jueves, 15 de septiembre de 2005

Instrucciones para levantarse de la cama


Y si no encontrara el tiempo de soñarte
te juro amor que nunca soñaría
porque en el despertar y el sueño eres
incomparablemente dulce y mía
Alí Primera

Instrucciones para levantarse de la cama

Levantarse implica siempre cierto grado de complejidad. Se debe comenzar por estirar el brazo, el derecho preferente si uno es diestro, el izquierdo si se es medio bruto y tirar un par de cosas de la mesita de noche para apagar el despertador. Posteriormente, uno debe preguntarse: “¿Qué día es hoy?”, ya que si resulta que es domingo, uno no tiene por qué asomar la naricita, en la cama siempre se está mejor. Cuando uno se da cuenta de que es martes, el siguiente acto obligado es estirar ambos brazos hacia los lados, lo más que se pueda. Se recomienda hacer lo mismo con ambas piernas porque, de vez en cuando, créase o no, el cerebro está completamente despierto mientras que las piernas continúan durmiendo el sueño de los justos ¿Cuál será ese sueño? ¿Sabían que hay diferentes interpretaciones de esta frase? Algunos aseguran que se trata de la muerte; otros, que es una expresión originaria de la antigua Grecia que significa que duermes sin angustias ni preocupaciones. Las piernas entonces duermen más que el cerebro, o tardan más tiempo en despertar de la dulce muerte. 

El siguiente paso es prender la luz, o la lámpara de la mesita de noche si no se tiró al suelo en el intento de apagar el molesto despertador, para que los ojos vayan acostumbrándose a la tenue luz del amanecer; pocas partes del cuerpo humano tienen tal capacidad de adaptación como los ojos, por lo que se recomienda no desesperar, los ojos se acostumbrarán rápidamente a la luz.

Pasados unos diez minutos, uno está en condiciones de poner el primer pie fuera de la cama, ¡uno debe hacerlo! A pesar de que el pie tenga la firme convicción de que afuera de la cama hay un océano de desgracias. Se recomienda salir del lecho del lado derecho, por aquello de que “las brujas no existen, pero de que vuelan, vuelan” y esta mínima acción entrañe una desgracia que durará todo el día; por lo general uno no necesita razones para agregarle una dosis de mala suerte a la jornada.

Si del lado derecho de la cama yace otro cuerpo inerte, uno puede pasar sobre éste sin miramientos, finalmente ese cuerpo está ahí por decisión propia; aunque se corre el riesgo, al pasar sobre el cuerpo inmóvil, de tropezar con la pierna de éste y entonces no lograr salir de la cama.

Superados estos obstáculos, incluyendo las piernas ajenas, los pies se colocan suavemente sobre el piso; uno después del otro, o ambos al mismo tiempo, a elección del usuario. Se recomienda dar un par de pasos “de reconocimiento” por aquello de atenuar las conmociones. También se pueden utilizar unas cuentas vueltas, pudiendo ser sobre su propio eje o alrededor de la cama. Prosiga usted, pausadamente y tratando de esquivar los muebles, hacia el cuarto de baño. Abra la llave de agua fría y enjuague su rostro abundantemente, mientras respira lenta y profundamente y se repite a sí mismo, o en voz alta para que lo escuchen todos los vecinos: "Tiemblen los cielos, tiemble el Diablo, porque ya se despertó esta cabrona". 

miércoles, 17 de agosto de 2005

Amargocita, amargosita ¿cómo se escribe?

El divorcio probablemente se remonta a la misma época que el matrimonio.
Yo creo, sin embargo, que el matrimonio es algunas semanas más antiguo.
Voltaire.



Bueno, después de que explotó el boiler de mi casa cuando intentaba prenderlo, hecho que me llevó 2 meses al encierro en casa con dos únicas actividades: ver nuevamente las temporadas de Friends, que me prestaron mis primitas en Blue-Ray, y arreglar "detallitos" de la casa que nunca terminaba. Evidentemente, considerando el ligero déficit de atención que padezco, ahora mi casa es un detallote completo: todos los "detallitos" están tirados por el suelo; las manualidades a medio terminar; los platos, vasos y copas a medio depurar; la ropa a medio clasificar para donar o regalar; la alacena a medio clasificar. Sin emabargo, la vida empezó a normalizarse y tuve que regresar al IMPI como parte de mi vida cotidiana; todavía no tengo pestañas pero ya soporto un poco más la luz, puedo salir de día y, lo más decisivo, la incapacidad del ISSSTE terminó. 

Les cuento que oficialmente ya soy soltera. Ayer, después de casi 4 horas de espera, y más de un año de separación, firmé por fin el divorcio: Santi es oficialmente mi ex-marido. Mientras esperábamos y esperábamos, la misma jueza de hace 15 días casó a dos parejas con feromonas enardecidas. La primera pareja, ella se veía como de unos 18 años y él como de 20. Mientras los observaba pensaba: debería estar prohibido, de verdad, es más, hasta delito debería ser casare tan joven. La segunda pareja, ella tendría como unos 20 y él como unos 16, hasta podría apostar que la madre de él andaba por ahí para dar su consentimiento. Pero ella, eso sí, tenía una panza como de 6 meses, no sé si de angustia o de embarazo. La ironía de la vida: yo literalmente haciendo fila y esperando para divorciarme y éstos llegando felices para entrar a la estadística de los casados sin hacer fila, a ellos los atendieron primero que a nosotros.

En algún momento, el secretario del juzgado nos dijo que tuviéramos paciencia, que la impresora no servía y que nuestra acta no se podía imprimir. Ni modo, ¿qué hace uno? Sonreír con un aire idiota y decir "gracias". En ese momento, Santi, al que solía llamar al final de matrimonio, con cierto cariño malicioso, Santi-Troll, comenta:

-“Es que no nos ha visto cuando nos empezamos a enojar.”
Santi enojado es una criatura exótica. Una especie de aparición que fusiona Karate con sarcasmo. Así que le dije, medio en broma, medio rogando:
-“No, Santi, por favor, no te empieces a enojar.”
A lo que me respondió, con un tono más bien inocente:
-“No, si yo hablo de ti.”

Claro. Por supuesto. Ahora él es un Dalai Lama doméstico, un apóstol de la templanza. ¿Alguno de ustedes recuerda cualquier conversación de política con Santi? Según sus recuerdos, es bastante claro que uno de los motivos del divorcio fue el Peje.

A eso de las doce del día, el secretario, que parecía un estudiante de la UNAM que probablemente soñó con estudiar filosofía y acabó imprimiendo divorcios en papel reciclado, se asomó nuevamente y dijo:

-“Les pido paciencia, ya vienen los de sistemas a revisar la impresora.”

Entonces no pude evitarlo. Me levanté, me dirigí al mostrador y le dije, con toda la solemnidad que permite un trámite burocrático de esta naturaleza: 

-“Por favor, licenciado, se lo ruego, me urge divorciarme de este hombre. En verdad. Ya no lo aguanto. Quítemelo de encima.”

Santi se reía a carcajadas y empezó a picarme las costillas, bajo la mirada entre sospechosa y fascinada de todos los presentes, la mayoría esperando turno para casarse. Estoy segura de que más de uno pensó que aquello era un sketch o una cámara escondida, la verdad es que la terapia ya había sacado lo peor de nosotros en su momento. Firmando el divorcio se encontraban las mejores versiones de nosotros mismos, más resigandos que enojados. 

Y mientras tanto, en la otra ventanilla, registraban bebés recién nacidos, tiernos, rosados y dotados de una capacidad pulmonar que desafiaba toda lógica anatómica. ¿Por qué gritan con tanto ímpetu si apenas acaban de llegar al mundo? ¿Tal vez ya sospechan en qué se están metiendo?

Seguimos platicando Santi-Troll y yo, medio peleándonos y medio riéndonos, bastante incómodos. Nunca voy a dejar de discutir con él, es un hecho. Basta una frase suya, una palabra mal calibrada, y se me activan dieciocho retrospectivas de la relación, todas al mismo tiempo. Por un instante sentí unas ganas viscerales de pegarle un masking tape en la boca, solo para poder terminar una oración sin interrupciones.

Y entonces me vino esa revelación tan conocida, tan incómoda: ¡qué intolerante soy! En serio, ya pueden empezar a regalarme gatos, uno por cumpleaños, otro por Navidad. Me voy resignando con cierta elegancia al destino de tía Alba soltera, con biblioteca, plantas de interior y gatos que llevarán nombres de filósofos.

Hay días, como hoy, en los que ser yo pesa. No dramáticamente, no como una tragedia griega.
Pero pesa, más como una mochila mal empacada: con cosas que no sabes si necesitabas, pero que ahí siguen, acompañándote a todos lados. 

Después de este trago amargo, decidí pasar unas horas de sano esparcimiento viendo "Cats", el musical de Broadway, la puesta en escena original traida al Distrito Federal, presentándose en el Auditorio Nacional. Nami y yo habíamos comprado los boletos con un mes de anticipación: 615 pesos en segundo piso, se me hizo súper caro, pero la tristeza del divorcio lo merecía. Además, aunque hubiérmos querido, ya no había boletos más adelante, posteriormente agradecería a Dios este hecho.  

Ahí les voy, en taxi al auditorio para no tener problemas con el estacionamiento y no pagar también una millonada de estacionamiento. Mi nueva vida de soltera me exigiría ser más cuidadosa en los gastos. En el Auditorio me encontraría con Nami, mi novio Che e Irmita, la mamá de Nami. Salí tarde de mi casa, para variar, después de dar 7 vueltas a mi sala, mi comedor y mi recámara y muchas veces llegando a la recámara pensando: "¿Qué venía a buscar?" Claro que nunca lo recordaba, pero en ese momento veía sobre el tocador la póliza del seguro del coche y me acordaba que tenía que meterla a la guantera, junto con la Guía Roji que estaba en ... estaba en... ¿En dónde estaba la Guía Roji? Y entonces empezaba la búsqueda de la Guía Roji para dejarla, junto con la póliza del seguro, en la guantera del coche, coche que no iba a usar en ese momento. Salí corriendo, llevando la tristeza en la bolsa de los jeans. Es imposible salir a la calle si se olvida la tristeza del divorcio en la mesa de noche de la recámara, también tuve que regresar a buscarla.

Después de tomar un par de tragos coquetos en el horrible bar del Hard Rock Café, optamos por irnos corriendo para no perdernos un minuto de tan anunciado espectáculo. Siempre he sido talla pequeña y esto ayudó a que me sentará en las butacas del Auditorio sin mayor problema. Pero Nami, Irma y el Che cuentan otra historia. La más bajita del grupo, Nami, mide 1.70. Irma un poco más y el Che mide más o menos 1.80,  lsas piernas no les cabían, tuvieron que hacer un nudo pretzel para sentarse. A mí me cupieron completas y todavía me sobraron unos centímetros de aire. El diseñador del Auditorio, evidentemente, era de mi equipo. Ser pequeña tiene sus ventajas, ser intolerante, bueno, eso ya no tanto. Meditaba en el divorcio y mi intolerencia y pensaba en el nombre de mi primera gata: ¿Clementina? Me suena a señora que lleva bien la soledad.

Después de una hora de espectácul no había pasado gran cosa. Salieron como treinta actores, bailaron unas coreografías simpáticas, sencillas, bien peinadas. Pero nada más. Yo esperaba que en cualquier momento empezara la trama. Spoiler: no empezó, o yo no la entendí. Cats gira en torno a la tribu de los gatos Jélicos durante la noche en que se toma ‘la elección jelical’, o sea, donde deciden cuál de ellos renacerá en una nueva existencia, nada más. A las dos horas, los mismos actores seguían bailando con este mismo hilo conductor. Las coreografías seguían siendo simpáticas, eso sí. Siguieron siéndolo durante tres monótonas horas, sin más trama que esa que les digo. A mí me gustan las tramas complejas, el sujeto meditabundo, el asesino serial con más de una personalidad, el fantasma que nadie sabe que es fantasma; Cats me resultó un fastidio sin sentido. El vestuario era espectacular, el maquillaje de los gatos digno de concurso de disfraces. Una gata cantó como si estuviera audicionando para cantar en el cielo directamente a Dios. 

Lo demás… bueno, lo demás estaba ahí. Con buena actitud, eso sí, y un entusiasmo que yo envidié un poco, yo que había entregado mi tristeza en la entrada cuando revisaron mi bolsa. No diré que fue una decepción, porque las decepciones son más intensas en el divorcio que en los musicales y yo acababa de firmar uno, pero digamos que salimos con la sensación de haber asistido a una clase abierta, con mucho presupuesto.

Claro, uno paga su boleto con ilusión y sale con la humildad del incauto. Nada grave, pero sí tuve esa sensación de: “ah, mira tú, y yo que me perdí la clase de jazz por esto”. No, no es que una sea amargueitor; es que a veces el mundo se pone de acuerdo para hacerte dudar de tu criterio. “Cinco, seis, cinco, seis, siete, ocho…” y ahí estaba yo, repitiendo mentalmente la cuenta de las coreografías y pensando que, honestamente, mi maestro de jazz nos exige igual. Terminó, aplaudimos, el Che y yo nos  nos volteamos a ver sin enteder en qué había terminado la obra, reímos en íntima complicidad y nos dispusimos a marcharnos. 

Revisé la bolsa para ver que no olvidara nada en la butaca y pensé en mi tristeza, me la habían recogido las señoritas en la entrada, ellas que revisan que uno no entre a los conciertos con cosas indecentes en la bolsa de mano. Les pareció linda mi tristeza, llena de colores pastel, lagrimas de antaño, frustración acumulada y muchas horas de terapia ¡Zas!, que se la quedan, así de inapropiada les pareció. Recogí la tristeza con el boletito que me habían dado, la coloqué en mi bolsa, no sin antes besarla dulcemente. Después decidí retirarme a mi santo hogar,  decidí también que los musicales me gustan menos cada día pero los gatos me gustan igual, aunque suelten pelo y yo sea alérgica. Finalmente decidí también que mi segundo gato se llamará "Jellicle cat", como los de Cats, sí, el musical, ¡el de Broadway! ¿No lo han visto? Se los recomiendo ampliamente. No se lo pierdan, cuéntenme de qué me perdí. 

Besos y estrellas

La amargueitor.

sábado, 25 de junio de 2005

Feromonas

“Química misteriosa para nosotros, los seres humanos.
Señales desconocidas, provenientes del olor,
que llegan al cerebro pero nos inundan el corazón.
Sexo, alarma, territorialidad, agresión, y miedo,
que nunca explicarán por qué elegimos a una persona
como blanco de nuestro amor”.


Mi intención era documentarme respecto a las feromonas para entender mi tan breve paso por la institución del matrimonio, pero resulta que nadie sabe a ciencia cierta por qué se producen, cómo llegan hasta el olfato del individuo en cuestión, ni cómo ni por qué se esconden a placer después de un tiempo, provocando que esa deliciosa borrachera ahogada en feromonas se convierta en la peor resaca de la vida, llena de abogados, almas rotas y pelusa detrás del refrigerador al terminar la mudanza. 

No obstante, no quise dejar pasar esta historia de las feromonas, porque si algo tengo claro es que existen y son las culpables declaradas de que uno haga tarugadas monumentales, como enamorarse de esa persona ‘ideal’, dejar el nido familiar, comprar enseres que no sabe ni usar, endeudarse hasta las orejas y mudarse con una sonrisa ilusa y toda la esperanza cargada en cajas de cartón.

Todo esto viene a colación porque hoy fui a mi primera firma del divorcio, en quince días tengo que presentarme a la segunda, para dar por finiquitado el contrato que me unía al buen Santi. Seguramente cuando Santiago y yo decidimos pasar nuestra vida juntos nos encontrábamos cómodamente instalados en una sobre dosis de feromonas enardecidas, revoltosas y poco meditabundas, no encuentro otra explicación. Después de terribles discusiones para compaginar los horarios de Santi con los de la gente normal, que entiende por horas hábiles de 9.00 a 2.00 pm. y de 4.00 a 6.00 pm., su apretada agenda y su despiste natural, logramos acordar un horario y sacar una cita para hoy. Llegué por él temprano en la mañana. Sí, tuve que ir por él, previniendo que se le olvidara que hoy firmábamos el divorcio. Me imagino la escena: Alba, 10:00 a.m., parada afuera del juzgado intentando localizar a Santi. Los teléfonos del Estudio, por supuesto, cortados por exceso de pago y su celular, apagado. Maravilloso. Finalmente, a eso de las 11:00, contesta con su vocecita dulce, soñolienta, como si lo hubieran despertado de una siesta celestial: “¿Hola?” Y yo, ya transformada en pantera en celo con furia prehistórica, le suelto: “¡Pinche Santi! ¡No puedo creer que se te haya olvidado la firma del divorcio! ¿Dónde carajos estás? ¿Cómo es posible? ¡Todo te vale madres! ¿Y ahora qué? ¿Cuánto tiempo más vamos a seguir casados, ¿eh? Santiago, no me vengas con tus choros cósmicos que no nací ayer…”

Así que, para evitar el melodrama telenovela de Televisa (y porque ya me urge sacarlo de mi estado civil), fui por él. Salí de mi casita bañada, perfumada, desayunada, dientes relucientes, cama tendida, platos limpios… como debe ser, como me enseñaron mis papás: digna y ligeramente funcional. Y ahí estaba Santi, como salido de desastre natural: sin bañar, sin peinar, hecho un guiñapo… pero eso sí, con su sonrisa encantadora y esos ojazos verdes, que no le arranqué porque básicamente es delito.

En el coche tuvimos otra discusión, derivada de una copia de mi acta de nacimiento que Santi debió haber tramitado para el divorcio, porque se ofreció a hacerlo, y que juraba y perjuraba haber tramitado, yo sé de cierto que no lo hizo. Finalmente llegamos en punto al registro civil, con cara de turistas japoneses en la Ciudadela en la multitud de personas que venían a hacer trámites o, sin saberlo, a sucumbir al poder embriagador de las feromonas.  

Entre la multitud vislumbramos a dos borrachos de feromonas, que seguro no tenían (ni tienen) ni la más remota idea de cómo funciona el efecto de las feromonas o, lo más triste, cómo deja de funcionar dicho efecto. Los embriagados de feromonas se miraban tiernamente, como si el Registro Civil fuera Las Vegas y el amor, un juego de azar que claramente habían ganado; recuerdo que esa era la misma mirada que yo tenía cuando llegué embriagadamente ingenua al juzgado tres años atrás, ¡bueno! ¿Qué les puedo decir?:  Las feromonas, las feromonas. Más que el éxtasis, el LSD, los ácidos y demás sustancias alucinógenas, lo que realmente debería estar regulado en este país son las feromonas. Sí,  saboteadoras invisibles que hacen que uno pierda la compostura, el juicio y, en algunos casos, hasta el apellido. Si no se van a prohibir, porque todavía no se puede legislar al respecto, al menos la naturaleza podría ser un poco más generosa y permitir que el cuerpo humano las siga produciendo hasta que la muerte nos separe, como promete, con excesiva seguridad, el contrato civil de dudosa duración.

Finalmente, después de echar mano de mi gama más selecta de sonrisas para el secretario y Santi de sus rizadas pestañas que decoran sus hermosos ojos verdes, la jueza no pasó a firma. La jueza nos miró sin darnos importancia (o más bien, no lo hizo) y ni siquiera se molestó en fingir algún intento de reconciliación de último minuto, ni ese protocolo de psicología exprés que a veces sacan para cubrir el trámite con algo de humanidad y empatía.  Con la eficiencia de quien ya ha visto demasiadas versiones del mismo final, nos extendió un acta impresa en papel blanco y, sin levantar mucho la vista, nos pidió que verificáramos nuestros datos.

-“Abogada,” dijo, dirigiéndose a mí y dignándose, por primera vez, a mirarme a los ojos, “¿están correctos los datos?”.
-“Sí, señora jueza.”
-“¿Y los suyos, señor?”, añadió, con esa pausa breve que tiene más de notaría que de drama.

Entre abogados, las personas se dividen en dos categorías muy claras: los colegas… y el resto del mundo, la jueza lo dejó muy claro con su desdén hacia Santi. Ese día, Santi y yo éramos simplemente dos nombres impresos en un documento, esperando que la tinta deshiciera, sin más ceremonia ni drama que aquél que se había ya quedado en las paredes del consultorio de Caro de la Vega, nuestra terapeuta, lo que el amor y las feromonas extintas no pudieron sostener.

Apenas salimos de la firma, retomamos nuestros papeles con sorprendente naturalidad: yo reclamándole a Santiago su eterna impuntualidad y falta de compromiso; él diciéndome que soy una exagerada, que todo lo dramatizo y así, en esa familiar y agotadora coreografía de reproches, nos fuimos a desayunar tomados de la mano.

Camino al desayuno, con los dedos de Santi rozándome la pierna en señal de despedida, me pregunté, con algo entre rabia y resignación: ¿dónde están las benditas feromonas cuando uno más las necesita? ¿Dónde se esconden esas diminutas culpables de tanta locura, de tanto deseo, tanta promesa y tanta inversión económica perdida en meses sin intereses? Cuando más falta hacen, desaparecen: ¡Cobardes! ¡Silenciosas! ¡Pasivo Agresivas! Como si su contrato se hubiera terminado también sin tácita reconducción. 

A las feromonas se les comienza a cavar una tumba cuya primera palada de tierra es el famoso tubo de pasta dental apretado en 3 o 4 lugares diferentes, los demás se van acumulando el desgaste de lo cotidiano y culmina con el entierro del deseo y el tedio de la cama que conserva perennemente un hueco entre ambos cuerpos. Esta tumba de feromonas en el nicho lleva escrita la epístola de Melchor Ocampo, o el "lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre".

El 16 de agosto de 2005 ratifico mi divorcio, quedan todos invitados a llorar conmigo el entierro de las feromonas enardecidas que me llevaron a vivir 3 años al lado de Santi (bello él, no me mal interpreten; que sea bello no le quita lo inadecuado). A nuestras feromonas (les podemos llamar Pituca y Petaca, si quieren, para que no se sientan ofendidas después de que las declaro responsables directas de esta terminación contractual) Pituca y Petaca tendrán su correspondiente cortejo fúnebre el 16 agosto, a las 9.30 am. en el Juzgado 12 de lo civil. Serán veladas apaciblemente en la cama de la habitación principal que compartíamos en Pitágoras 38 B, sin llantos ni remordimientos, pero con nostalgia y una buena copa de vino tinto. Pituca y Petaca serán recordadas en cada portarretrato que yace ahora vacío, en el fondo de alguna caja de cartón que dice con plumón negro: “Artículos personales. Santiago” o en todos los coq-au-vin que pruebe en mi vida. Tendré nuevas feromonas,  volverán a sus danzas y borracheras indolentes en cuanto el tiempo haya logrado suturar las heridas de mi alma, pero Pituca y Petaca descansan en paz en otro espacio, en el recuerdo de sus ojos verdes, en Machu Pichu, en los desayunos que Santi siempre llevó a la cama, en su risa fácil, su bicicleta vieja, sus vicios ansiosos, todo su amor, todo nuestro amor. 

"Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre".

Besos y estrellas,
A.