viernes, 27 de febrero de 2009

Sex and the City en EMI

"A man on a date wonders if he'll get lucky. The woman already knows."
Monica Piper

La semana pasada, en alguna de mis noches de insomnio, me topé con un maratón de Sex and the City y me di a la tarea de verlo hasta las 2.00 am. Tengo siempre ciertos sentimientos encontrados con esta serie: la mayoría de las veces me hace reír, otras tantas me deprime un poco y algunas veces me da un poquito de esperanza. En el último capítulo que vi, Adan le va a proponer matrimonio a Carrie y ella lo descubre porque encuentra el anillo de compromiso en su maleta. Su primera reacción es ir a vomitar al baño. Luego se junta a comer con sus inseparables amigas (yo siempre me he preguntando, ¿a qué hora trabajan estas viejas?) y les cuenta que, además de que no está segura de quererse casar con él, el anillo es CERO ella y entonces se pierde en mil cuestionamientos sobre qué tan adecuado resultaría casarse con un hombre que ni siquiera sabe qué tipo de anillo comprarte. En realidad pensé: “en qué se fija esta mujer, ¡por Dios! El novio es monísimo y le tolera todas las locuras de este mundo”. Luego me puse a pensar, “¿cómo que en qué se fija?, no te hagas mensa, Albita”... y empecé a recordar todas las veces que el Santi se iba a algún lugar y me traía ropa. Me traía las cosas más extrañas de este mundo: camisas con cuellos muy altos, playeras, sacos horribles.... Nada, absolutamente nada tenía que ver conmigo. Las dos primeras veces no dije nada, pero, como en todo matrimonio, una vez superada la etapa de la miel, primero me enojaba tremendamente y luego me sentaba a reflexionar sobre lo poco que me conocía mi marido o lo poco que me ponía atención. ¿Por qué regalarme algo que de plano va gritando a los 4 vientos: yo no soy una prenda para Alba. Al final del capítulo, el galán, asesorado por una de las amigas, le compra otro anillo y entonces ella, disipadas TODAS sus dudas gracias al cambio de anillo (¡Dios! ¡Qué mal comienzo!), acepta feliz. En esta última escena fue donde me sentí un poco optimista: “bueno, puede que, después de todo, sí me vuelva a casar con alguien que cuando me compre ropa yo me enloquezca y la quiera estrenar en ese momento”.

Con esta idea tranquilizante por fin me dormí. La cuestión aquí es que Sex and the City es claramente una serie, y si bien el (o la) guionista es una maravilla y ha podido entender bien la psique de las mujeres en sus treintas, solteras, independientes, exitosas, no deja de ser una ficción que estas mujeres sean, además, sumamente atractivas y tengan dinero suficiente para estar siempre vestidas de diseñador y comprarse 18 millones de zapatos lindísimos. Yo, en cambio, tengo mi propio Sex and the City y es muy de la vida real, sin guionista, y no se parece tanto a la serie. Tengo muy buenas amigas en EMI y, gracias a Dios y a toda su corte celestial, nuestro trabajo es sumamente entretenido y nos permite el desayuno, el cafecito, el chisme en cualquiera de las oficinas, la comida, el after office, la actualización de nuestras historias cada 10 minutos y una convivencia tan íntima como aquélla que se muestra en dicha serie. Desde la mañana nos empezamos a mensajear para monitorear nuestra ubicación, el estatus de nuestro cuerpo y el de nuestro jefe: “¿Ya llegaste?” “No, sigo en el pinche tráfico”. “Estoy crudísima”. “No he desayunado”. “Me estoy muriendooooooooo“¿Ya llegó el jefe?”. Una vez que hemos puesto un pie en la oficina la siguiente parada obligada es la cocina (o Starbucks, en su defecto) en donde nos sentamos tranquilamente a picar la fruta, preparar café, servir té, sacar las gorditas de chicharrón y ponerlas en platitos, lo que sea, dependiendo del día. Posteriormente nos sentamos y entonces damos rienda suelta a la actualización. Justo esta mañana recordé ese capítulo de Sex and the City mientras Natalia me contaba su date de ayer. La serie se queda corta con la realidad de lo que nos estresa. Natalia se quejaba amargamente de que durante su ida al cine, sala Platinum, surgieron 18 cosas por las que ella no volvería a salir con el galán en cuestión. Primero, llegó con una polo que a ella le pareció ochenterísima y ya, desde ahí, las cosas no iban bien. “Aja, exacto, comenté, mi hindú un día salió con unos tenis muy blancos y muy grandes y yo estaba en shock porque iba a caminar junto a él por las calles”. “¿Cómo que unos tenis muy blancos?”, preguntó Natalia. “Pues sí, así como... pues como MUY blancos, ¿ves?”. Entre mujeres es muy fácil entender este tipo de explicaciones sin pies ni cabeza. Ante esta respuesta mía, mi amigo Milín hubiera contestado: “No, no te entiendo”. Pero no, Natalia contestó: “¡Ah! Sí, como tenis Panam de uniforme de deportes”. “¡EXACTO!”, contesté emocionada, le había dado al clavo. Un chico hindú con el que salí dos veces fue borrado de mi lista de posibles prospectos por haberse atrevido a ponerse unos tenis tan pasados de moda. Así es como una mujer declina la invitación formal y seria de un hombre bondadoso, espiritual, atento y con muchas ganas de salir con ella, por unos tenis (ni hablar del anillo de compromiso, ¿verdad?). Después de que Natalia se subió al coche, y no podía pensar en otra cosa que la polo ochentera, llegó al cine y se sentó en su amplio reposet de la sala platino con un smootie en la mano. Su smootie no tenía frapé; su smootie, palabras de ella, era una especie de sopa con la que ella no estaba a gusto. Le externó el disgusto al galán y el galán no hizo nada. Ella esperaba que él saliera corriendo a cambiar el smootie por uno que fuera de su agrado, y, a decir verdad, eso es lo que esperamos todas. No que se trate de un smootie, si licenciamos música, obvio podemos resolver el problema del smootie, pero es esta cosa de dejar que te solucionen la vida. De sentir que, por dos horas, eres una perfecta inútil a merced de tu galán que va a resolverte TODA la existencia. Además del smootie, el reposet de él no se hacia para atrás. Natalia reclinó su reposet y le dijo: “¿Qué onda? ¿No vas a ir a ver si te arreglan el asiento?”. “Sí”, contestó él sin inmutarse y sin prestar atención al caso del smootie, que, para estos momentos ya se estaba complicando más. La película estaba a punto de empezar y el galán no se inmutaba. Finalmente, Natalia se paró, ya enojada (el hombre ni se enteró que ella estaba enojada), fue directamente a quejarse (seguro de mala manera) con una pobre chica del cine que, sin deberla ni temerla, lo único que le dijo es que su smootie se lo cambiaban en la dulcería. Para estas alturas, y estando en sala VIP en donde te esperas una buena atención, Natalia lo único que quería era que alguien le solucionara la vida, ya que el galán claramente no lo iba a hacer. Le dio el smootie a la chica y la mandó a la dulcería a que se lo cambiara. Regresó con alguna persona del cine y arregló el reposet (hasta ahora no entiendo por qué le molestaba que su reposet, suyo de él, no funcionara si el de ella se reclinaba perfectamente bien). Seguíamos la conversación en la cocina y yo comenté que si no le había solucionado lo del smootie, ni pensara en que el día de mañana le iba a solucionar la descompostura del boiler o del refri (Natalia tiende a descomponer electrodomésticos). Salió del cine y se dijo a ella misma que tenía que relajarse y ser un poco más tolerante. Con esta mentalidad, le ofreció caminar por el parque, con todo y la polo ochentera. Caminando se toparon con un coche estacionado en batería sobre la banqueta, dejando un espacio muy pequeño para que pasaran. ¡Él se adelantó para pasar delante de ella! En este momento, Ale y yo sí pegamos un grito: “Nooooooo”. Una conducta así sí es para no volver a salir con el galán. Su date pasó sin pena ni gloria. Después me preguntaron cómo me había ido en mis últimas dates con el último galán. La verdad que a mí me había ido bastante bien en mis tres primeras citas con el último galán, hasta que de pronto, de la nada, el galán se me enloqueció y no hubo manera de regresarlo a la cordura. Todo empezó porque un lunes le mandé un mailcito tempranero para darle los buenos días y para sugerirle que hiciéramos algún plan de cenita romántica el viernes. Me preguntó un sin fin de cosas sobre mi plan romántico: que como a qué hora, que como dónde, que era vísperas del 14 de febrero y todo iba a estar hasta el gorro, que cómo qué tipo de restaurante. Después de tantas preguntas terminó contestando que luego veríamos, que faltaba mucho para el viernes y que él no estaba acostumbrado a planear con tanta anticipación y que planear no estaba padre porque qué tal que uno no llega al viernes y entonces se esfumó el plan. “Aja, ¿tanta anticipación?, pensé, si supiera que tengo planeados mis próximos 4 jueves...” Contesté que ese argumento me parecía carente de fundamento y de lógica. Si uno se va a morir, se va a morir igual, con o sin planes y que, incluso, en este momento de la vida, si me tocara morirme, me moriría tranquila porque habría gozado de la compañía de todos mis seres queridos precisamente por planear mis encuentros con tanta anticipación. Me contestó: “ok”. Asumí que no estaba muy interesado en mí y, pues, ni modo, no siempre todo mundo está interesado en una. Volvimos a hablar el jueves para ponernos de acuerdo para ir al cine. Coordinarnos para el cine fue tarea complicada que duró TODA la tarde del jueves vía mensajito. Yo quería ir a ver Inframundo y él ya la había visto y no tenía ni la menor intención de volverla a ver. “¿Por?, pensé, si estoy saliendo con alguien QUE ME INTERESA y me dice: reinita, vamos a ver The Fast and The Furious 43, pues ni modo, me voy a verla, ¿no?”.... Al parecer mi date opinó que no. Ale y Natalia opinaron que sí, mientras nos tomábamos un tecito verde en la oficina de Natalia, después de la comida, durante la cual también analizábamos igualmente la conducta de mi date y, una vez más, la del date de Natalia y su apatía por los reposets. Sugerí a mi date ir a ver Cementerio de Papel. “No veo películas mexicanas”, fue la respuesta. Entonces finalmente decidimos que nos encontraríamos en mi casa y de ahí veríamos qué podríamos ir a ver. Antes de salir de la oficina convoqué una reunión extraordinaria: Ale y Natalia llegaron corriendo. Les enseñé la cadena de mensajitos: “¿Estoy ya muy neurótica, soy muy picky o de verdad a este chavo le da exactamente lo mismo si sigue o no saliendo conmigo?” Después de analizar la conducta por unos cuantos minutos, llegamos a la conclusión de que en realidad era muy extraño el galán y que no podíamos emitir una opinión tan apresurada sobre su interés en mí. Mientras manejaba rumbo a mi casa quería descifrar MI interés en salir con un chico que demostraba TAN poco interés en mí, y entonces mi mente viajó a todas las situaciones posibles en las que mi date iba a demostrar apatía. Entre las situaciones que me imaginé, imaginé algo relacionado con un concierto y recordé que tenía que llamarle al Cronopio para decirle que no iba a poder irme a Querétaro al día siguiente para acompañarlo, a él a y su hermana, al concierto de Emanuel. En mi atarante constante y perenne, le marqué a mi date sin querer. Mi date se estaba lavando los dientes y sólo podía contestar “aja” “mmju”. Entonces yo empecé a soltar la perorata y las explicaciones de por qué no podía irme a Querétaro al concierto de Emanuel. A todas mis explicaciones, el date contestaba: “aja”, “mjum”... Y yo seguía diciendo: “es que Cronopio, también se me había olvidado lo del concierto, ahorita ya no pudo pedir permiso para faltar el viernes a la oficina y además tengo una junta...” Finalmente, terminó de lavarse los dientes y me dijo: “ok. Yo creo que no vamos a ir al cine hoy”. ¿? Primero me sorprendí porque obviamente esa no era la voz de mi Cronopio. Después no supe quién era y pensé que tal vez alguien había contestado el celular del Cronopio. Entonces, para dejar de hacer elucubraciones idiotas me fijé en la pantalla de mi celular y entonces vi el nombre de mi date. “¡Ah! Hola”, dije melodiosamente mientras soltaba una carcajada. A mi date no le pareció nada pero nada gracioso que me hubiera equivocado de teléfono y sin siquiera preguntar qué onda, qué había pasado, quién era el Cronopio, por qué me iba a un concierto en Querétaro, decidió colgarme el teléfono. “¿¿¿¿¿Por??????”, comentó Natalia al día siguiente, mientras preparábamos galletas con mermelada en la cocina. “No sé, nunca entendí. Después le marqué como 3 veces y no me contestó el celular”. Obvio no llegó a mi casa, nunca entendí por qué. “¡Ay, no, Albita! De verdad que tenemos ya muchas cosas de qué preocuparnos como para además andar de dates de alguien que nos preocupe más”, dijo Natalia. “No, esperen, eso no fue lo más raro, continué, lo más raro fue que me llamó como a las 10.00 pm. y su frase de saludo fue: hola, dramática”. “O sea, ¿cómo? Dramática, ¿tú?”, casi escupe la galleta Ale. “Sí, claro, la dramática era yo”. Durante una conversación de casi una hora mi date trataba de explicarme, sin mucho éxito, que había tenido un ataque de celos porque yo lo había confundido. “No, no te confundí, contesté, ¡no puedo confundirte si lo único que escucho del otro lado del teléfono son puros ajases!” Entre otros argumentos me dijo: “yo no sé a ti, Alba, pero a mí me han puesto el cuerno varias veces y no quiero que me vuelva a suceder”. “A ver, primera cosa: obvio me han puesto el cuerno, ¿qué esperabas? Si no vivo en un pinche tupper. PERO, segunda cosa: ¿qué tiene esto que ver con un cuerno si ni siquiera andamos? Hemos salido 4 veces y de pronto ya estamos en los cuernos. Mira, date, si tú me llamas por teléfono y me comienzas a decir: hola, Brendita, ¿cómo tas? Oye, fíjate que mañana no vamos a poder ir a echarnos el cafecito porque bla bla bla... Primero me voto de la risa, luego te digo: no, corazón, no soy Brendita, soy Albita y tan tan”. Se acabó, no hay lío, no hay: “quién chingaos es Brendita” y muchos menos, 2¿por qué me estás poniendo en cuerno con la pinche Brendita”. ¿No? ... Esta historia podría continuar, por hoy, hemos terminado. Sex and the City en EMI se traslada en este instante a El León de Oro a celebrar los 33 años de esta nada humilde servidora. Besos y estrellas.

martes, 10 de febrero de 2009

La guerra mundial, en el Conejo Blanco

“I loved the taste of blood since I tasted yours”
M. Duras
Hiroshima, mon amour


Hace un tiempo leía en Chilango una nota que llevaba por título “Mi autor me mima”. Se trataba de unos eventos que me parecieron muy atractivos: círculos de lectura en diferentes librerías de la ciudad; al final de éstos, los participantes se juntan en una de las sedes para tener un coctel con el autor. El artículo mencionaba que la velada con Ruy Sánchez se había alargado hasta que habían tenido que correr a los comensales y que no sé qué otro autor se había llevado a sus lectores a su casa a seguir con la velada. En ese momento me dio una envida de la mala (yo siempre he insistido en que no existe tal cosa como una “envidia de la buena”) por todas aquellas mujeres que lograron oír de labios de Ruy Sánchez cómo se definen Los Sonámbulos y qué pasa en los Jardines Secretos del Mogador. Me imaginé que tal vez hubiera una tenue luz en esa velada mientras alguien leía pausadamente: "(...) soñé que dormías desnuda a mi lado y que aun antes de despertar completamente yo levantaba mi mano hacia ti para acariciarte. Tocaba tu piel alrededor de los pezones embriagándome en su textura. Me acercaba en círculos a la parte más dura y mis dedos lentamente enloquecían. La memoria, reina caprichosa del cuerpo, me hacía tener por la mano las sensaciones de mi boca". Aunque tal vez nadie en esa velada leyó nada de Los Labios del Agua y la noche transcurrió entre vino tinto y anécdotas de cualquier especie. Pero igual yo sentía envida. La semana pasada la Hormiga me dijo que había leído una cita que hizo suya, misma que yo también adopté: “La envidia es el tributo que la mediocridad le rinde al talento”. Tal cual, yo me moría de envidia tanto del desmesurado talento erótico de Ruy Sánchez, como de quien hubiese tenido la idea de organizar estos círculos de lectura tan íntimos y personales. Decidí que llamaría a los teléfonos que aparecían en la revista y me inscribiría al siguiente círculo, no fuera a ser que me perdiera otra velada sensual y literaria.

Otro día venía en mi Mafalda escuchando mi estación favorita: el scan de mi radio, Santi decía que ésa era mi estación favorita. De pronto escuché: “...Joaquín Lavado, mejor conocido como Quino...” y en ese instante detuve el scan para escuchar la nota completa. Debo confesar que lo primero que me vino a la mete es que tal vez estaban anunciando su muerte, y me pasó algo muy curioso, igual que me pasó cuando me enteré que Benedetti estaba en el hospital muy grave, pensé que mientras yo dormía profundamente la noche anterior, un genio se debatía entre la vida y la muerte para, como siempre, al final del debate, abrirle paso a aquélla que nunca pierde un debate. Escuché con atención y para mi gran sorpresa Quino no sólo estaba muy vivo, sino que esperaría a sus lectores en Plaza Loreto ese mismo día a las 5.00 pm. para firmar autógrafos. Acto seguido, enloquecí. Llamé primero a la Hormiga, que enloqueció conmigo pero que no podía acompañarme a la firma de autógrafos, a la cual yo no quería ir sola por esto de mi demofobia. Recordaba que en la firma de autógrafos precisamente de Benedetti habíamos sido tantos que Benedetti no pudo firmar nada, yo me quedé con mi Inventario arrugado debajo de mi brazo mientras lloraba a lágrima tendida escuchando como el señor Benedetti leía “Bodas de Perla”. Luego le llamé a Tashi, no porque ella sea la más fan de Quino, sino porque estaba muy emocionada y no sabía a quién más hablarle para contarles que, a como diera lugar, yo iría a esa firma de autógrafos. Después de hablar con la mitad de mis amigos, encontré a un alma caritativa que se apiadó de mi demofobia y, pese a que no es nada fan, aceptó ir conmigo a tan magno evento: Elka. Llegué a mi oficina y mientras contestaba mis mails de chamba, le escribía a Kuki y a Gaby para ponernos de acuerdo para el brindis de fin de año. En uno de esos mails que iban y venían comenté que iría a la firma de autógrafos de Quino esa tarde. A mi comentario siguió un mail de Gaby contestando algo así como: “¿¿¿¿¿¿¿EN DÓNDE?????? Voy contigo”. Yo no sabía que Gaby era fan también, en realidad hay muchas cosas que no sé de Gaby, siendo ella una amiga originalmente de Kuki, pero parece que compartimos varios gustos y, también, según me di cuenta ayer, muchos gustos culposos como RBD y Fernando Colunga. Finalmente Gaby se unió a la firma de autógrafos y nos fuimos las tres. Estuvimos horas esperando un autógrafo, que hasta lo tengo escaneado, se los podría mandar por mail a solicitud de parte. Durante estas horas de espera aprovechamos para ponernos al día de la vida de Gaby, Elka y yo nos vemos bastante seguido y nuestras vidas están muy al día. Aproveché para comentarle a Gaby de estos círculos de lectura que había encontrado en Chilango y le emocionó enormemente el asunto. Nos inscribimos. Ayer fue nuestra primera sesión en la librería Conejo Blanco, con el grupo de lectura de la Condesa que, según me comenta el coordinador de proyectos, es un grupo muy establecido y muy integrado.

Llegué muy temprano, fui la primera y el único que estaba ahí era el coordinador, Pepe. Luego llegó una señora Shoshana (no sé cómo se escribe su nombre, pero ahora sé que significa Rosa en hebreo) y luego un señor Martín. Después llegaron Gaby y Evelyn, Evelyn es la moderadora del grupo y Gaby trabaja haciendo algo también en Letras Voladoras. Al final llegó Gaby, mi amiga Gaby, no la otra Gaby, y tres chicas más: una médico y dos chicas que trabajan en IBM, cuyos nombres ahora se me escapan. Ayer fue noche de presentaciones, cada quien dijo qué hacía de su vida, en dónde trabajaba, si era soltero o casado, si tenía perros o gatos, cuál era su comida favorita, su programa de tele favorito y su música favorita. Yo tuve muchos problemas, como siempre, para contestar las preguntas relativas a la música y la comida favorita. De música acabé confesando que este trabajo me tiene a veces aturdida con la música y que ya no sé qué me gusta y que no. Conté mi terrible anécdota del miércoles pasado que fui a cenar con Memo Gil. Estaba felicitando a Memo por los 3 Grammies que se sacó y se me ocurrió preguntar de qué eran los Grammies, a lo que me contestó que los obtuvo por Kany García. Mi siguiente comentario fue: “mmm... Memo, ¿Kany es una él o una ella?”. Memo me dijo que yo no era posible en esta vida, sobre todo porque en esto trabajo. Comenté que tenía toda la razón del mundo pero que en verdad me había esmerado en el último año en estar al tanto de la música, lo cual no era nada fácil para alguien que escucha arpas celtas y discos de Buddha Bar. Entonces se reían mucho de mí en el círculo de lectura y mi amiga Gaby empezó a cantarme lo que supongo que es una canción de Kany García (que sí es una ella). Luego confesé los gustos culposos: “Inalcanzable” de RBG, Gee y el nuevo sencillo de Paty Cantú (todo EMI, sino, ¿de dónde hubiera tenido yo acceso a esta música tan culta y elevada?), y Gaby cantó algo de RBD, aunque no hizo comentario sobre Paty Cantú a quien, asumo, nadie la conoce mas que todo EMI. De comida nunca sé qué contestar y opto por decir siempre que depende del ánimo, cuando en realidad lo de la comida depende: del ánimo, de la zona de la ciudad en la que uno se encuentra, del clima, de la situación, de quién va a pagar la cuenta, de si se está a dieta o no, de si va con las amigas o con una date (y, en este caso, depende si es la primera, la segunda, la tercera...), de si se está dispuesto a sacrificar lugar por calidad... Entonces, para que no se empezaran a dar cuenta, desde nuestro primer encuentro, cuán complicada soy para la comida (y para la vida, en general), decidí contestar que dependía del ánimo, que era muy muy fan de la comida y recuerdo que comenté que no me gustaban las berenjenas mas que en Musaka. Finalmente empezó la introducción al círculo. Evelyn dijo que para entender un libro hay que entender primero a su autor, y empezamos leyendo una biografía de Jorge Volpi. Yo nunca he leído nada de Jorge Volpi, pero sé, porque me lo dijo mi amiga Pili, que es un gran escritor, que ha ganado varios premios y que en algún momento de la vida salió con mi amiga Pili. Yo estaba emocionada porque iba a leer algo de Jorge Volpi. Para sorpresa de todos, el libro que teníamos en nuestras manos es el tercero de una tetralogía que comenzó con un libro titulado “En Busca de Klingsor”, siguió con “El Fin de la Locura” y éste se llama “No será la Tierra”. Ya veremos después cómo se llama el cuarto. Mi amiga Gaby comentó: “Pregunta, ¿por qué no empezamos por el principio?” A lo que Evelyn le informó que Alfaguara, como una especie de patrocinador, les da los libros y entonces tenía que ser ése. Evelyn había preparado un resumen de los dos libros anteriores para que no estuviéramos tan ignorantes del tema. Hasta este punto yo seguía muy emocionada con el círculo de lectura: el lugar es muy agradable, tomé una copa de buen vino, la plática de mis compañeritos era sumamente interesante, culta y elevada, y dentro de la biografía de Vopli se leía un bullet que a continuación transcribo: “ Jorge Volpi es un escritor atípico en la esfera cultural mexicana. Se documenta a fondo antes de escribir y siente una gran pasión por el mundo de la ciencia y sus implicaciones y por la política y el pensamiento actual. Sus novelas van dirigidas a un lector culto, inquieto e inteligente, a fin de inducirlo a una reflexión en el fondo ética”. Al leer esto me emocioné: me habían llamado culta, inquieta e inteligente porque, aunque nunca he leído nada de este autor, estaba yo en un círculo de lectura en donde leeríamos un libro de él, ¿qué no? Y, además, al finalizarlo me iría a un coctel con él, lo cual me hacía más culta, inquieta e inteligente. Me sentí feliz por estar haciendo por fin este año lo que he olvidado en dos años y medio de trabajar en EMI: alguna actividad que alimente mi espíritu y mi intelecto, que está ya tan atrofiado que le gusta RBD.

Todo cambió cuando empezamos a leer la reseña de las dos precuelas de “No será la tierra”: “Hacia 1944 el mundo está en guerra, declarada por Adolfo Hitler a la cabeza del Estado alemán...” En ese momento me tomé la molestia de leer la contraportada de libro que tenía en las manos: “La bióloga soviética Irina Gránina contempla el derrumbe del comunismo...” Entré en pánico. Hay varios libros en esta vida con temas diversos que me matan de flojera, como las matemáticas, los códigos fiscales, los libros de biología y los tratados de política. No obstante, si tengo que leerlos por alguna circunstancia, los leo y me callo la boca. PERO si hay un tema que me pone los pelos de punta, no me gusta, no lo tolero, me produce náuseas y lo evito a toda costa es el tema de la segunda guerra mundial y el holocausto. Vaya, me salí del cine en “La lista de Schindler” y lloré tres días seguidos cuando un novio (muy malo) me obligó a ver “La vida es bella”. Después de eso, me batí a duelo limpio con Santiago por no ir a ver “El Pianista” y vivo muy tranquila sin recordar que alguna vez hubo un hombre tan macabro que seguro está sentado tomando el té con Satanás. Casi lloro. ¿Por qué, por qué, por qué a mí que me encanta el Mogador, que me emociono tremendamente con las Primaveras que tienen una esquina rota, que no me enamoro de Edward pero sí de Lestat, que me imagino perfectamente cómo entraba y salía Aura del cuerpo de aquel gato y que disfruté cada olor percibido por la fina nariz de Grenouille, por qué me tenía que tocar en mi primer círculo de lectura aprender sobre el comunismo y los nazis? Ah, y también viene un capítulo sobre la bomba atómica, por si no me basta la caída del muro de Berlín. Pero yo ya leí “Hiroshima, mon amour”, ¿no es suficiente? Finalmente me tranquilicé un poco cuando leí: “En el vértigo de la historia, tres mujeres entrecruzan sus destinos”. Tal vez voy a leer una novela mujeril que tiene como fondo la pos guerra. No está tan mal, finalmente en las historias donde hay mujeres, sean pos guerras o pos hecatombes nucleares, siempre habrá un tinte de romance y complejidad. Así pues, pasaré los siguientes lunes de mi vida, de 8.00 a 9.30 pm., en la librería “Conejo Blanco”.