berrinche, 12 minutos tarde y UNA PATITA EN MI SUELO. Me quité las pantuflas para evitar las patitas y saqué más trapos de cocina, que esparcí por el suelo para moverme sobre ellos y poder prepararme algo de comer. En la preparación tenía que moverme: de la estufa a la alacena, de la alacena al refri, del refri a la tarja, de la tarja a la alacena… Entonces disponía mis más perfectas puntas para caminar dentro de los cuadritos “secos” de mi cocina, era obvio que los canales que se forman entre loseta y loseta estaban empapados de cloro. Así, de puntitas y con movimientos lentos, terminé de prepararme mi omelette de claras con jitomate y pan negro. A estas alturas ya mi gastritis no toleraba el dolor de la falta de alimento, había perdido una media hora (moverse de puntitas sobre cuadritos requiere tiempo), me ardían los ojos por el aroma del cloro y mis manos se despellejaban. Terminé de comer ahí parada, en chinga, eché el plato y el sartén a la tarja, no lavé nada. Las velas se quedaron en el suelo secándose, igual que los artículos de limpieza que había enjuagado. Los dos trapos de cocina yacían en el suelo pisados por mis impecables puntas de ballerina. Corrí a mi cuarto: dientes, perfume, aretes, botas en mano, corre a la puerta. El olor era insoportable, abre las ventanas, con el pinche frío que está haciendo, corre porque ya vamos 37 minutos tarde. Puerta, llaves, celular… ¿celular? Regresa al cuarto por el celular. Puerta, llaves, celular, ¿abrigo? Regresa al cuarto por el abrigo. Para cuando terminé de contar mis pertenencias, mis pobres trapos de cocina estaban perfectamente delineados por los canales de las losetas, luciendo deslumbrantes manchas blancas en cuadrícula. Ni modo, pensé, las idioteces se pagan: regresando a casa, tarde después de una cena que tengo, voy a tener que revisar qué velas se salvaron, cómo están mis pantuflas, cómo quedaron los calcetines rojos, tal vez tenga que cambiar el recubrimiento de zapatitos y bolsas fashion del estante, tirar los trapos de cocina, comprar nuevos, comprar cloro, calcetines rojos y una crema para manos. Finalmente me senté a ponerme las botas y vi mis lindas puntas, ahora color mamey, de mis calcetines grises. Salí corriendo, casi 40 minutos tarde, Pitágoras cerrado porque no sé qué demonios están pavimentando, casi atropello a unos de la repavimentada, estornudaba constantemente por el olor a cloro, me ardían los ojos y… las manos me olían a cloro. Llegué tarde, con las manos oliendo a cloro y enseñé mis calcetines decolorados a Carmen y Lita, quienes reían mucho de la imagen que les narré de la corretiza de gallina degollada.
Me senté a trabajar, ya van unas cuatro veces que me lavo las manos y les pongo crema olor lima/limón que le regaló Lau de Navidad y nada. Cloro, a cloro me huelen las manos. Esta fue la reseña emblanquecida de la botella de cloro que Martha dejó mal cerrada. De haber hecho caso a mi TOC: hubiera sacado todo lo que estaba en el estante, lo hubiera acomodado minuciosamente y la botella de cloro hubiera cabido paradita, como debe de ser. Mi gaveta estaría ordenada (mi TOC tranquilo), hubiera perdido sólo 10 minutos, mis trapos de cocina estarían guardados en su cajón, mis velas estarían esperando la siguiente luna creciente para ser encendidas, mis calcetines rojos no vivirían en este momento en el compartimento de mi cerebro que guarda todo aquello etiquetado como “incertidumbre”, mis pantuflas tendrían sus suelas ligeramente polvosas, los platos y sartenes estarían limpios, mi casa no estaría fría cuando llegue porque las ventanas estarían cerradas y mis manos olerían a crema de cacao. Conclusión: el TOC no es tan malo y siempre es MUCHO mejor que “las manos me huelan a ti”.
Aura.
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