Yo creo, sin embargo, que el matrimonio es algunas semanas más antiguo.
Voltaire.
Bueno, después de que explotó el boiler de mi casa cuando intentaba prenderlo, hecho que me llevó 2 meses al encierro en casa con dos únicas actividades: ver nuevamente las temporadas de Friends, que me prestaron mis primitas en Blue-Ray, y arreglar "detallitos" de la casa que nunca terminaba. Evidentemente, considerando el ligero déficit de atención que padezco, ahora mi casa es un detallote completo: todos los "detallitos" están tirados por el suelo; las manualidades a medio terminar; los platos, vasos y copas a medio depurar; la ropa a medio clasificar para donar o regalar; la alacena a medio clasificar. Sin emabargo, la vida empezó a normalizarse y tuve que regresar al IMPI como parte de mi vida cotidiana; todavía no tengo pestañas pero ya soporto un poco más la luz, puedo salir de día y, lo más decisivo, la incapacidad del ISSSTE terminó.
Les cuento que oficialmente ya soy soltera. Ayer, después de casi 4 horas de espera, y más de un año de separación, firmé por fin el divorcio: Santi es oficialmente mi ex-marido. Mientras esperábamos y esperábamos, la misma jueza de hace 15 días casó a dos parejas con feromonas enardecidas. La primera pareja, ella se veía como de unos 18 años y él como de 20. Mientras los observaba pensaba: debería estar prohibido, de verdad, es más, hasta delito debería ser casare tan joven. La segunda pareja, ella tendría como unos 20 y él como unos 16, hasta podría apostar que la madre de él andaba por ahí para dar su consentimiento. Pero ella, eso sí, tenía una panza como de 6 meses, no sé si de angustia o de embarazo. La ironía de la vida: yo literalmente haciendo fila y esperando para divorciarme y éstos llegando felices para entrar a la estadística de los casados sin hacer fila, a ellos los atendieron primero que a nosotros.
En algún momento, el secretario del juzgado nos dijo que tuviéramos paciencia, que la impresora no servía y que nuestra acta no se podía imprimir. Ni modo, ¿qué hace uno? Sonreír con un aire idiota y decir "gracias". En ese momento, Santi, al que solía llamar al final de matrimonio, con cierto cariño malicioso, Santi-Troll, comenta:
-“Es que no nos ha visto cuando nos empezamos a enojar.”
Santi enojado es una criatura exótica. Una especie de aparición que fusiona Karate con sarcasmo. Así que le dije, medio en broma, medio rogando:
-“No, Santi, por favor, no te empieces a enojar.”
A lo que me respondió, con un tono más bien inocente:
-“No, si yo hablo de ti.”
Claro. Por supuesto. Ahora él es un Dalai Lama doméstico, un apóstol de la templanza. ¿Alguno de ustedes recuerda cualquier conversación de política con Santi? Según sus recuerdos, es bastante claro que uno de los motivos del divorcio fue el Peje.
A eso de las doce del día, el secretario, que parecía un estudiante de la UNAM que probablemente soñó con estudiar filosofía y acabó imprimiendo divorcios en papel reciclado, se asomó nuevamente y dijo:
-“Les pido paciencia, ya vienen los de sistemas a revisar la impresora.”
Entonces no pude evitarlo. Me levanté, me dirigí al mostrador y le dije, con toda la solemnidad que permite un trámite burocrático de esta naturaleza:
-“Por favor, licenciado, se lo ruego, me urge divorciarme de este hombre. En verdad. Ya no lo aguanto. Quítemelo de encima.”
Santi se reía a carcajadas y empezó a picarme las costillas, bajo la mirada entre sospechosa y fascinada de todos los presentes, la mayoría esperando turno para casarse. Estoy segura de que más de uno pensó que aquello era un sketch o una cámara escondida, la verdad es que la terapia ya había sacado lo peor de nosotros en su momento. Firmando el divorcio se encontraban las mejores versiones de nosotros mismos, más resigandos que enojados.
Y mientras tanto, en la otra ventanilla, registraban bebés recién nacidos, tiernos, rosados y dotados de una capacidad pulmonar que desafiaba toda lógica anatómica. ¿Por qué gritan con tanto ímpetu si apenas acaban de llegar al mundo? ¿Tal vez ya sospechan en qué se están metiendo?
Y entonces me vino esa revelación tan conocida, tan incómoda: ¡qué intolerante soy! En serio, ya pueden empezar a regalarme gatos, uno por cumpleaños, otro por Navidad. Me voy resignando con cierta elegancia al destino de tía Alba soltera, con biblioteca, plantas de interior y gatos que llevarán nombres de filósofos.
Hay días, como hoy, en los que ser yo pesa. No dramáticamente, no como una tragedia griega.
Pero pesa, más como una mochila mal empacada: con cosas que no sabes si necesitabas, pero que ahí siguen, acompañándote a todos lados.
Después de este trago amargo, decidí pasar unas horas de sano esparcimiento viendo "Cats", el musical de Broadway, la puesta en escena original traida al Distrito Federal, presentándose en el Auditorio Nacional. Nami y yo habíamos comprado los boletos con un mes de anticipación: 615 pesos en segundo piso, se me hizo súper caro, pero la tristeza del divorcio lo merecía. Además, aunque hubiérmos querido, ya no había boletos más adelante, posteriormente agradecería a Dios este hecho.
Ahí les voy, en taxi al auditorio para no tener problemas con el estacionamiento y no pagar también una millonada de estacionamiento. Mi nueva vida de soltera me exigiría ser más cuidadosa en los gastos. En el Auditorio me encontraría con Nami, mi novio Che e Irmita, la mamá de Nami. Salí tarde de mi casa, para variar, después de dar 7 vueltas a mi sala, mi comedor y mi recámara y muchas veces llegando a la recámara pensando: "¿Qué venía a buscar?" Claro que nunca lo recordaba, pero en ese momento veía sobre el tocador la póliza del seguro del coche y me acordaba que tenía que meterla a la guantera, junto con la Guía Roji que estaba en ... estaba en... ¿En dónde estaba la Guía Roji? Y entonces empezaba la búsqueda de la Guía Roji para dejarla, junto con la póliza del seguro, en la guantera del coche, coche que no iba a usar en ese momento. Salí corriendo, llevando la tristeza en la bolsa de los jeans. Es imposible salir a la calle si se olvida la tristeza del divorcio en la mesa de noche de la recámara, también tuve que regresar a buscarla.
Después de tomar un par de tragos coquetos en el horrible bar del Hard Rock Café, optamos por irnos corriendo para no perdernos un minuto de tan anunciado espectáculo. Siempre he sido talla pequeña y esto ayudó a que me sentará en las butacas del Auditorio sin mayor problema. Pero Nami, Irma y el Che cuentan otra historia. La más bajita del grupo, Nami, mide 1.70. Irma un poco más y el Che mide más o menos 1.80, lsas piernas no les cabían, tuvieron que hacer un nudo pretzel para sentarse. A mí me cupieron completas y todavía me sobraron unos centímetros de aire. El diseñador del Auditorio, evidentemente, era de mi equipo. Ser pequeña tiene sus ventajas, ser intolerante, bueno, eso ya no tanto. Meditaba en el divorcio y mi intolerencia y pensaba en el nombre de mi primera gata: ¿Clementina? Me suena a señora que lleva bien la soledad.
Después de tomar un par de tragos coquetos en el horrible bar del Hard Rock Café, optamos por irnos corriendo para no perdernos un minuto de tan anunciado espectáculo. Siempre he sido talla pequeña y esto ayudó a que me sentará en las butacas del Auditorio sin mayor problema. Pero Nami, Irma y el Che cuentan otra historia. La más bajita del grupo, Nami, mide 1.70. Irma un poco más y el Che mide más o menos 1.80, lsas piernas no les cabían, tuvieron que hacer un nudo pretzel para sentarse. A mí me cupieron completas y todavía me sobraron unos centímetros de aire. El diseñador del Auditorio, evidentemente, era de mi equipo. Ser pequeña tiene sus ventajas, ser intolerante, bueno, eso ya no tanto. Meditaba en el divorcio y mi intolerencia y pensaba en el nombre de mi primera gata: ¿Clementina? Me suena a señora que lleva bien la soledad.
Después de una hora de espectácul no había pasado gran cosa. Salieron como treinta actores, bailaron unas coreografías simpáticas, sencillas, bien peinadas. Pero nada más. Yo esperaba que en cualquier momento empezara la trama. Spoiler: no empezó, o yo no la entendí. Cats gira en torno a la tribu de los gatos Jélicos durante la noche en que se toma ‘la elección jelical’, o sea, donde deciden cuál de ellos renacerá en una nueva existencia, nada más. A las dos horas, los mismos actores seguían bailando con este mismo hilo conductor. Las coreografías seguían siendo simpáticas, eso sí. Siguieron siéndolo durante tres monótonas horas, sin más trama que esa que les digo. A mí me gustan las tramas complejas, el sujeto meditabundo, el asesino serial con más de una personalidad, el fantasma que nadie sabe que es fantasma; Cats me resultó un fastidio sin sentido. El vestuario era espectacular, el maquillaje de los gatos digno de concurso de disfraces. Una gata cantó como si estuviera audicionando para cantar en el cielo directamente a Dios.
Lo demás… bueno, lo demás estaba ahí. Con buena actitud, eso sí, y un entusiasmo que yo envidié un poco, yo que había entregado mi tristeza en la entrada cuando revisaron mi bolsa. No diré que fue una decepción, porque las decepciones son más intensas en el divorcio que en los musicales y yo acababa de firmar uno, pero digamos que salimos con la sensación de haber asistido a una clase abierta, con mucho presupuesto.
Claro, uno paga su boleto con ilusión y sale con la humildad del incauto. Nada grave, pero sí tuve esa sensación de: “ah, mira tú, y yo que me perdí la clase de jazz por esto”. No, no es que una sea amargueitor; es que a veces el mundo se pone de acuerdo para hacerte dudar de tu criterio. “Cinco, seis, cinco, seis, siete, ocho…” y ahí estaba yo, repitiendo mentalmente la cuenta de las coreografías y pensando que, honestamente, mi maestro de jazz nos exige igual. Terminó, aplaudimos, el Che y yo nos nos volteamos a ver sin enteder en qué había terminado la obra, reímos en íntima complicidad y nos dispusimos a marcharnos.
Revisé la bolsa para ver que no olvidara nada en la butaca y pensé en mi tristeza, me la habían recogido las señoritas en la entrada, ellas que revisan que uno no entre a los conciertos con cosas indecentes en la bolsa de mano. Les pareció linda mi tristeza, llena de colores pastel, lagrimas de antaño, frustración acumulada y muchas horas de terapia ¡Zas!, que se la quedan, así de inapropiada les pareció. Recogí la tristeza con el boletito que me habían dado, la coloqué en mi bolsa, no sin antes besarla dulcemente. Después decidí retirarme a mi santo hogar, decidí también que los musicales me gustan menos cada día pero los gatos me gustan igual, aunque suelten pelo y yo sea alérgica. Finalmente decidí también que mi segundo gato se llamará "Jellicle cat", como los de Cats, sí, el musical, ¡el de Broadway! ¿No lo han visto? Se los recomiendo ampliamente. No se lo pierdan, cuéntenme de qué me perdí.
Besos y estrellas
La amargueitor.