miércoles, 12 de marzo de 2008

Extravagancia

“El traje denota muchas veces al hombre”
Shakespeare


Agradezco enormemente los buenos comentarios que he recibido sobre mi moquienta asistencia al Congreso. También hago hincapié en que los eventos con alfombra roja me gustan mucho, lástima que estoy vetada para gozar de invitación, sobre todo porque sólo en ellos puedo lucir mis escandalosas ropas, que compro muy a pesar de ser abogada y de tener conciente el hecho de que eso debe llevarme a usar trajes sastres de colores oscuros. La última vez que me llevaron a un evento de alfombra roja, usé unas botas rosas de gamuza que lucen unas estrellas color fiusha a los lados y un peluche igual de rosado alrededor de la bota, en la pantorrilla. Las botas van a acompañadas de una chamarra de piel de conejo, igual de rosa, y una bolsa, muy rosa, también de peluche. Yo simplemente soy muy feliz de rosa, pero ese no es el punto. El punto es que mi amigo Ro no me invita a los eventos de alfombra roja y yo simplemente me lamento de ese suceso, no por otra cosa sino porque pierdo oportunidad de usar las botas rosas. Ahora que lo recuerdo, en diciembre pasado ocurrió un suceso muy simpático relacionado con mi atuendo escandaloso y, aunque ese tampoco era el punto, voy a referírselos sólo para que se enteren de que ahora soy discreta.

Resulta que era mediados de diciembre y yo me encontraba con un millón de compromisos, con y sin alfombras rojas. Como siempre he gustado de ser ajonjolí de todos los moles, me las ingeniaba para asistir de menos a dos de los compromisos del día. Así pues, ese día tuve una comida y en la noche una posada en casa de mi amiga Isabel. Como es de suponerse, la comida era en Altavista y la posada en Satélite, así tienen que ser las cosas para ponerle sabor a la época decembrina. A sabiendas de que la posada sería en el jardín y de que corría el riesgo de congelarme, pasé a mi casa a cambiar mi sexy blusita por un suéter de cuello de tortuga y una chamarra. Aproveché para pasar a cenar unos taquitos en lo que esperaba a la Cristy. Cristy llegó y yo procedí a mostrarle mi casa. Cristy vive en España y hace mucho tiempo que no le enseñaba mi casa: los nuevos baños, la puerta pintada por la tía Karima, la gata salvaje pintada por Gwenn-älle, el piso nuevo, la alfombra, las piedras de río en los pisos de los baños... De ahí nos fuimos al súper por el tequila y los dulces que me había tocado llevar a la posada. Cuando me di cuenta que llevábamos casi tres horas de retraso, y yo llevaba los dulces para la piñata, le llamé a Isabel para comentarle que ya íbamos para allá. Isabel me dijo que me apurara mucho porque ahí había una “personita” que tenía muchas ganas de verme y que sólo se estaba esperando para verme. Ante tal amenaza, Cristy y yo aceleramos el paso y montamos en la rauda y veloz Mafalda (mi coche, mismo que nunca manejo a más de 80 km/hr ¡Qué veloz es ella!). Por fin llegamos a casa de Isabel, casi tres horas después, y la “personita” era una chica que se llama Erika, misma de la cual yo sólo recordaba vagamente el nombre. Cuando me vio, me abrazó mostrando una sincera emoción, mientras yo escudriñaba los recuerdos de mi adolescencia para ubicar su cara, su nombre, su timbre de voz, ALGO CARAY, que me llevara a mostrar la misma emoción. Al no encontrar nada, me limité a contestar: “¡Ay! ¡Qué gusto!” Y ella procedió a hacer el siguiente comentario: “¡NO!, pero, ¡no puede ser! ¿Qué te pasó? ¿Qué le pasó a tu ropa? ¡Estás muy seria! Si eras mi ídolo por vestirte como te vestías”. Yo traía unos jeans, un suéter azul celeste y una chamarra de piel color hueso, corta, ceñida, con cuello de conejo, atuendo que no se me hacía del todo discreto. Es más, cuando me pongo esa chamarrita para venir a la oficina, me dicen que parezco Bratz. Yo seguía intrigada, pero ahora por dos cosas: ¿quién era esa chica? Y ¿De qué ropa estaba hablando?

Nos sentamos a degustar un ponche con ron y ella continuaba preguntándome por mi atuendo y hacía mucho hincapié en que me había vuelto una persona muy seria. Se volvía a mirar al marido y le decía: “Mi amor, es que deberías haber visto cómo se vestía. ¡Tenía unas mallas negras son símbolos de amor y paz en blanco, y se las ponía con unos shorts de mezclilla!” “Ah, claro, pensaba, ¿cómo olvidarme de esas mallas?” Aunque confieso que mi mente las tenía sepultadas en lo más recóndito de mi subconsciente, al ladito que la identidad de la chica esta que se acordaba tan bien de mí. Y volvía a preguntarme “Pero, ¡¿por qué tanta seriedad?!” Pregunta ante la cual yo sólo podía ingerir más ponche y responder: “Es que me hice abogada”, pero en el fondo pensaba, y soy la abogada más rebelde en el vestir que pueda existir sobre la faz del planeta. “¿Y el abrigo largo de pelos?” Preguntó. Ante tal pregunta, Cristy casi escupe el ponche y soltó una carcajada de antología. Volteó a verme y me dijo muy divertida: “¡Claro güey!, un pinche abrigo horrible que tenías de piel de oveja con pelos en todos lados”. “Bueno, era muy calientito”, respondí indignada. ¡Tan lindo que era mi abrigo! Es más, ¡es herencia de mi madre! Mi padre se lo trajo de París, para que después ella, mi madre, se lo prestara a una novia de él, mi padre, para que se fueran a París y ella, la novia, no se muriera de frío. ¿Lo ven? Mi locura es genética.

Más tarde, llegó Isabel a la mesa y Cristy, ni tarda ni perezosa, le dijo: “¿Te acuerdas del abrigo horrible de esta vieja? Uno que estaba lleno de pelos” E Isabel, soltando otra carcajada igual de estridente que la de Cristy, contestó: “¡NO! ¿¡Qué tal las botas de Pretty Woman!?” Todos rieron. “Claro, pensé, hermosas mis botas de Pretty Woman, ¿qué tienen contra esa botas? Ahora tengo unas de pelos rosas, ¡mucho más bonitas!” Y así, de pronto, en un instante, la mesa compuesta de 6 personas, todos ex liceos, hablaban de mis atuendos “exóticos” y lo curioso era que los recordaban mejor que yo. Me divertí mucho recordando las mallas, no sólo tenía ésas, también tenía unas sicodélicas, de mil colores, que me ponía también con shorts, pero rotos de atrás, para que se vieran mejor las mallas. Luego recordé la época hippie, que también me dio, y recordé una falda larga color hueso a la que le cosí campanitas en la parte de abajo, y la usaba orgullosa entonado el coro de Ojalá.

Después de una hora de conversación, recordé a Erika y, con mi natural espontaneidad le dije: “¡Claro! Ya me acordé perfecto de ti, pero es que en el liceo pesabas 10 kilos más”. Este comentario a mí me pareció un piropo, básicamente le estaba diciendo que ahora era muy delgada, pero, al parecer, el resto de los ex liceos no pensó lo mismo y entonces TODOS volvieron a reír diciendo: “hay cosas que nunca cambian, ¡qué onda con tu tacto de elefante!”. Entonces volví a no entender nada. Si a mí alguien me dijera, “oye, no te reconocí porque pesas 10 kilos menos que antes”, no ¡bueno!, lo invito a comer en ese momento a donde él/ella quiera. Aunque, supongo que es algo que nadie podría decirme ya que peso exactamente 7 kilos más de cuando salí del liceo. Y aun así, cuando me ven y me dicen que he “embarnecido”, “que estoy repuestita” o los más osados “que qué onda con el crecimiento desmedido de mis atributos”, en lugar de enojarme o “sentirme” o pensar “¡ay, pero qué mal comentario de este(a) insurrecto(a)”, me provoca mucha gracia. Comento automáticamente que trato de seguir miles de dietas pero que la gula siempre puede más que yo y que mis 7 kilos son el producto de los buenos restaurantes, o los buenos puestos de sopes y quecas, a los que suelo asistir con mucha frecuencia... me atrevo a decir que con más frecuencia de la que mi querido amigo Ro pisa las alfombras rojas, con toda su sofisticación por delante.

Así las cosas, amigos, en realidad yo les iba a hacer un tratado sobre los nuevos 7 pecados capitales, cosa que me provoca mucha gracia últimamente, he seguido la noticia con mucha atención, pero ni modo, así es una de dispersa. Luego entonces, les comento que, por más que me considere yo misma una insurrecta por llevar botas rosas, botas floreadas, palitos chinos en la cabeza cuando me pongo mi blusa china, minifaldas, etc., antaño fui más rebelde (porque no seguía a los demás eh!) porque me ponía botas de charol arriba de la rodilla. PERO, eso me hizo ser “el ídolo” de alguien que SEGURAMENTE pensaba: “¡Dios mío! ¡¿Cómo se atreve a salir así a la calle?!” Y yo contesto: “¿Cómo es que mis pobres amigas pudieron (y pueden todavía, Nami se ataca cuando me ve las botas rosas) sacarme a pasear con esos atuendos?” Hoy por hoy, me he dado cuenta, que cada que llego al restaurante de nuestra elección para ver a las ex liceas, la única que no se sorprende de alguna locura que ese día se me ocurrió ponerme en la cabeza, en los pies, en donde sea, es Isabel, seguro porque me ve más seguido y ya nada le puede asombrar.

Igual les reitero: soy muy feliz con las botas rosas... y estoy por comprarme un vestido amarillo limón para una boda. Je je

Besos y estrellas
A.

jueves, 6 de marzo de 2008

Los Congresos y los mocos

"Uno está tan expuesto a la crítica como a la gripe"
Friedrich Dürrenmatt


Escríbase así, con mayúscula: Congreso, porque era un Señor Congreso. Fue el primer Congreso de la International Bar Association en México y había muchos pero MUCHOS abogados. La sede fue el Hotel Camino Real y al parecer todo iba a estar rodeado de pompa y circunstancia, como suele decirse, nunca he entendido cuál es la circunstancia. Yo le había hecho ojitos a mi jefe (el mormón, como recordarán) para que me dejara ir y, claro, para que me pagara la inscripción pero, PRINCIPALMENTE, todos aquellos eventos sociales rodeados también de la misma pompa pero con brotes de vino tinto y finos canapés, cosa que me resulta muy atractiva.

Llegada la semana del Congreso, comencé a presentar síntomas de resfrío, mismos que ignoré, como si ignorándolos fueran a desaparecer y yo fuera a seguir con mi vida como si nada. Así pues, el primer día de Congreso (un jueves) me presenté muy arregladita a muy temprana hora y me di a la tarea de tomar café durante el coffe break con mi dedo meñique ligeramente doblado y sosteniendo importantes conversaciones sobre el clima, lo lindo que es México (el Congreso era internacional y habían muchos extranjeros maravillados con Frida Khalo, los murales, Bellas Artes y, claro, los gringos, maravillados de enterarse que ya no andamos a caballo y que algunos también hablamos inglés, ¡ah! Y felices porque ya tenemos Starbucks) y lo bien que había estado la plática anterior. Para la hora de la comida, la gripa empezaba a manifestarse con un poco más de fervor. Tuve que levantarme en un par de ocasiones de la mesa para irme a quitar los mocos a un lugar libre de miradas. Posteriormente regresé a la mesa y continué otra interesante conversación sobre Tax Law (con la única abogada de derecho fiscal que supongo existe en este mundo) y sobre la maravilla del mole mexicano. Una abogada norteamericana bastante simpática (créanme, difícilmente miento), que pesaba cerca de unos 150 kilos, platicaba de lo mucho que le gustaba asistir a Congresos para comer. En este instante sentí miedo, debo confesarlo. “Yo hago lo mismo”, pensé, “Yo acabaré así”, temí. Pero poco me duró el temor ya que volví a meter orgullosa mi tenedor en una especie de papa salteada con alguna hierba no fina que en realidad no sabía tan bien. Continuó hablando la abogada gringa de cómo los clientes suelen hacer lo que se les da la gana pese a todas las recomendaciones del abogado. “Yo incluyo siempre en mis presupuestos un PIA Fee, ¿ustedes no?”, preguntó mirando a los nueve integrantes de la mesa. Todos nos miramos como queriendo obtener una respuesta. Entre abogados, nadie se queda callado e ¿ignorantes? MENOS. Alguien en aquella mesa tenía que saber lo que era un PIA Fee. Pues resulta que la abogada voluminosa soltó una carcajada y nos informó a todos que el PIA era el Pain in the Ass Fee. Esto me pareció maravilloso y pensé que podría tropicalizarlo al abogado de empresa: “Pain in the Ass clause”, o, tratándose de un mail en donde les informas que es lo que LEGALMENTE se debe hacer, a sabiendas que harán lo que EMPÍRICAMENTE se debe hacer, incluir en los mails un “Pain in the Ass Disclaimer” que más o menos rezaría así: “Please do not become a Pain in the Ass after doing what ever you want to do and not what I’m telling you to do”. Aunque esto último es ya muy largo y no tiene iniciales que puedan describirlo brevemente. Finalmente terminó la jornada del jueves y yo me dispuse a ir a casa, ignorando olímpicamente los canapés y el vino de esa noche porque los mocos empezaban a proliferar. De esta forma, me fui a mi casa en mi taxi de sitio, con mis klenexx, mi portafolio y mi mono traje sastre de abogada.

El viernes, muy intensa yo, llegué a muy temprana hora a la oficina para imprimir unas licencias que había quedado formalmente de enviar a mi buen amigo Federico antes de las 10.00 am. Como yo tenía que estar en el Camino Real a las 9.00 am., y antes dejar las licencias impresas y firmadas, llegué a las 7.45 am. a mi oficina; para esto, me metí a bañar a las 6.20 am., acto que resulta un poco inadecuado cuando uno enfrenta la proliferación de mocos. Pero, hubiera resultado más inadecuado llegar al Congreso oliendo a vick vaporub. Llegué a mi Congreso y un abogado, con quien había compartido la mesa del mole, Tax Law y Pain in the Ass Fee, me invitó un café en una cafetería del Camino Real, que tiene un café bastante malo. Obvio, con el café se come dona, así que ordené una dona de chocolate y la muchacha de la cafetería nos mandó a sentar a unos cucos sillones, estilo lounge, muy sofisticados y muy incómodos, para llevarnos nuestras donas en sendos platitos diminutos, del tamaño de la dona. Cuando le di la primera mordida descubrí que la gripa había ganado: no tenía gusto y estaba usando mi boca para respirar desde hacía no sé cuánto tiempo, me di cuenta hasta que la tuve ocupada comiendo algo. Justo después de eso, los mocos comenzaron a hacer su aparición. En realidad resultó bastante incómodo el cafecito con un desconocido, una dona insípida y yo teniendo que sonarme los mocos cada dos minutos. Salí a la calle y me compré dos paquetitos de kleenex. Regresé al Congreso y me metí a la mesa de discusión de Propiedad Intelectual. Ahí estaba yo, instalada con un té de manzanilla, dos paquetes de kleenex, una bufanda y un vic vaporub inhalador para poder respirar (de esos que hacen tanto daño y me perforan la nariz y no debo poner por prescripción médica). Justo cuando estaba en la tarea de sonarme los mocos por trigésima quinta vez, se apareció junto a mí Martín Michaus, el abogado socio de Propiedad Intelectual de Basham, para saludarme y correrme todas las cortesías que solemos corrernos los abogados en esos Congresos. Yo me disculpé por mi gripa, guardé mi kleenex con mocos y, ¡respondí el saludo con la mano con la que acababa de guardar el kleenex! ¿Qué hacía? No podía dejarlo con la mano estirada.

Durante toda la conferencia, lo único que se escuchaba era a la mocosa de atrás sonándose y sonándose. La conferencia duró 3 horas. Mis paquetes de kleenex se acabaron. A la hora de las preguntas, alcé mi voz y me di cuenta que era totalmente una gangosa: “Sid, you had beedn tadking adboud trademadk infidgment, bud regadgding copydight infdigment, hodw...” Después del penoso incidente del gangosismo, vino la hora de la comida y volvimos a sentarnos en esas mesas para 10 personas. Esta vez, junto a mí estaba la fiancée de uno de los abogados asistentes al Congreso y, del otro lado, el abogado del café mañanero. También había un grupo de abogados latinoamericanos, de Ecuador, Colombia, Uruguay, que se habían “volado” la mañana para irse de paseo y llegaron maravillados con los murales de Bellas Artes. Así que nuevamente sostuvimos la plática de los murales y la del mole, porque ese día habían justo preparado mole. A mí ya nada me sabía a nada ¡y tampoco oía nada! La fiancée de este señor me contó no sé cuántas cosas y yo ni entendía inglés, ni escuchaba nada y los kleneex ya se habían terminado. Durante la plática incomprensible con la fiancée, sucedió lo insucedible: un moco empezó a resbalarse por desde mi nariz y se precipitaba a mi boca, ante la mirada atónita de la linda y rubia fiancée. Yo quise inmediatamente tomar la servilleta, ¡pero era de tela! Yo no podía contener la pena y la risa. Me disculpé como pude, me levanté y salí corriendo en busca de un mesero que me diera una servilleta de papel. Al poco tiempo, me llevaron un montoncito de servilletas de papel a la mesa, tal vez la fiancée corrió la voz de que en la mesa había una abogada a quien se le salían los mocos. Descubrí que no era sensato ni polite quedarme a la sobre mesa. Tomé el montoncito de servilletas, que además estaban ásperas como lijas, y las metí a mi bolsa. Me disculpé y salí a toda prisa del restaurante y del Hotel. Paré un taxi y me retiré a mi casa a guardarme, como es prudente hacer cuando uno se encuentra en circunstancias parecidas.

Conté un par de veces la anécdota de mi moco escurridizo y me sorprendí al escuchar que varias personas tienen anécdotas parecidas y que a todos les resultaba igual de simpático que a mí. Me dio mucha pena no poder terminar mi Congreso con una cena de clausura en el Castillo de Chapultepec, pero lo que siguió a mi “gripita” fue una tremenda infección que me mantuvo tres días en cama con temperatura.

Cuando regresé a la oficina, ante las preguntas de cómo había ido todo durante el Congreso, referí la anécdota del moco y la rubia fiancée, recibiendo igual carcajadas y comentarios. Como me resulta imposible llamarlos a todos por teléfono para contarles la anécdota personalmente, esto quiere decir que se perderán de toda la actuación cuando guardaba desesperada mis kleneex para estrechar la mano de Martín Michaus, cosa que me sale muy bien, decidí contárselas por escrito... Además, hace tiempo que no les escribía para contarles nada de mí. Ahora ya saben que fui a un Congreso y que me llaman la moquienta.

Besos y estrellas,
A.