viernes, 13 de marzo de 2009

Morir en la piel

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad. J. Sabines

Hace tiempo que quería ordenar el pensamiento para contarles lo que muchos de ustedes, y yo misma, se preguntaron (o se preguntan) sobre mi relación con ese personaje bastante extraordinario que trabajaba conmigo en la Editora. Recuerdo que me había autoimpuesto un gran reto que era escribir el texto con puras preguntas. El texto se titularía: “¿Por qué?” Y, entre otras miles de preguntas, empezaría con la siguiente: “¿Por qué después de tantos meses de conquista sin resultados decidió que era buena idea emborracharse y besar a mi mejor amiga?” “¿Por qué, cuando le dije que yo no iría con él, se le ocurrió llevarse a otra de mis amigas a pasar un puente a Cocoyoc?” Y de las últimas serían: “¿Por qué cuando salimos por primera vez, después de un rompimiento que nos había dejado a ambos el corazón roto, habiendo tomado la decisión de que sí estaríamos juntos, cuando llegó la cuenta dijo atentamente: ‘míos son 200 pesos’ y me dejó a mí pagar el resto?” “¿Por qué se metió a mi oficina exclusivamente para echarme la culpa de haber vuelto con su novia?” “¿Por qué claramente esa culpa era mía?” En fin, más que un ejercicio de catarsis, en realidad se me empezó a complicar un poco el ejercicio literario y, después de unos cuantos intentos, decidí dejarlo por la paz y limitarme a tener los cuestionamientos en mi cabeza. Después de tantos cuestionamientos a los que únicamente podía responderme “por pendeja”, decidí un día sentarme a reflexionar profundamente sobre el asunto. En mi reflexión recordé una frase muy linda que les escribí en una cotidianita de hace mucho tiempo que se llamó “Far away so close”: “la cercanía la llevamos en la piel”. Y fue así como comencé a recordar el poder y la magia de la piel. “Hay secretos en los poros para llenar muchas lunas”, dice uno de mis poemas favoritos, “(...) el cuerpo es carta astral en mensaje cifrado (...) aspira, suspira, muérete un poco, dulce... lentamente, muérete...” Sin duda, cuando la piel respira pero agoniza en un mismo espacio, uno acaba por morirse en su propia piel. Tal vez me tardé mucho tiempo en aprenderlo, pero haberlo vivido me ha permitido ahora reconocer ese roce de piel eléctrico que no sólo se llama deseo, se apellida pasión y cuando su segundo apellido es incompatibilidad de caracteres, podemos decir que entonces su seudónimo es tragedia inminente.

Hay sin duda una serie de reacciones químicas, mucha gente que sigue este pequeño foro nos podría dar miles de explicaciones y todos estaremos de acuerdo en ello: nuestra parte pensante puede entender perfectamente bien que en estas relaciones pasionales tormentosas lo único que sucede es que reaccionamos a una serie de estímulos químicos, nuestra parte sintiente está conciente de que se está yendo a la chingada sin boleto de regreso, pero nuestra maldita piel se empeña incluso hasta en buscar el conflicto y la tragedia, porque luego la piel sabe mejor con un dejo de conflicto y reconciliación. Entonces uno de pronto se ve envuelto en una serie de acciones y emociones que es incapaz de controlar y que van creciendo exponencialmente en la medida en que, curiosamente, va creciendo nuestro afán de separarnos. Así es, entre más conflictiva e incompatible sea la relación, más se enardece la piel y más se vuelve imposible salir del círculo vicioso del maltrato y el control. Finalmente uno se sale, bueno, yo me salí, algunos no se salen nunca, algunos aman este tipo de subeybaja de emociones encontradas, otros gozan maltratando o siendo maltratados, en fin, cada quien su patología y para que haya un tirano (en este caso se supone que ésa era yo) siempre tiene que haber un agachado. Pero bueno, me fui, con muchas creces.

Como recordarán de mi última cotidianita, mi último date me había hecho una “pequeña” escena después de que “lo confundí” en el teléfono con el Cronopio (como si a estas alturas del partido yo pudiera confundir al Cronopio con alguien). Después de esta escena siguieron un par más y la última fue de plano muy fuerte. Desde la segunda escena a mí me estaba empezando a quedar claro que este no era un date easy going y que finalmente acabaría por no divertirme y por estar estresada de todo en todo momento, a mí que ni me gusta estresarme. En alguna de las conversaciones profundas que tuvimos me di cuenta que mi date tomaba la vida muy a pecho: todo le generaba un conflicto. Elegir una película era labor titánica, planear ir a cenar con 4 días de anticipación era ridículo (para él) y mis amigos eran muchos, variados y yo tenía una vida social muy activa con la que él, definitivamente, no podía lidiar. “Ups, luz roja, pensé, ¡es que no es que no le guste el perfume que me pongo, es que no le gusta de plano mi esencia!” “Es que yo no voy a cambiar, le decía, la gente es como es porque le gusta como es. A mí me gusta salir, cenar en restaurantes, planear cenas románticas, amo el vino tinto y si de ahí me dicen reven (o viaje) yo ya estoy subida en el coche”. Él decía que eso era raro. “¿Raro?, pensaba yo, lo raro es que quieras seguir saliendo conmigo si claramente te desalinea el chakra el hecho de que me hablen 17 amigos en un día para ver qué plan en la noche”. Lo malo era que cuando este pensamiento invadía mi mente y mi clara y sensata reacción debía haber sido: “mi vida, mucho gusto en conocerte, ‘¡qué lástima pero no! Me despido de ti y me voy’”, en ese momento, justo después de la seria conversación o la ya acalorada discusión (¡a la tercera date, plis, ¿quién tiene discusiones acaloradas a la tercera date cuando todo debe ser rosa y miel?) tenía a bien tomarme entre sus brazos (sin importar el lugar en donde nos encontráramos, lo cual para mí era ya es demasiado osado, no soy mucho de manifestaciones de afecto, y menos de apasionamiento, el lugares públicos) y plantarme un beso de estos de película en los que la espalda casi rosa el suelo. Me empecé a dar cuenta que podía tener enfrente una nueva relación que me llevara otra vez a morir en mi piel, pero, tal cual, me resultó tremendamente atractiva. El fin de semana del 14 de febrero quise organizar algo para salir con mi date y con Nami (Tashi), día que ella y yo celebramos porque un 14 de febrero, de hace ocho años, nos hicimos abogadas. No hubo forma, no recuerdo por qué, lo único que recuerdo es que alguna complicación había surgido en su vida y, además, era muy pronto para planear qué hacer el 14 de febrero. Lo que siguió a ese fin de semana fue una semana muy trágica y muy triste para mí y para Tashi así que tuve que dejar por la paz el tema de la complicación de mi date. Para el viernes siguiente, mi date tuvo a bien quererme acompañar al cine. Yo tenía tres planes diferentes ese día: una cena que había querido organizar en mi casa (sin éxito), un cena en casa de mi vecino de abajo (somos cuatro departamentos que nos juntamos una vez por mes a cenar) y un karaoke en casa de Angie (una amiga de la Hormiga que nos cae muy bien y la queremos mucho). Cuando mi date llegó por mí yo estaba bipolar y disfuncional. El plan era ir al cine a ver una peli del FICCO y después, dependiendo de lo que mi bipolaridad determinara, podría ir a cenar a casa de mis vecinos. Justo cuando íbamos saliendo de mi casa me llamó el vecino anfitrión a mi celular. Le di las malas noticias de la triste semana de Nami y mía y le dije que me encontraba en una situación muy precaria y bipolar, que echar unos chupes en ese momento podía llevarme a la locura, o al baile, o al llanto, o a tantas cosas diferentes que desconocía mi posible reacción. Le pregunté si me aceptaba bipolar en su cena. Justo en este momento abrí la puerta de mi casa y él me dijo que acababa de oír mi puerta, él estaba llegando. Nos asomamos por la escalera: “Vecinita chula, sí claro que te acepto bipolar y a la hora que sea”. Volteé a ver a mi date y estaba ya subido en el elevador con cara de rottweiler. Me subí junto a él y le dije en tono de desesperación y con cara de tsunami: “¿¿¿¿¿¿Qué?????? ¿¿¿¿¿¿Ahora qué te pasa??????” Estuvimos todo el camino al cine y toda la cena antes de la película discutiendo. Yo ya estaba desesperada, había tenido un semana triste y dos días tétricos en el trabajo porque falté un día. En el mundo de mi date todo era un conflicto: su trabajo, su hija y sus clases de equinoterapia, su ex mujer, el cine, yo, mis amigos, mi vecino, mis tres planes en la noche que no le comuniqué y lo habían hecho sentir “mi tercera opción”. ¿Cómo? Yo no entendía nada, si yo tenía 3 planes y estaba con él en el cine eso quería decir que pese a mis tres planes ÉL era LA opción. Yo argumentaba que todos en esta vida tenemos trabajos y presiones en el trabajo (yo estoy a punto de firmar un contrato que lleva 3 años en negociación, cosa que no le dije, ¿cómo para qué?), que no entendía por qué le preocupaba la equinoterapia de la hija si a mí me parecía lindísimo ir a terapia con caballitos, hay niños que no tienen ni para comer y la de él va a terapia con caballos, ¿por qué le conflictuaba? Su ex mujer está loca, según él, yo nunca me he creído esta historia de las ex mujeres locas. Las mujeres somos locas por naturaleza, sí, pero los hombres nos enloquecen el triple. Detrás de cada ex mujer loca siempre hay un hombre capaz de sacar de sus casillas hasta al santo Papa. No logramos ponernos de acuerdo, la película estaba punto de empezar. Nos levantamos de la mesa y le dije que todavía quería comprar un té helado antes de entrar al cine. Para ser sinceros, estaba esperando ver una película en el silencio total y sin siquiera el roce las manos. Para mi sorpresa, en la fila de la dulcería, el cine a reventar, mi date me volvió a tomar en brazos, me abrazó con la fuerza de los caballos de la equinoterapia de la hija y me puso otro beso de antología erótica. No había duda: la piel estaba destinada a avivarse nuevamente, después de casi 8 meses de sueño profundo. Terminado la función me llamó el despistado de Jorge Aragón, quien nunca avisó si podía o no ir a la cena en mi casa que había resultado todo un fracaso. Yo estaba sentadita en la sala escuchando a una serie de adolescentes insurrectos que bombardeaban al director de la película con preguntas intrascendentes sobre los claroscuros. Le contesté a Jorge: “Chimbo, dijo, estoy abajo a tu casa, ¿qué depa es?” “¿Cómo que estás debajo de mi casa? Yo estoy en el cine, Chimbo, ¿por qué no me llamaste para confirmar o cancelar?” Finalmente nos reímos mucho y Chimbo se dispuso a agarrar su camino, solitario, vestido y alborotado, rumbo a algún bar de la ciudad. Yo colgué y miré a mi date... que nuevamente tenía cara de rottweiler. Todo el regreso a casa fue igual que la ida: discusión sobre qué hacía Jorge afuera de mi casa a las 11 de la noche. Es que yo ya no podía discutir ni un segundo más básicamente porque no encontraba una respuesta a todas sus interrogantes: “¿pues a qué hora empiezan las cenas en tu casa?”.... ¿Qué contestaba ante esto? ¿La verdad? “Pues mira, no sé, yo cito a las nueve, los más colgados han llegado a caer a las 4 de la mañana, o sea que el margen es amplio....” Iba a pensar que me estaba burlando de él y de verdad que no era mi intención, simplemente no entendía qué era lo que le había molestado en esa ocasión. Llegamos a mi casa y prácticamente le rogué que se quedara a echar unos drinks en casa del vecino, conmigo. Él me decía que no estaba preparado para conocer gente. “¡Ah, chingá! ¿Cómo se preparará uno para eso?” Yo estaba dispuesta a tomar un curso intensivo de empatía, todo en aras de la bendita magia de la piel, pero de verdad me iba a costar mucho trabajo porque no puede haber empatía entre las hadas y los centauros, son dos mundos diferentes. Finalmente nos bajamos del coche y nos dirigimos a la puerta de mi casa. En ese instante llegaba mi padre con la tía Esther y nos pusimos platicar unos minutos ahí en la puerta. Mi tía comentó que para el cumpleaños de mi primo K-Beto se irían todos a Xochimilco. Yo recuerdo haber comentado que no era mi hit ir a echar drinks a Xochimilco: “todo es muy complicado en la trajineras, tía, se te cae el drink, te mojas, chocas con otras trajineras que tienen la música a todo volumen, ir al baño es un conflicto, no falta el borracho que acaba en el agua y no sabe nadar...” Conclusión: yo no iría a las trajineras con el primo. Después de otro par de intercambios de ideas, nos disponíamos a subir a casa. Mi date se quedó cual estatua de marfil en la puerta. “¿Vienes?”, le pregunté con tonito de niña chiquita. “No, ya me voy a mi casa”. No entendí nada. Más tarde me enteré que el problema había sido que yo "ya estaba organizando plan para ir a las trajineras", ¿cuándo? No lo sé, yo recordaba perfecto haber dicho QUE NO QUERÍA IR A LAS TRAJINERAS. Me subí a mi casa, tomé una botella de vodka y me bajé a casa del vecino. Justo al llegar con el vecino recibí un mensajito de mi date: “Eres muy linda, me gustas mucho pero no puedo con tu ritmo de vida”. Sentí que la sangre me hervía en el cuerpo y estuve a punto de contestar el mensajito lanzando un poderoso: “¿¿¿¿¿¿Y AHORA QUÉ CHINGAOS HICE??????”.... cuando la memoria de mi piel se echó a andar: empecé a recordar todas y cada una de las discusiones acaloradas con aquel otro individuo, todos los argumentos sin pies ni cabeza ni lógica alguna que sólo me hacían desesperar más, todos los mensajitos mandándonos al demonio, todas las borracheras terminadas en dramas y TODOS Y CADA UNO DE LOS MALDITOS ROCES DE PIEL QUE ME HICIERON ESTAR AHÍ MÁS DE UN AÑO. Sentí el mismo impulso, la misma pasión mal encauzada, la misma frustración, el mismo coraje, la misma falta de entendimiento y el mismo ardor en la piel. No contesté nada. Una vez superado el movimiento armado encabezado por los poros de mi piel, contesté en buen tono, deseándole a mi date toda la luz dorada del mundo, todo el amor y todo el prana y me retiré a dormir en paz. Al día siguiente pasaron mil cosas más: fue a dejarme un cinturón mío que tenía y lo fue a botar en el cofre de la Mafalda, me llamó y me empezó a decir de cosas. Estuve a punto de engancharme soltando improperios y argumentando con toda la lógica que mi pensamiento me permitía cuando volví a sentir el llamado de la piel en las venas de mi cuello, el latir acelerado del corazón y todos los músculos de mis piernas tensarse poco a poco. Recordé otra vez, “la cercanía la llevamos en la piel”, imaginé el reencuentro y la apasionada reconciliación, los perdones, los juramentos... La piel tiene memoria, es lo bueno. Me detuve en seco: “¿sabes qué? Lo único que pretendí fue tener una relación contigo. No se puede, somos muy diferentes, me pareces una persona maravillosa, se feliz, te deseo amor y luz”. Se le acabaron los argumentos, dejó de engancharse, dejó de escuchar, supongo, el latido desesperado de su corazón, sus poros se empezaron a adormilar otra vez y con un tono de sorpresa me dijo adiós. Me llamó varias veces, se disculpó, me pidió 18 perdones diversos, me jura un enamoramiento eterno y desmesurado, me dice que no me quiere perder... y en cada palabra, en cada sílaba que leo en sus correos, siento la sangre a punto de ebullición, siento el estremecimiento sutil de mi pecho, leo en mis pensamientos el doloroso recuerdo de la magia negra de la piel, de la actitud servil que las neuronas demuestran ante la electricidad de un abrazo y de la involución del ser humano al contacto con la violencia de la pasión. Él es y existe en algún lado y en otras vidas fuimos algo que nuestra piel no olvida, pero yo no puedo, bajo ninguna circunstancia ni movida por ninugna pasión, someter a mi cuerpo a ese maltrato nuevamente, a ese dominio desmesurado de la insensatez, a esta lenta muerte en la piel: “aspira, suspira, muérete un poco, dulce... lentamente... muérete”.