"A man on a date wonders if he'll get lucky. The woman already knows."
Monica Piper
La semana pasada, en alguna de mis noches de insomnio, me topé con un maratón de Sex and the City y me di a la tarea de verlo hasta las 2.00 am. Tengo siempre ciertos sentimientos encontrados con esta serie: la mayoría de las veces me hace reír, otras tantas me deprime un poco y algunas veces me da un poquito de esperanza. En el último capítulo que vi, Adan le va a proponer matrimonio a Carrie y ella lo descubre porque encuentra el anillo de compromiso en su maleta. Su primera reacción es ir a vomitar al baño. Luego se junta a comer con sus inseparables amigas (yo siempre me he preguntando, ¿a qué hora trabajan estas viejas?) y les cuenta que, además de que no está segura de quererse casar con él, el anillo es CERO ella y entonces se pierde en mil cuestionamientos sobre qué tan adecuado resultaría casarse con un hombre que ni siquiera sabe qué tipo de anillo comprarte. En realidad pensé: “en qué se fija esta mujer, ¡por Dios! El novio es monísimo y le tolera todas las locuras de este mundo”. Luego me puse a pensar, “¿cómo que en qué se fija?, no te hagas mensa, Albita”... y empecé a recordar todas las veces que el Santi se iba a algún lugar y me traía ropa. Me traía las cosas más extrañas de este mundo: camisas con cuellos muy altos, playeras, sacos horribles.... Nada, absolutamente nada tenía que ver conmigo. Las dos primeras veces no dije nada, pero, como en todo matrimonio, una vez superada la etapa de la miel, primero me enojaba tremendamente y luego me sentaba a reflexionar sobre lo poco que me conocía mi marido o lo poco que me ponía atención. ¿Por qué regalarme algo que de plano va gritando a los 4 vientos: yo no soy una prenda para Alba. Al final del capítulo, el galán, asesorado por una de las amigas, le compra otro anillo y entonces ella, disipadas TODAS sus dudas gracias al cambio de anillo (¡Dios! ¡Qué mal comienzo!), acepta feliz. En esta última escena fue donde me sentí un poco optimista: “bueno, puede que, después de todo, sí me vuelva a casar con alguien que cuando me compre ropa yo me enloquezca y la quiera estrenar en ese momento”.
Con esta idea tranquilizante por fin me dormí. La cuestión aquí es que Sex and the City es claramente una serie, y si bien el (o la) guionista es una maravilla y ha podido entender bien la psique de las mujeres en sus treintas, solteras, independientes, exitosas, no deja de ser una ficción que estas mujeres sean, además, sumamente atractivas y tengan dinero suficiente para estar siempre vestidas de diseñador y comprarse 18 millones de zapatos lindísimos. Yo, en cambio, tengo mi propio Sex and the City y es muy de la vida real, sin guionista, y no se parece tanto a la serie. Tengo muy buenas amigas en EMI y, gracias a Dios y a toda su corte celestial, nuestro trabajo es sumamente entretenido y nos permite el desayuno, el cafecito, el chisme en cualquiera de las oficinas, la comida, el after office, la actualización de nuestras historias cada 10 minutos y una convivencia tan íntima como aquélla que se muestra en dicha serie. Desde la mañana nos empezamos a mensajear para monitorear nuestra ubicación, el estatus de nuestro cuerpo y el de nuestro jefe: “¿Ya llegaste?” “No, sigo en el pinche tráfico”. “Estoy crudísima”. “No he desayunado”. “Me estoy muriendooooooooo“¿Ya llegó el jefe?”. Una vez que hemos puesto un pie en la oficina la siguiente parada obligada es la cocina (o Starbucks, en su defecto) en donde nos sentamos tranquilamente a picar la fruta, preparar café, servir té, sacar las gorditas de chicharrón y ponerlas en platitos, lo que sea, dependiendo del día. Posteriormente nos sentamos y entonces damos rienda suelta a la actualización. Justo esta mañana recordé ese capítulo de Sex and the City mientras Natalia me contaba su date de ayer. La serie se queda corta con la realidad de lo que nos estresa. Natalia se quejaba amargamente de que durante su ida al cine, sala Platinum, surgieron 18 cosas por las que ella no volvería a salir con el galán en cuestión. Primero, llegó con una polo que a ella le pareció ochenterísima y ya, desde ahí, las cosas no iban bien. “Aja, exacto, comenté, mi hindú un día salió con unos tenis muy blancos y muy grandes y yo estaba en shock porque iba a caminar junto a él por las calles”. “¿Cómo que unos tenis muy blancos?”, preguntó Natalia. “Pues sí, así como... pues como MUY blancos, ¿ves?”. Entre mujeres es muy fácil entender este tipo de explicaciones sin pies ni cabeza. Ante esta respuesta mía, mi amigo Milín hubiera contestado: “No, no te entiendo”. Pero no, Natalia contestó: “¡Ah! Sí, como tenis Panam de uniforme de deportes”. “¡EXACTO!”, contesté emocionada, le había dado al clavo. Un chico hindú con el que salí dos veces fue borrado de mi lista de posibles prospectos por haberse atrevido a ponerse unos tenis tan pasados de moda. Así es como una mujer declina la invitación formal y seria de un hombre bondadoso, espiritual, atento y con muchas ganas de salir con ella, por unos tenis (ni hablar del anillo de compromiso, ¿verdad?). Después de que Natalia se subió al coche, y no podía pensar en otra cosa que la polo ochentera, llegó al cine y se sentó en su amplio reposet de la sala platino con un smootie en la mano. Su smootie no tenía frapé; su smootie, palabras de ella, era una especie de sopa con la que ella no estaba a gusto. Le externó el disgusto al galán y el galán no hizo nada. Ella esperaba que él saliera corriendo a cambiar el smootie por uno que fuera de su agrado, y, a decir verdad, eso es lo que esperamos todas. No que se trate de un smootie, si licenciamos música, obvio podemos resolver el problema del smootie, pero es esta cosa de dejar que te solucionen la vida. De sentir que, por dos horas, eres una perfecta inútil a merced de tu galán que va a resolverte TODA la existencia. Además del smootie, el reposet de él no se hacia para atrás. Natalia reclinó su reposet y le dijo: “¿Qué onda? ¿No vas a ir a ver si te arreglan el asiento?”. “Sí”, contestó él sin inmutarse y sin prestar atención al caso del smootie, que, para estos momentos ya se estaba complicando más. La película estaba a punto de empezar y el galán no se inmutaba. Finalmente, Natalia se paró, ya enojada (el hombre ni se enteró que ella estaba enojada), fue directamente a quejarse (seguro de mala manera) con una pobre chica del cine que, sin deberla ni temerla, lo único que le dijo es que su smootie se lo cambiaban en la dulcería. Para estas alturas, y estando en sala VIP en donde te esperas una buena atención, Natalia lo único que quería era que alguien le solucionara la vida, ya que el galán claramente no lo iba a hacer. Le dio el smootie a la chica y la mandó a la dulcería a que se lo cambiara. Regresó con alguna persona del cine y arregló el reposet (hasta ahora no entiendo por qué le molestaba que su reposet, suyo de él, no funcionara si el de ella se reclinaba perfectamente bien). Seguíamos la conversación en la cocina y yo comenté que si no le había solucionado lo del smootie, ni pensara en que el día de mañana le iba a solucionar la descompostura del boiler o del refri (Natalia tiende a descomponer electrodomésticos). Salió del cine y se dijo a ella misma que tenía que relajarse y ser un poco más tolerante. Con esta mentalidad, le ofreció caminar por el parque, con todo y la polo ochentera. Caminando se toparon con un coche estacionado en batería sobre la banqueta, dejando un espacio muy pequeño para que pasaran. ¡Él se adelantó para pasar delante de ella! En este momento, Ale y yo sí pegamos un grito: “Nooooooo”. Una conducta así sí es para no volver a salir con el galán. Su date pasó sin pena ni gloria. Después me preguntaron cómo me había ido en mis últimas dates con el último galán. La verdad que a mí me había ido bastante bien en mis tres primeras citas con el último galán, hasta que de pronto, de la nada, el galán se me enloqueció y no hubo manera de regresarlo a la cordura. Todo empezó porque un lunes le mandé un mailcito tempranero para darle los buenos días y para sugerirle que hiciéramos algún plan de cenita romántica el viernes. Me preguntó un sin fin de cosas sobre mi plan romántico: que como a qué hora, que como dónde, que era vísperas del 14 de febrero y todo iba a estar hasta el gorro, que cómo qué tipo de restaurante. Después de tantas preguntas terminó contestando que luego veríamos, que faltaba mucho para el viernes y que él no estaba acostumbrado a planear con tanta anticipación y que planear no estaba padre porque qué tal que uno no llega al viernes y entonces se esfumó el plan. “Aja, ¿tanta anticipación?, pensé, si supiera que tengo planeados mis próximos 4 jueves...” Contesté que ese argumento me parecía carente de fundamento y de lógica. Si uno se va a morir, se va a morir igual, con o sin planes y que, incluso, en este momento de la vida, si me tocara morirme, me moriría tranquila porque habría gozado de la compañía de todos mis seres queridos precisamente por planear mis encuentros con tanta anticipación. Me contestó: “ok”. Asumí que no estaba muy interesado en mí y, pues, ni modo, no siempre todo mundo está interesado en una. Volvimos a hablar el jueves para ponernos de acuerdo para ir al cine. Coordinarnos para el cine fue tarea complicada que duró TODA la tarde del jueves vía mensajito. Yo quería ir a ver Inframundo y él ya la había visto y no tenía ni la menor intención de volverla a ver. “¿Por?, pensé, si estoy saliendo con alguien QUE ME INTERESA y me dice: reinita, vamos a ver The Fast and The Furious 43, pues ni modo, me voy a verla, ¿no?”.... Al parecer mi date opinó que no. Ale y Natalia opinaron que sí, mientras nos tomábamos un tecito verde en la oficina de Natalia, después de la comida, durante la cual también analizábamos igualmente la conducta de mi date y, una vez más, la del date de Natalia y su apatía por los reposets. Sugerí a mi date ir a ver Cementerio de Papel. “No veo películas mexicanas”, fue la respuesta. Entonces finalmente decidimos que nos encontraríamos en mi casa y de ahí veríamos qué podríamos ir a ver. Antes de salir de la oficina convoqué una reunión extraordinaria: Ale y Natalia llegaron corriendo. Les enseñé la cadena de mensajitos: “¿Estoy ya muy neurótica, soy muy picky o de verdad a este chavo le da exactamente lo mismo si sigue o no saliendo conmigo?” Después de analizar la conducta por unos cuantos minutos, llegamos a la conclusión de que en realidad era muy extraño el galán y que no podíamos emitir una opinión tan apresurada sobre su interés en mí. Mientras manejaba rumbo a mi casa quería descifrar MI interés en salir con un chico que demostraba TAN poco interés en mí, y entonces mi mente viajó a todas las situaciones posibles en las que mi date iba a demostrar apatía. Entre las situaciones que me imaginé, imaginé algo relacionado con un concierto y recordé que tenía que llamarle al Cronopio para decirle que no iba a poder irme a Querétaro al día siguiente para acompañarlo, a él a y su hermana, al concierto de Emanuel. En mi atarante constante y perenne, le marqué a mi date sin querer. Mi date se estaba lavando los dientes y sólo podía contestar “aja” “mmju”. Entonces yo empecé a soltar la perorata y las explicaciones de por qué no podía irme a Querétaro al concierto de Emanuel. A todas mis explicaciones, el date contestaba: “aja”, “mjum”... Y yo seguía diciendo: “es que Cronopio, también se me había olvidado lo del concierto, ahorita ya no pudo pedir permiso para faltar el viernes a la oficina y además tengo una junta...” Finalmente, terminó de lavarse los dientes y me dijo: “ok. Yo creo que no vamos a ir al cine hoy”. ¿? Primero me sorprendí porque obviamente esa no era la voz de mi Cronopio. Después no supe quién era y pensé que tal vez alguien había contestado el celular del Cronopio. Entonces, para dejar de hacer elucubraciones idiotas me fijé en la pantalla de mi celular y entonces vi el nombre de mi date. “¡Ah! Hola”, dije melodiosamente mientras soltaba una carcajada. A mi date no le pareció nada pero nada gracioso que me hubiera equivocado de teléfono y sin siquiera preguntar qué onda, qué había pasado, quién era el Cronopio, por qué me iba a un concierto en Querétaro, decidió colgarme el teléfono. “¿¿¿¿¿Por??????”, comentó Natalia al día siguiente, mientras preparábamos galletas con mermelada en la cocina. “No sé, nunca entendí. Después le marqué como 3 veces y no me contestó el celular”. Obvio no llegó a mi casa, nunca entendí por qué. “¡Ay, no, Albita! De verdad que tenemos ya muchas cosas de qué preocuparnos como para además andar de dates de alguien que nos preocupe más”, dijo Natalia. “No, esperen, eso no fue lo más raro, continué, lo más raro fue que me llamó como a las 10.00 pm. y su frase de saludo fue: hola, dramática”. “O sea, ¿cómo? Dramática, ¿tú?”, casi escupe la galleta Ale. “Sí, claro, la dramática era yo”. Durante una conversación de casi una hora mi date trataba de explicarme, sin mucho éxito, que había tenido un ataque de celos porque yo lo había confundido. “No, no te confundí, contesté, ¡no puedo confundirte si lo único que escucho del otro lado del teléfono son puros ajases!” Entre otros argumentos me dijo: “yo no sé a ti, Alba, pero a mí me han puesto el cuerno varias veces y no quiero que me vuelva a suceder”. “A ver, primera cosa: obvio me han puesto el cuerno, ¿qué esperabas? Si no vivo en un pinche tupper. PERO, segunda cosa: ¿qué tiene esto que ver con un cuerno si ni siquiera andamos? Hemos salido 4 veces y de pronto ya estamos en los cuernos. Mira, date, si tú me llamas por teléfono y me comienzas a decir: hola, Brendita, ¿cómo tas? Oye, fíjate que mañana no vamos a poder ir a echarnos el cafecito porque bla bla bla... Primero me voto de la risa, luego te digo: no, corazón, no soy Brendita, soy Albita y tan tan”. Se acabó, no hay lío, no hay: “quién chingaos es Brendita” y muchos menos, 2¿por qué me estás poniendo en cuerno con la pinche Brendita”. ¿No? ... Esta historia podría continuar, por hoy, hemos terminado. Sex and the City en EMI se traslada en este instante a El León de Oro a celebrar los 33 años de esta nada humilde servidora. Besos y estrellas.